Azotea de la Sociedad de Plateros de la calle María Auxiliadora
No sé el año pero seguramente si yo andaba por los seis u ocho años, sería 1956 o sus alrededores. Luis el hijo mayor de Juana “La Jeringuera” se casaba, era muy amigo de mi primo Cándido. Juana tenía dos hijos, Luis y Paco. Ella era viuda y vivían en esa casa de la esquina con la Judería, en el 2 de Torrijos, que era un verdadero tubo, planta baja; portal, puesto y dos puertas a dos calles, Judería y Torrijos, dos habitaciones encima y azotea. Toda escalera. Algunas casas de la calle de la Feria y el Portillo también eran así, escaleras que accedían a las habitaciones por las que se pasaba. Me refiero a algunos prostíbulos, por lo que el que subía al piso superior pasaba por una habitación donde estaba ejerciendo el oficio más viejo del mundo una pupila y un cliente. Lavabo jarra y una cama por todo mobiliario.
Sociedad de Plateros Maria Auxiliadora (Autor desconocido)
A pesar de que a mí me llamaba la atención el inicio de la escalera de la casa de Juana, nunca había subido, ni pedido subir, aunque Juana no era muy sociable. Desde mi reja se veían los balcones pero nunca estaban abiertos suficientemente, para ver cómo estaba distribuido el interior. Siempre decían los nenes que a Juana se le acabarían pegando las tripas del calor del perol de los jeringos. En Córdoba son jeringos o tejeringos en Málaga, lo que en el devenir del tiempo a la gente les ha venido en llamar churros. Un enorme perol de un refrito aceite, donde con una especie de jeringa gigante se dejaba caer la masa y en un elegante giro, como anudando el aire, se cortaba para que hiciese la rueda, de ahí el nombre de jeringos.
La jeringa metálica se sujetaba con ambas manos desde unos mangos y el émbolo de madera se empujaba con la axila, cuando se agotaba la masa se rellenaba con una pala de un lebrillo que siempre estaba tapado al lado. Luego unas hábiles maniobras con unas largas agujas metálicas, con un sonido peculiar, con las que se les daba la vuelta pera que frieran por todos sitios por igual, y después al escurridero, metálico también con agujeros, donde estaban los pizcos quemados extraídos del perol con una paleta. Para finalizar, de un manojo de juncos del río, se extraía uno y se ensartaban en él las ruedas, anudándolo o dándotelo para que sujetaras las dos puntas. Servido el producto. Mi tía Rafaela también fue jeringuera y yo conocía de cerca un puesto de jeringos, ella lo tenía en la "Plazuela de las Gaseosas".
Haciendo jeringos (Autor desconocido)
Esa mañana había actividad en la casa, pues se celebraba la boda del hijo mayor. Juana estaba vestida con las ropas de domingo, acostumbrados a verla con el delantal siempre, nos llamaba la atención. No recuerdo haber asistido al Sagrario de la Catedral a la ceremonia religiosa, seguramente mis padres sí. Siempre lo he dicho, mi madre que hoy cinco de marzo hacen 23 años de su muerte, y 102 de su nacimiento, murió sentada en su sillón, era una mujer muy elegante y destacada para su tiempo.
La casa del fondo a la derecha era la jeringuería de Juana
Lola, mi madre, destacaba de las demás mujeres del barrio, vestía más moderna que todas, menos en los periodos de luto familiar, que también lucia. La abéñula, el carmín, colorete y Maderas de Oriente de Mirurgia, como perfume, formaban parte de su arreglo habitual, zapatos de tacón y vestido de capa estampado, y chaqueta incluida. El trabajar fuera de casa, en la calle Jesús María de peluquera de señoras, hacía que por su atuendo y arreglo pareciera más joven que las mujeres de su edad, con vestidos negros y toquillas de vieja en invierno.
Mis padres por Blanco Belmonte
Lo que no se me olvida nunca es donde se celebró la fiesta, vamos la comida esperada. En la azotea de la Sociedad de Plateros de la calle María Auxiliadora. En ella estaban distribuidas las mesas. Corría el vino de la casa y gaseosas muy cargadas de carbónico para los nenes, a los que nos salía por la nariz los efluvios del gas, a cada trago. Lo más llamativo era ver como las mujeres se guardaban la comida de los platos en los bolsos, bien liadas en los pañuelos o en papeles. Las croquetas y el salchichón desaparecían como por arte de magia y pasaban a los bolsos. Era la tónica habitual no dejar nada en los platos. Eso sí había uniformidad para repartir las cantidades uniformemente. Si te comías una croqueta sabías que tres, por la parte más corta estaban en el bolso de tu madre y luego frías la comerías en tu casa, y las ruedas de salchichón podían formar parte de un bocadillo después. Preguntaba por qué guardaban la comida sin entenderlo, y la respuesta podía ser un que te calles y a lo peor un cogotazo.
El puesto de jeringos de mi tía Rafaela
Los recién casados ajenos a todo, estaban en la prefijada presidencia del acto, una mesa desde la que se divisaban todos los invitados, la suegra de la novia, Juana “La Jeringuera” muy relamida con su moño bien peinado comía dificultosamente seguramente por las carencias dentales. Pronto nos dieron libertad a los pequeños, dejamos a los mayores con sus cosas, y nos fuimos a corretear la casa, escaleras abajo, patios y sobre todo asomarse a la calle desde la baranda de la azotea. Y después de noche, calurosa porque era verano, andando como era lo habitual hasta nuestra casa de la Mezquita, con un bolso cargado de viandas de la boda del hijo de Juana "La Jeringuera".
Fotos del archivo personal, y otras sin autor conocido
Bibliografía de la memoria.
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