Cartel
Una nueva muestra sobre Murillo en Córdoba, "Murillo, excelentísimo" y el anuncio de la prolongación de la que está presente “La Estela de Murillo” en Córdoba, hasta el día 20 de enero. Modesta desde luego si la comparamos con la del Bellas Artes de Sevilla, pero grande porque por lo menos quien no pueda viajar a ciudad vecina, puede documentarse bien en la suya. Grande, porque el detallado y costeado mini catálogo de “Murillo, excelentísimo”, nos enseña muchas cosas del pintor. Los literarios y científicos textos de: Pablo Hereza el comisario, y las aportaciones sin duda muy interesantes de, María Álvarez-Garcillán, Jaime García-Máiquez, Benito Navarrete Prieto y José Luis Romero Torres, le añaden calidad a las fotografías. Sin olvidar a los muchos que han colaborado en él. Hay otros catálogos para primaria y secundaria.
Ya llamaron al pintor sevillano en 1683, Excelentísimo, por sus méritos y su ejemplo, por lo que llamárselo ahora no es nada nuevo. Cuatro grandes secciones, por citarlas de alguna manera, son la división de la muestra; Vida, Ingenio Convicciones y Contexto, nos permiten conocer mejor el personaje, de la Sevilla de hace cuatro siglos. A mí me han aclarado algunas dudas, bastantes, porque decir algunas puede parecer que estaba bien documentado y es que no. He conocido el número aproximado siempre, porque es difícil el real, de las obras que se le conocen, 426 (400 en lienzo, 20 en tabla, 5 en cobre y una en piedra volcánica).
He sabido como funcionaba el aprendizaje, “casa, comida y ropa”, le daba el maestro, que seguro el no la necesitó en sus clases por ser de familia acomodada, y los alumnos, y aquí está el quid de la gran producción, casi industrial, “el dicho arte bien e cumplidamente según e vos lo sabéis sin encubrir dél cosa alguna” y el que el alumno debía hacer todo cuanto se le mandaba, eso sí: “que le sea onesto e posible de hazer”, como María Álvarez y Jaime García citan en su aportación. Como he dicho a mí me aclara dudas desde luego. O en el aspecto religioso que 73 organizaciones del ramo había en Sevilla, 45 masculinas y 28 femeninas, que ya son, por lo que el espectro espiritual lo llenaba todo. Y los talleres familiares paralelos a la exposición con el título, Murillo online, concretamente los sábados 12 y 19 de enero, a las 11:30 y a las 13:00, dirigidos a familias con jóvenes de entre 10 y 15 años.
Los textos del catálogo:
"MURILLO, EXCELENTÍSIMO
Desde que se editara en 1683 en Núremberg, un año después de su fallecimiento, la primera biografía de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682.), los juicios emitidos durante cuatro siglos sobre el pintor han quedado anclados a la excelencia de su propuesta artística. Así lo califica Joachim von Sandrart en la mencionada publicación, «hombre, por su ejemplo y por sus méritos, excelentísimo», convirtiéndose en el artista español más conocido en toda Europa, acompañando a su pintura elogios que perduran hasta nuestros días.
Sin embargo, indicar exclusivamente la excelencia de una obra artística, describirla o adjetivarla, no parece la mejor forma de conocerla, ya que el entendimiento puede quedar marcado por juicios subjetivos ajenos, variables en cada momento y época. Este proyecto divulgativo, vinculado a la selección de obras efectuada por el Museo de Bellas Artes de Sevilla para la exposición Murillo, IV centenario (28 de noviembre de 2018 - 17 de marzo de 2019), conmemorativa del nacimiento del pintor, pretende analizar algunos factores objetivos que demuestran la secular excelencia de Murillo, ampliando el eco expositivo en los distintos museos de Andalucía.
A partir de cuatro secciones interrelacionadas, Vida, Ingenio, Convicciones y Contextos, se analizan transversalmente algunos rasgos de la memoria que perdura de Murillo, la capacidad de abstracción y técnica del artista, las ideas que subyacen y se adhieren a sus pinturas y, por último, los entornos sociales con los que se relaciona durante su producción, de tal manera que con estas herramientas el visitante pueda caminar con reposo e independencia junto a algunas reproducciones de sus obras, redescubriendo a un pintor a veces sepultado por una fama que ha trascendido generaciones y fronteras.
En cualquier caso, no es el objetivo ni la meta de esta concisa exposición divulgativa convencer al espectador de la excelencia de Murillo, sino simplemente y, quizás más importante, suministrar algunos argumentos que permitan la elaboración de juicios propios, profundizando el visitante, si así lo desea, en la experiencia estética de los originales de la muestra conmemorativa o conservados en los museos de todo el mundo.
