Brasero (Fotografía facilitada por Paco Guerra)
“Desde aquí a Piquín, hay mucho jaral, si no viene el guarda, habrá un buen jornal”
Los versos de Ramón Medina lo dicen claro, los piconeros, ojo y piconeras que luego hablaremos de algunas, dependían de la magnanimidad de los terratenientes y su guardia de corps, a pesar de que eran los que junto con el ganado, mantenían la sierra a salvo de grandes incendios -ya lo mencionamos en otro lugar-. En una palabra eran los cuidadores de los grandes espacios forestales, con la limpieza sistemática, diaria, porque diario era su problema de comer y dar de comer a los suyos. Y sin embargo eran perseguidos y en ocasiones apaleados y confiscado el fruto de su trabajo, pues ya sabemos los métodos, de algunas autoridades. Al final con el producto de ese oficio, facilitaban energía para calentar las mesas camillas, o las cocinas.
Me pidió José Manuel León, periodista radiofónico, que habláramos de los piconeros, en el programa Hoy por Hoy de la Cadena Ser en Radio Córdoba, pero estimo que hay una obra específica sobre estos profesionales de la energía, “Los Piconeros cordobeses”, de José Cruz Gutierrez, muy completa y entrañable, que va ya por la tercera edición y lo que procedería entonces es hablar de esa obra, en concreto, que es la que recopila anécdotas y la historia de estas personas con notable acierto, pero he estimado que podemos hablar de ellos, pero más que sobre ellos intrínsecamente, sobre lo que les rodeaba, que es mucho. Y vamos a dar un rodeo sobre los piconeros de Córdoba y las piconeras porque también, aunque no se nombren mucho, había mujeres en la profesión. Y son muchos los recuerdos que atesoramos, de esa época, algunos, de encendidos precisos del brasero, de carbón en las cocinas, que luego fue tornándose en petróleo, gas, etc.
Es cierto que existía un riesgo de fuego en las casas, si la ropa de la mesa se introducía en el brasero, o intoxicación si no extirpaban el trozo sin haber combustionado adecuadamente, el llamado “tufo” ya que era un asesino silencioso, sin apenas síntomas que avisaran. Yo me atufé una vez de pequeño, pues en el taller donde trabajaba, a los diez años, en un brasero de picón que tenía en una lata de atún de dos kilos, daba humo un tufo y me empezó a doler la cabeza. Parece que los mecanismos de alerta temprana evitaron daños mayores. Pero no ocurría siempre por la vigilancia de los que tenían a su cargo el brasero y la paleta del mismo. Una curiosidad, el brasero ha sido testigo en muchos lugares de manipulaciones eróticas de los novios al pelar la pava en la mesa de camilla, aprovechando el dormitar real o fingido de la suegra vigilante, eso ahora no ocurre porque los novios utilizan otros métodos mucho más cómodos.
La tarima, la paleta, el brasero -inmortalizado con un incipiente seno y piernas enseñando las ligas de la Chiquita Piconera, por Julio Romero de Torres- las enjugaderas de alambre, que servían para en primer lugar que no se metiesen los pies en el brasero y en otro para secar ropa. Y otra cuestión; se echaba en el brasero alhucema (lavándula o espliego), para hacer desahumerios. Mi madre decía que desinfectaba el ambiente, la verdad es que camuflaba otros olores, también quemaba cascaras de naranjas. Y se aprovechaba para secar y aromatizar la muda de ropa cuando te lavaban de pequeño en el barreño de cinc, a la vez que te cambiaban, una ropa perfumada de alhucema o lavanda y templada, y al mismo tiempo, como si de un conjuro se trataba, recitaban una especie de oración de la que perdí la letra que me facilitó, Rocío, una amiga.
Pero vamos de piconeros, aunque lo importante es dar la vuelta a lo que ya conocemos y hablar de lo que rodeaba a ese oficio que no se haya mencionado mucho. Otra curiosidad: En la plaza del Salvador, en una terraza de la casa de los Duques de Hornachuelos, en la calle del Arco real (actual Maria Cristina) estaba instalado un San Rafael que antes estuvo en la Albaida y en 1873 se lo trajo el Duque nieto, luego estuvo en la hacienda en 1850. Después estuvo en el ayuntamiento y doscientos años más tarde acabó en los Padres de Gracia delante de la fuente. Ricardo de Montis en el año 1929 decía: “Dos faroles alumbraban, durante la noche, a nuestro ínclito Custodio, y servían de faro a los cazadores que se perdían en las fragosidades de Sierra Morena, por divisarse aquellas luces, desde enorme distancia. La gente llamaba a los faroles los ojos del Conde.”
