Tuve que ir y lo hice andando, a la Subdelegación del Gobierno a hacer acto de presencia para el Certificado electrónico de la FNMT. Allí trabaja Rafael Sánchez un buen amigo y excelente profesional. Me trataron muy correctamente, incluso excediéndose, muchas veces cree uno no merecer cierto trato, pero es que los funcionarios no son como los pintaban en la Codorniz, tengo pruebas fehacientes de como son los de la Tesorería de la Seguridad Social, en Tejares, en Córdoba de Veracruz, en Carlos III, y en Cañero Viejo y lo son de una puntuación diez.
La vuelta a casa, fueron esa mañana, entre la visita a mi amigo Antonio, mancebo de una farmacia de Cañero, en la calle donde se acababa y se hacía huertas, cuando no estaba San José Obrero construido, once kilómetros. Me dijo que estaba más gordo, así fríamente sin ambages, es que es verdad, el confinamiento me ha bajado el PSA (esto no tiene nada que ver) y me ha subido el colesterol, yo que he tenido siempre niveles envidiables, esperemos que la fase 3 nos permita coger el tono muscular y bajar los niveles del colesterol. Pero la báscula, como el algodón, no engaña.
Cardenal Herrero antes de la Puerta del Perdón
Se nota en las calles y los bares, una tranquilidad que gusta, a pesar de que supone la decadencia de muchas familias. Una cosa es la percepción de las calles y la ciudad tranquila y otra lo que debe ser. La Calleja de la Luna la pasas sin que te empujen los turistas. Cruzas Tomás Conde y miras a ambos lados y no ves a nadie, te acuerdas de Segorbe, el practicante y su bicicleta. Eran las doce y media de la mañana. Miras donde estaba la puerta falsa del Hospital de Incurables de San Pedro Alcántara, la bonita se la llevaron a la Diputación, menos mal. Nadie por la calle. La plaza de Judá Leví sin mesas y con el paso franco, el triunfo de los cordobitas de geranios y arquitos sobre un edificio que era como la Pirámide de Cristal del Louvre, una obra de arte en un entorno de gitanillas y cal.
Y pensar lo que era esa plaza antes de que se construyera la primera casita de Turismo Municipal. La casa de vecinos, donde está la oficina, la de Luis Bueno y familia, del rincón, la Casa de la Sal, la de los Alvear, el criminal Monte de Piedad, la lechera María Valle, esposa del gallego de la Uva. El siniestro Auxilio Social. La Judería y Deanes sin colganderas de zoco de medina. Cardenal Herrero antes de la Puerta del Perdón, las casas de los Criado, la de mi madrina, la de los Aparicio, la nuestra, la del cura orondo que “si hubiera comido chinos del río, no hubiera estado tan gordo el tío “joío”. La Puerta del Perdón y el Patio de los Naranjos.
La torre con colgandero religioso y la calle sur del patio, engalanada de macetones, vallas y colganderos púrpura, residuos del Corpus. Sola destacaba la Fuente del Cinamomo. Todo solitario, aunque se podía acceder a la Mezquita o Catedral según quien entre. A un cura no tan orondo como el otro -pero también más o menos como quien suscribe, según Antonio el mancebo de Cañero- le hacían una entrevista, con mascarilla. Escuché solo los agradecimientos y pensé, se pasa el periodista en los halagos. Santa Catalina, fuente seca. Comercio de Manolín Soriano hijo cerrado, iba con la pretensión de pararme. Manolin Soriano padre nos dejó. A un lado la antigua calle de la Grada Redonda, a otro la del Sol, ambas solitarias, son Magistral González Francés.
Martínez Rücker, la casa de mi tía Encarna, que no era de mí tía sino alquilada por quienes a pesar de ser casi familia, la habían tenido de criada hasta la muerte de la última de la estirpe, cuidándola y alimentándola, la señora venida a menos, pero Señora, como la llamábamos. Las películas de época, los guionistas no exageraban. La casa que le “alquiló” a su mantenida -pues no le dejó nada, a la que le quitó las babas en la vejez, y le alegró su vida en la juventud- el famoso veterinario. Las señoras “mantenidas” eran un subterfugio de una sociedad cristiana hipócrita, eran un residuo de tener las mujeres que pudieran mantener en árabe, mientras la “favorita” o la oficial, miraba para otro lado, eso sí para las cuestiones sexuales con camisón con agujero, como en el Gatopardo.
