Hace treinta años estuvimos en Panticosa, hace un mes estuvo mi hijo Gabriel otra vez allí con su familia. En aquella ocasión vino con nosotros solo Gabriel, no consigo recordar porque no vino Paco, Gabriel tenía en esas fechas 9 años y Paco 17, a lo mejor eso fue el motivo de que no viniera. El viaje actual de Gabriel me hizo recopilar las fotografías del viaje de antaño. Rodé también mucho vídeo. Teníamos entonces un R-12 ranchera, nos había invitado el alcalde de Zaragoza a pasar unos días en el balneario de Panticosa. Nos dejaron una casa que utilizaba para su retiro espiritual Sainz de Baranda, alcalde de Zaragoza, al lado de albergue de montaña Casa de Piedra, que aún está allí, no podemos decir lo mismo de la casa que la han dejado caer en la ruina.
Comíamos con el médico y las fuerzas vivas del Balneario, en un comedor colectivo, de la olla que ponían las cocineras en el centro de la mesa para repartir. Aquello era un poco como el Imserso. El ayuntamiento de Zaragoza controlaba viajes de mayores y colectivos al balneario. El responsable junto con su mujer, que eran arqueólogos, nos dijeron que su mejor viaje profesional fue a Córdoba, a Santa Cruz, a las excavaciones de Ategua (por esa razón mucho material de lo excavado estaba en Zaragoza), que era la excavación más completa, en la línea del tiempo de las que ellos habían estado.
Luego participábamos en los talleres que organizaban, hicimos hasta Tai-Chi en un prado que había subiendo por el sendero pirenaico al mirador del Balneario, el GR-11 que visitaba el embalse del ibón de Bachimaña. Decían los médicos durante la comida: -Hoy han caído dos. Aquello me llamó la atención, parecía que mencionaban trabajos echados a perder, como dice el chiste. Le pregunté y me dijeron: -Muy normal, suben personas mayores con problemas cardiacos, aquí estamos a 1700 m., se ponen camisas de flores y abandonan la medicación, resultado descompensación, ambulancia y al hospital. Estaba claro.
Descansando
Nos contaron que había un “flamenco” que sedujo, el año anterior, a una anciana hasta el extremo que organizaron una despedida de solteros. Este año habían reclamado sus hijos porque habían engañado a su madre. Pasaban los “enamorados”, bueno la enamorada y el “flamenco”, de los setenta años. La jodienda no tiene enmienda. El entorno, como ha podido comprobar mi hijo y familia es maravilloso. El prado delante de la casa después de cruzar el torrente del río Caldares, que alimenta el Ibón de los Baños, residuo del antiguo glaciar prehistórico era muy hermoso. Para llegar a la casa, de muebles estilo escandinavo y un frío similar que obligaba a tener encendidas las estufas en los dormitorios toda la noche. Había que pasar el citado prado, pero con cuidado para no pisar a unos enormes sapos que vivían allí.
Gabriel y Conchi, en la casa
Ahora está muy cambiado por la nueva cantidad de hoteles. La carretera de subida al balneario, compleja por su trazado. Yo tuve que hacer maniobra en una curva por no tomarla adecuadamente, menos mal que el R-12 tenía un giro considerable. Me imagino esa carretera en pleno invierno con nieve. Se quedan aislados cuando la nevada es copiosa. Había una ruta en helicóptero que hacía un vuelo por la montaña, Gabriel se quiso apuntar y estuvimos en un tris de dejarlo ir, pero claro nuestro hijo lo pedía todo y había que dosificar. También no era gratis costaba quinientas de las antiguas pesetas, que eran dinero. El entorno cercano todo de montaña es muy hermoso, del Valle del Tena al Valle del Broto, el pantano de Lanuza, la del festival musical de los pirineos.
Gabriel y Conchi en el prado
Fuimos a visitar Ordesa, por donde andorreamos, hasta casi adentrarnos, imprudentemente, en el valle sin medios de calzado y vestido adecuados. La montaña de un momento a otro es cambiante y si no vas preparado te puede dar un susto. Subimos en otra ocasión por la carretera de Francia a la frontera –entonces era una frontera al uso- del Portalet, con calentamiento del Renault incluido. Biescas, de triste memoria por la inundación, pero preciosa; Sabiñanigo; Sallent de Gállego, custodiado por el enorme peñasco de Foratata, regado por el río Gállego. Y lo mejor de todo, es que desde aquel tiempo hice amistad con Gabriel Gómez y familia -exiliados andaluces por el trabajo a Aragón-, que dura hasta nuestros días, porque es una buena persona y uno de nuestros mejores amigos.
Fotografías del autor
Bibliografía del recuerdo