Dos piconeras, pues para muestra…
María Fernández Carmona “Mariquita”: Una piconera cordobesa, su padre no quiere que trabaje en el monte. Se casa con “Papelillos” Rafael García Benavente, y ejerce el oficio. En la guerra incivil, su marido fue detenido por “rojo” un terrible delito entonces. Ella ejerció todos los esfuerzos posibles y con la ayuda de su patrón, salvó a su marido de morir fusilado. Después no volvió a salir al monte.
Josefa Alonso Prieto “La Vinagra”: Otra piconera. Según José Cruz Gutiérrez era piconeras “hasta las gachas”. Hermana del piconero apodado “Juan Demonio”, se casó con Antonio Gutiérrez, el “Gordo Vinagre”, de quien hereda el mote. Se quedó viuda muy joven, y había que dar de comer a sus hijos. Ejerció el oficio hasta muy mayor 60 años, en esa época una mujer era mayor con esa edad, ahora no -yo me acuesto, es un decir, con una señora de setenta y algo-. Quedó ciega por cataratas a los 80 y murió desgraciadamente a los 97.
Tanto María, como Josefa, tienen una calle en las casitas alrededor al Jardín de los Poetas, y ya que pasamos por allí decir que si miramos el jardín desde una altura considerable podemos observar que el talento de Juan Serrano su diseñador, lo diseñó con forma de guitarra flamenca. Otros que tienen calle allí también son: Domingo Baños “Domingón”; Francisco Jimenez “Curreles”; Manuel Soro “Tinte”; y Alfonso Prieto “El Chiqui”.
Por regla general las mujeres eran viudas que necesitaban trabajar para alimentar a sus hijos. Ramírez de Arellano decía que las piconeras desde la Edad Media, eran citadas como mujeres fuertes, independientes y valientes, y citan el hecho guerrero en el que parece participaron en el siglo XIV en la defensa de la ciudad contra Pedro I El Cruel. Del que quedó constancia como Batalla de los Piconeros hecho que tiene una calle en la ciudad. Creo o estimo que como muestra vale con estas dos mujeres, pero había muchas, y ya no solo por trabajar en el campo, sino por ser las mujeres de los piconeros.
No quiero dejar pasar un verso de José María Alvariño, tipógrafo de La Voz de Córdoba, -“asesinado vilmente por las hordas fascistas del golpe de estado o revolución fascista de 1936”, copio la lápida que había en el trascoro de la Catedral y la adaptó en este caso diciendo verdades no falacias-. José María Alvariño era amigo de Lorca, y su estilo poético se asemejaba mucho al del poeta granadino, luego era nuestro Lorca local. Se editó un libro de sus poemas que se llama “Canciones Morenas” y hay un poema que se llama “Romance sencillo de la Piconerita”, y que cuenta la historia de amor con la mujer de un piconero que dice:"/Triste está la piconera, / no sé por qué se casó. / La piconerita guapa / no sabe lo que es amor.../ Su marido va a la sierra, / le hace de encina el carbón/ y si viene, en la taberna/ bebe vino alalimón. / Y no se arregla la cara / sabe que así me gustó / sin peinar rizos flotantes / y maquillada en tizón/."
Luego estaban los piconeros clásicos, los cantados en coplas el "Pilindo" y el "Manano", el “Retor” y otros muchos, las anécdotas a saber, alguna verdad y otras inventadas. El juego de los toreros famosos con ellos, -porque los menos famosos no tenían tiempo para las “gracias”, lo destinaban a sobrevivir- los abusos “graciosos”. Anécdotas que luego hemos visto más cercanas en el tiempo, te mato el borrico y te regalo una bicicleta, se decía de un torero famoso. El chocolate caliente; la capa de regalo; las becerradas; los viajes a la Villa y corte; entradas de toros a los guardias civiles… y un montón de etcéteras que el sentir popular les colocaba en su haber. Decían que los barrios dónde vivían eran San Lorenzo y Santa Marina principalmente, de acuerdo eran cercanos a la sierra, al campo, pero también los había en otros muchos barrios.
Por ejemplo un amigo, Pepe Paso, a raíz del anterior programa me dijo que su tío José Gordillo era del Cerro del Campo de la Verdad, y vendía el picón allí por la calle con un carro tirado por una mula. Luego se mudó a Santiago. Y hay una fotografía del que dicen fue el último, en la que se ve con un borrico en el San Rafael del Puente Romano. Y luego estaban las piconerías por los barrios, un portal negro con unas personas negras que lo único blanco eran sus dientes y los ojos. Que fueron reciclándose cuando salieron los infiernillos de petróleo. Lo cierto es que fue una profesión infame como las profesiones de abajo, que contribuyeron con su trabajo a que los demás tuviesen más confort en sus vidas, pero llegaron los árabes con su petróleo y se acabaron los piconeros.
Fotografías de autores citados
Bibliografía de los libros Piconeros cordobeses y Canciones Morenas y este Blog.