Luego la fachada orientalista de la casa de mi amigo, que por fin está acabada. "La Ermita Suites", creo que debía ser el Calvario Suites, por todo lo que ha pasado y las dificultades que le han puesto y, para rematar la pandemia. Es el negocio de su vida pero vaya tela, de toda su vida y más. Si por lo menos le hubiera servido el aceite del farol que se encontró Diego de la Rocha, albañil, que reparaba la Ermita de la Concepción, y fue ungüento milagrero, pero ni eso, todo dificultades. No sé si aprovechara turísticamente el hecho concreto que le dio fama a la Ermita y su recuerdo, pero no deja de ser una historia, historieta para mí, que gusta a la gente. Una imagen y unos farolillos de aceite son suficientes. Pero desde el cariño, no vayamos a que haya algunos abogados cristianos por ahí y me acusen de atentar a los sentimientos religiosos de alguien.
Zapatería Vieja, la tienda de ultramarinos Juanele, los padres del amigo de Paco Madrigal con el que viajó a Nueva York. Donde comprábamos los anzuelos, que nunca usábamos de nenes, y los sobres de harina de Algarroba, que era un suplicio quitártela del paladar cuando se asentaba en él. Luego Cardenal González y las mujeres de la vida, como decía mi madre, y el cariñoso acoso que me hacía Carmen, una dueña, cada vez que pasaba por allí con entrada al negocio obligado, para la inspección visual de las trabajadoras -ahora se llaman del amor, pero antes eran simplemente putas-, de mis ojos y pestañas. Yo las llamaba de señora y de usted, porque verte en medio de señoras medio desnudas con nueve o diez años daba un cierto respeto.
Calle de La Feria cruce, el balcón donde ponían el número del sorteo de los ciegos todas las noches. El cine hoy centro de salud moderno. La Posada de la Herradura, el Bar los Portalillos entonces de Millán, un pajarito. El Potro y el triunfo del francés Verdiguier, trasladado de San Hipólito. Pero todo solo, sin gente. La casa que fue refugio de ciegos, ahora preciosa, remodelada con gusto. Grajea la calle donde vivió la prima de mi madre y su familia, la rubia, que fue oficiosamente suegra de Manuel Benítez por culpa de su nieta. Aquello se calló pero fue sonado, pienso que era menor la madre cuando el del salto de la rana “abusó”, pero la familia lo aceptó y mi prima tercera también. Esta chavala era muy llamativa.
Bodegas Campos. La tabernilla de Hernández el padre del mejor grabador que ha tenido Córdoba, Pepe Hernández. Cinco Calles, la barbería de mi consuegro, el malogrado Pepín Muñoz, que luego fue casa del escribano “más pá yá, que pá cá” también malogrado. El Seis de las cinco calles. Carlos Rubio y Los Mosquitos, hoy más arriba en la calle del Baño. Mucho Trigo y esquinas de espera de amores. D. Rodrigo y San Pedro, otro enorme bar en la esquina y a la derecha la calleja Valderrama, recuerdo de primeros besos. La Palma, las ventanas del colegio y los jazmines. Plaza del Conde de Gavia y el convento donde nos vendían recortes de hostias. Cine Andalucía.
Frente, la casa de mis padres de recién casados, en la calle S. Eloy, integra desde la explanada del cine, menos mal que se ha podido recuperar para el barrio. Una parte para juego de mayores, petanca a pleno sol eso sí. Y una pared decorada modernamente. Pero todo solo. Eché de menos que hubiera unos servicios en lo que fue cine, por aquello de la próstata. Me acordé después, con lástima, de la pobre moto Guzzi Hispania del funerario, que estaba más gordo que yo, el doble. Luego del puesto de quiquis de San Bartolomé, de una señora a la que iba a comprarle los tebeos de Superman, de la editorial Novaro de México, que murió riquísima con el dinero en el colchón.
Pared decorada
Fotografías del autor
Bibliografia de los recuerdos
Bonito "Paseo por Cordoba", Paco. Que se repita!
ResponderEliminarPero tus fotos son maravillosas. Muchas gracias Paco.
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