VIDA
Murillo nace en Sevilla, a finales de diciembre de 1617, en una familia acomodada, aunque con apenas nueve años queda huérfano, aliviando la pérdida parental con la herencia recibida de las casas natales y la tutela de su hermana y cuñado. De esta manera, Murillo va a conocer las ventajas de la empresa familiar barroca, un tejido de relaciones, afinidades, ayudas y protección de unos con otros, formalizadas de manera protocolizada, que aborda los proyectos, vicisitudes, contingencias y amenazas de la pobreza con una ambición colaborativa.
A la respetable edad de veintiocho años y tras el éxito obtenido con los primeros encargos, Murillo contrae matrimonio con Beatriz de Cabrera (2622-1663), del que nacerán diez hijos, todos apadrinados por personajes principales de la ciudad, sobreviviendo a la muerte del pintor solo tres, circunstancia vital trágica que paradójicamente no se traslada a su pintura, siempre abierta al sosiego y a la esperanza. Sin retomar nueva vida marital, algo inusual en la época, Murillo se vuelca en el trabajo artístico de forma desenfrenada, coincidiendo con su época más madura de la década de los sesenta, cuando desarrollará los encargos más conocidos de la iglesia de Santa María la Blanca, conventos de San Agustín y Capuchinos, catedral o hermandad de la Santa Caridad.
En toda su trayectoria, se observan los esfuerzos por el cuidado familiar a través de diversas actuaciones que aminoraran los riesgos de la pobreza, sustentadas en los importantes ingresos económicos recibidos a lo largo de su vida, ya sea por la actividad artística, obteniendo precios hasta ahora desconocidos, gracias a la excelencia y exclusividad de su pintura, ya por la gestión del patrimonio familiar y las oportunidades del comercio americano, invirtiendo parte de su capital en aprovisionar navíos o enviar mercaderías y consumibles. Estas acciones mercantiles permiten a Murillo acercarse a influyentes familias como los Neve, Mañara, Omazur o Van Belle, algunos protagonistas de retratos o comitentes de encargos públicos y privados.
En los dos autorretratos conservados de Murillo, acción creativa y género artístico perteneciente a la esfera más íntima, alejada de los convencionalismos del retrato de encargo, advertimos la intencionalidad en la utilización del engaño o trampantojo, demostrando no solo el alto grado de perfección técnica, sino la propia estima como hacedor de artificios ilusionistas. Su prestigio y fama en vida se acrecienta con su fallecimiento en Sevilla en 1682, grabándose a partir de estos momentos diversas estampas que recogen o interpretan su imagen como personaje histórico.
La primera, basada en el Autorretrato con valona, fue encargada en Amberes por el comerciante Nicolás Omazur (1641-1698) al grabador Richard Collin (1626 - h. 1697), con una intencionalidad de homenaje al admirado artista, a través de un medio, el grabado, común en el mundo flamenco y de escaso reconocimiento en España. Fue adaptado en 1683 para la ‘Academia nobilissimae artis pictoriae’ de Joachim von Sandrart (1606-1688), acompañado de una breve biografía fabulada de Murillo. En el siglo XVIII, se abrirán distintas estampas, como la de Juan Bernabé Palomino (1692-1777), grabador de cámara y primer director de Grabado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, con una importante difusión si juzgamos su utilización en un lienzo de Pedro de Acosta (+ 1756). En las abiertas por Benedetto Eredi (1750-1812) y Manuel Alegre (1768-1815), se asocia respectivamente al pintor con la ciudad de Sevilla y con el símbolo del aprendizaje académico, como fundador en i 660 de la Academia del Arte de la Pintura. Otras, como la de Henry Adlard (1828-1869), ya se incluyen en libros y revistas ilustradas europeas y americanas.
Por otra parte, la pintura de Murillo se encuentra en el origen de la protección patrimonial en España, conciencia despertada a partir de la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1744, foro ilustrado de denuncia del notable perjuicio que padece la nación con las numerosas exportaciones, solicitando a Carlos 111 en 1761 medidas de protección similares a las de otros pueblos cultos. Estas primeras actuaciones llegaban tarde para muchas obras, caso del Autorretrato con valona, cuya temprana salida de España, hacia 1772, no se vio impedida por ninguna normativa. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XIX el Autorretrato con golilla sí estaba protegido por la incipiente legislación, con normas específicas que prohibían la exportación de pinturas de Murillo, provocando que las ventas se hicieran con sigilo o fueran acompañadas de argucias como la realización de copias que ocultaran las transacciones de los originales. Estas pérdidas se vieron agravadas por el expolio napoleónico y las primeras desamortizaciones, por otra parte, mecanismos de formación de los museos públicos que hoy conocemos.
