Cuando vemos una fotografía antigua, que te recuerda a tu niñez, ves muchas veces la deformación de la línea del tiempo, que la realidad muchas veces se difumina con lo que tienes en tu memoria. Lo que hoy es la Avenida del descubridor de la penicilina, Sir Alexander Fleming, fue para los vecinos de la Judería y Alcázar Viejo, la "Carretera Nueva". Un camino que unía el Campo Santo de los Mártires con la Cruz Roja y Victoria, cuando los terrenos de la derecha, la Huerta del Rey, extramuros de la muralla occidental de la ciudad romana, eran un puro cenagal de las aguas que derramaba la alcubilla de la Puerta de Almodóvar, para pasar después por el puente, señalado con dos gruesos poyos en la fotografía de Ricardo. A la izquierda se ve tímidamente la esquina del cortijo de Juan Barazona de sonidos selváticos en el silencio de las tardes; a la derecha la Cruz Roja; al frente las torres del Casino militar, y parte de la fachada del Hotel “Palas” de Meliá; a la izquierda el Charco de la Pava, de desahogos sexuales baratos al aire libre, y detrás una hilera de arbolitos que señalan el camino al Cementerio de la Salud por Vista Alegre, ese paradójico nombre que daba vista a los cipreses del Cementerio de la Salud (otra Paradoja) lo que no era nada de alegre.
Dos carros un triciclo, un ciclista y peatones
Recuerdo en el encharcado terreno -delante de la puerta del Garaje Alcázar, una variedad de cocheras y talleres, que hoy configuran el aparcamiento Mezquita, obra que integra la muralla y otras reliquias arqueológicas, con notable gusto-, un chaval al que llamábamos “el madrileño”, por vivir allí y pronunciar las eses distinto, se metió en el charco y se cortó la sandalia de goma y el pie, con un cristal, y sangraba abundantemente. Otras veces sin accidente al meterte en el encharcado cenagoso, y querer sacar el pie, lo sacabas alguna vez sin la sandalia de goma, pues ésta se quedaba presa en el barro, aquella que cuando llegabas a casa y te la quitabas te dejaba señaladas las ventanas de roña en el pie. Aquella herida me impactó, por lo que sangraba, sacamos un pañuelo se lo anudamos y para su casa a pie cojito, aunque lo normal hubiera sido ir a la Cruz Roja. Esas aguas iban a parar al cauce del arroyo del Moro que hacía de foso por la muralla medieval, camino del Puente de los Sacos para tributar en el río, pasando antes por la Puerta de Sevilla.
Luego con el tiempo la “Carretera Nueva”, ya avenida del Dr. Fleming, al que muchos recordábamos con sombrero cordobés en su visita a Córdoba, o el hecho de darle a Gabriel el guardacoches de la calle de la Puerta del Perdón, que vivía en la Casa del Callejón, un cheque para que se comprara penicilina, por su problema pulmonar, que el científico había detectado al oírle toser cuando le abría la puerta del coche. Pero volvamos a la “Carretera Nueva”. En la esquina de la calle que fue cauce del Arroyo del Moro, hubo un movimiento del enorme bloque de siete plantas -ya era el barrio un barrio cosmopolita y moderno-, que rompió incluso cristales de los locales de los bajos, e hizo aparecer algunas grietas. Entonces inyectaron hormigón en la cimentación, frase que nos llamaba la atención porque las inyecciones sólo nos las ponían a nosotros, bien Segorbe de Tomás Conde, o Paquita de Abades, que eran los practicantes que había en la zona. Ahora sin embargo unos señores con unas gomas inyectaban hormigón en la supuesta oquedad que se había formado subterránea, y causó el asentamiento de los cimientos del bloque. Lo harían bien pues no se ha vuelto a quejar. Y eso es todo lo que da la memoria a la vista de una fotografía de Ricardo.
Fotografías de Ricardo
Bibliografía de la memoria personal.
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