Grabado de Leopoldo de Austria (sic)
En febrero de 2018 publiqué un artículo sobre Leopoldo de Austria obispo de Córdoba, y en el primer párrafo decía: “Días atrás mencioné en la entrada referida al Arco de Bendiciones, que tuve la suerte de encontrar allí, al artista cordobés J. M. Belmonte, y que al verlo sobre la deteriorada tumba del obispo Leopoldo de Austria, estimé que el Cabildo parece tener intención de repararla. De antemano un empleado de la Catedral estaba limpiándola en profundidad. Es una lujosa tumba, en un lugar de privilegio, para un obispo que lo fue por cuestiones de bragueta, del Emperador del Sacro Imperio Germánico Maximiliano I, cristiano de fuertes convicciones salvo en la de las cuestiones extramaritales.”
Como estaba la lápida
Lo importante es que esa lápida ha sido restaurada, como podremos observar entre una y otra comparando las fotografías de 2018 y la actual de 27 de julio actual como nueva. Otra cosa es que lo hiciese J.M. Belmonte, cuestión que no puedo garantizar. No es que no sea un aval que un artista de la talla de J.M. Belmonte lo hiciera, sino que lo importante es la restauración que ha sido adecuada. El libro en fascimil “Casos Notables de la Ciudad de Córdoba”, que me regaló el editor, mi malogrado amigo Francisco Baena, recoge en sus páginas 172/3, sobre parte de la vida de Leopoldo de Austria, lo siguiente:
Lápida restaurada
“Digo pues, señor, que este señor Obispo fué flamenco, y hijo del Emperador Maximiliano, y hermano de don Felipe Primero, Rey de Castilla, que casó con doña Juana, hija (fol.130) de los Reyes Católicos; y, según dicen, este Obispo era hijo natural o bastardo del Emperador. A este señor se le dio el Obispado de Córdoba, que siempre ha sido de los mejores de España, y como era poderoso, labró la casa obispal, que si él la acabara, fuera de las casa mejores de España. En la Alameda del Obispo, que dicen, que es un coto que está media legua de la ciudad, labró una casa muy capaz de recibir en ella a su sobrino el Emperador Carlos V, si viniese a Andalucía.
El patio primero de esta casa lo llenó de trofeos de aves de rapiña y de animales salvajinas, que él por su propia persona mataba, y para esto hizo en medio de este coto una atalaya alta, con sus ventanas a trechos por todo el rededor, por donde tiraba a los animales, que de todo género les procuró traer allí con mucha costa, y esto en tanta abundancia, que se encontraban a manadas de todos los que tiene El Pardo; pero lo que más espanta es que, por evitar la murmuración de la gente, que decía que todo el año estaba en el Alameda, comenzó hacer un tránsito desde su casa a la Alameda, que, si se acabara, fuera otro Arrecife, obra romana en España; pero la muerte cortó el hilo de estos altos pen-(fol. 130 vto.)samientos.
“En esta ocasión estaba su ilustrísima ocupado en una ocupación de mozo, y ajena de su profesión, y para que esto se hiciese sin escándalo, hizo otro tránsito por debajo de tierra desde su aposento a una casa donde vivía su amatum iri, y así se venía la señora, cuando él quería, sin que hombre terreno lo supiese. Sucedió que una mañana se le olvidaron a la señora unos corpiños en la cama, y entrando un paje de cámara, los halló, y salió con ellos dando gritos. Alborotáronse los pajes que allí se hallaban; y uno de ellos, que se decía don Juan de Espinosa, que era de más entendimiento, arremetió con el paje, y dándole de puñadas, le quitó los corpiños y se los metió en las calzas, diciéndole que era mentira y falso lo que había dicho.
A las voces que dió el paje, acudió gente, y el don Juan se escapó, porque el mayordomo le quería azotar, por las puñadas que había dado al otro; fuése a su señor y contóle el secreto de todo lo referido. El Obispo se quedó helado, y visto lo que pasaba entre los dos muchachos, despidió al primero, y al don Juan hizo su secretario, pidiéndole los corpiños y encargándole el secreto, y el despedido no pareció más, vivo ni muerto. Andando, pues, en esta amistad el Obispo, le nació un hijo, que le llamaron don Maximiliano de Austria. (fol. 131.) Ya el don Juan era mozo de dieciocho años, y agradecido el Obispo a su lealtad, comenzó a darle capellanías y beneficios, y últimamente una canonjía, que con prestameras le dejó cuatro mil ducados de renta. Este canónigo fué el tutor de don Maximiliano, y por él se le daba todo lo que había menester.
“Luego, pues, que su señoría se vido con un sobrino, determinó acomodarlo, y para esto puso los ojos en la villa de Fuenteovejuna, que es villa de Córdoba, pareciendo que serla buena para darle título de marqués o duque, y así, trató con Su Majestad el Rey Felipe Segundo que le vendiese aquella villa; el Rey, que no ignoraba el porqué, y por no darla después sin blanca, se la vendió en cuatrocientos mil ducados. Gustó de ello el Obispo, porque tuviese el Emperador un nieto duque o marqués en España; envióse a la Corte el dinero en cuatro acémilas, y esto no fué tan secreto que no se supiese luego en la Corte, y predicando al Rey un fraile de San Jerónimo, le dijo en el sermón:
"He sabido que le han inviado a vuestra Majestad cuatrocientos mil ducados de la sangre de los pobres de Córdoba. Vuestra Majestad mire dónde los pone, porque es sangre de Abel, que está clamando.» De que se quedó el Rey muy espantado de que se supiese. Fué, pues, el concierto de que entregándose el Rey en el dinero, iría (fol. 131 vuelto) su señoría a tomar la posesión. Luego, pues, que lo supo, fué su señoría con todo el aparato posible, llevó toda su casa, fuéronle acompañando de toda la ciudad muchos caballeros.”
Rótulo de calle desde Plaza Pineda
Como podemos ver en el texto se ha respetado la gramática y la ortografía del facsímil. En el texto se puede observar los tejes y manejes de la época que difieren poco de otros conocidos por la literatura y el cine. La frase “el despedido no pareció más, vivo ni muerto” es bastante elocuente, sobre lo acaecido a un tonto que vociferó sobre la ropa interior de señora encontrada en el dormitorio del obispo. O como disculpa el Catálogo de los Obispos a Leopoldo. Esto no sería criticable si derogasen el celibato, injusto a todas luces, aunque esta el temor que le tienen a las mujeres. Luego está el agradecimiento al que tapó aquello y los enchufes del vástago de Leopoldo y la dama catalana. Hay que decir que muchos obispos cobraban los dispendios y ni siquiera aparecían por la sede episcopal, era muy normal, por lo que este fue diferente un poco al hacerse cargo de la misma. Y en cuanto al tema de los hijos naturales estos se preocuparon por ellos, pero conozco algún caso de abusos con sirvientas que se olvidaban de ellos.
Fotografías del autor e Internet
Bibliografía citada en el texto
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