INGENIO
La creación artística puede definirse como una obra producto del ingenio o de la inventiva, elaborada con unas características estéticas y técnicas que permitan el aprecio y la estimación ajena. Uno de los pilares de la excelencia de Murillo es el ingenio, una especial facultad y facilidad para la invención, mostrada desde muy joven con una gran habilidad y superioridad en el dibujo, la expresión material más cercana a la fugacidad de una idea, y paulatinamente, con los procedimientos pictóricos. Esta será la base del éxito que fundamenta sus propuestas artísticas, algunas de ellas convertidas en ¡cónicas, como esta dedicada a Jesús Niño a modo de El Buen Pastor, iconografía de gran éxito entre la clientela del siglo XVII por su potente contenido devocional, asumida por Murillo desde una extrema delicadeza y amabilidad.
Gracias a un dibujo conservado en el Museo Nacional del Prado puede descubrirse la estructura mental del artista para conformar la primera idea del lienzo, abordando en la misma hoja dos puntos de vista de la composición, resultando para nosotros un conjunto aparentemente entrelazado y confuso, pero que demuestra la claridad con la que la concibió el artista. Unos cambios que se producen también directamente en el lienzo, conocidos gracias al examen técnico, que muestra, a través de la reflectografía infrarroja, la cercanía de la primera idea del lienzo con el dibujo. Por otra parte, la capacidad de invención de Murillo no excluye el conocimiento de fuentes grabadas, adaptando la figura del Cupido profano del florentino Stefano della Bella (1616-1664) a la cristiana de El Buen Pastor, ni, desde luego, el conocimiento y homenaje a la cultura clásica a través de la representación de elementos arquitectónicos en ruinas que acompañan algunas de sus obras.
Si en algunas ocasiones Murillo plasma las ideas previas de una composición en el dibujo, en otras aborda directamente el asunto a través de pequeños borrones o bocetos al óleo, como en La disipación del hijo pródigo, perteneciente a una serie de seis cuadros conservados en la National Gallery of Ireland de Dublín, encargados probablemente por un comerciante extranjero instalado en la Sevilla americana. Dedicada a esta parábola evangélica, es un ejemplo único en España de pintura narrativa, representando las escenas de la reclamación de la herencia paterna, el abandono del hogar, la vida licenciosa, el rechazo de las prostitutas, el arrepentimiento y el regreso al hogar familiar del hijo pródigo.
Para esta serie de Dublín se conservan cuatro borrones en el Museo Nacional del Prado, documentándose además diversas copias de estos bocetos, testimonios del éxito de estas pequeñas composiciones en el mercado del arte. De la comparación del borrón autógrafo del Prado y el lienzo definitivo de Dublín, pueden advertirse las modificaciones y variantes que Murillo consolida o rechaza en una y otra composición, un proceso creativo paulatino ejecutado con la misma técnica, donde solo difiere el tamaño de las obras y el grado de perfección y terminación de que el autor dota a cada una de ellas. Murillo escenifica el asunto mediante un lujoso banquete cortesano presidido por el pródigo, en el que se simbolizan atenuadamente dos de los pecados capitales cristianos, la lujuria y la gula, a los que había sucumbido dilapidando su herencia. En definitiva, una representación con un sentido moralizante, dedicada a las decisiones erróneas que provocan, con el paso del tiempo, un desengaño que solo puede ser superado mediante el arrepentimiento.
CONVICCIONES
La excelencia de la creación está determinada por la convicción y motivación del artista en un contexto cultural determinado. En el caso de Murillo, a través de unas acusadas creencias religiosas documentadas desde muy joven, satisfechas con distintos acercamientos y búsquedas de vías espirituales, extremas en el cumplimiento de la principal virtud cristiana para la mentalidad barroca: el ejercicio de la caridad.
Esta adhesión se desarrolla además en el gran teatro dulas religiones de la ciudad de Sevilla, donde setenta y tres congregaciones, cuarenta y cinco masculinas y veintiocho femeninas, disputaban por diferenciarse en la conversión de almas, captación de limosnas y alivio caritativo de la pobreza. Por tanto, no debe extrañar la especial dedicación de Murillo a la pintura religiosa y que esta monopolice la mayor parte de su acción artística, vehiculando los intereses propios, convicciones, y ajenos, intenciones, a través del arte de la pintura. Una especial sensibilidad, además del mencionado ingenio, le permitieron plantear novedosos modelos devocionales, por ejemplo, los dedicados a la Inmaculada Concepción o la Virgen con el Niño, de gran éxito en el mercado de iglesias, conventos y oratorios privados, sin olvidar otros personajes sagrados y santos, modelos virtuosos de fe, esperanza y caridad, que proporcionaban acciones balsámicas y consoladoras para los fieles.
Las pinturas narrativas de Murillo que desarrollan diferentes historias evangélicas frecuentemente están ligadas a comitentes religiosos, aunque a veces encontremos alguna obra, como esta dedicada a Las bodas de Caná, encargo de uno de sus principales clientes y amigos, Nicolás Omazur (1641-1698), comerciante de tejidos procedente de Amberes, asentado con su familia en Sevilla desde los catorce años. Con numerosas figuras y aparato, es uno de los pocos ejemplos en Murillo de utilización de un tema evangélico con los comitentes representados, ya que probablemente fuera encargado para celebrar el matrimonio de Omazur en 1672 con Isabel Malcampo, al recordar las fisonomías de los novios algunos rasgos de los retratos conservados de ambos.
Es una obra inédita en su producción, no solo por las escasas dedicadas a la vida pública de Jesús, sino por la riqueza compositiva de formas y texturas, aquí adornando su primer milagro, cuando convierte el agua en vino durante una boda en Galilea acompañado de su madre y discípulos. Murillo representa a los esposos ataviados con ricas vestiduras orientales en el centro de la mesa, atendidos por el numeroso servicio que pugna por ordenar el trasiego de platos y fuentes, mientras Jesús ordena a otros rellenar unos cántaros de barro con agua que el milagro tornará en vino. En el primer término, a la izquierda, el pintor muestra sus habilidades en la ejecución de un bodegón, en una mesa cubierta con una tela chinesca, con una rica jarra y bandeja labrada. La obra pasó de la colección de Nicolás Omazur, documentada en sus inventarios de 16go y 1698, a su hijo, donde fue adquirida por un coleccionista de Bruselas, pasando posteriormente en diferentes ventas y subastas por París y Londres, hasta que ingresó en 1947 en 'he Barber Institute of Fine Arts, Birmingham.
«Ítem, un lienzo grande que contiene donde Nuestro Señor Jesucristo labró el primer milagro en las bodas de Caná, que tiene veinte y cuatro figuras y aparato de la mesa, pintura original del dicho Murillo, con su moldura ancha y entallada con campo oscuro.» Inventario de Nicolás Omazur de 15 de enero de 1690, A.H.PS. Protocolos notariales, Oficio 16, 1690, libro I, fols. 776-780 [// fol. 7771. «Primeramente, un lienzo de tres varas de ancho y dos varas y media de alto con moldura ancha entallada con campo oscuro, que contiene donde Nuestro Señor Jesucristo obró el primero milagro en las bodas de Caná, que tiene veinte y cuatro figuras y aparato de la mesa, pintura original de mano de don Bartolomé Murillo.» Inventario de Nicolds Omazur de 26 de junio y 8 de julio de 1698, A.H.PS. Protocolos notariales, Oficio 16, 1698, libro II, fols. 385-393 [// fol. 3851.
CONTEXTOS
Murillo desarrolla la excelencia de su pintura en tres contextos ciudadanos; el principal y mayoritario, el comitente religioso, a través de iglesias y conventos, cuyos resultados pudieron observarse en la sección anterior, Convicciones. Otros dos se desenvuelven entre nobles o comerciantes, a los que visualiza desde el orgullo del linaje o del trabajo, además de distintos personajes cotidianos que esconden, en algunos casos, un evidente sentido moralizante. Murillo entiende el retrato asociado al mérito otorgado a la persona, por el reconocimiento que inspira o las cualidades que adornan su personalidad. Así lo asume el propio pintor en sus autorretratos, testamentos artísticos legados a la posteridad del orgulloso ejercicio pictórico y de su inserción en un relato histórico de una ciudad.
En los retratos existentes de nobles, comerciantes y clérigos, vemos cómo Murillo refleja sin disimulo los méritos de los blasones familiares, las actitudes seguras por el próspero ejercicio comercial en la Sevilla americana o las ambiciones de personajes en los inicios de su carrera eclesiástica. Retratos que recogen el entorno comitencial de los encargos recibidos, de personajes cercanos o vecinos del pintor, o de socios en los negocios de la carrera de Indias, en cuya financiación participaba Murillo gracias a los importantes ingresos obtenidos con sus pinturas y sus habilidades en la gestión del patrimonio familiar.
Paradójicamente, Murillo refleja la vanidad barroca, aunque conocemos por sus noticias documentales su rechazo personal a la misma. Un último contexto está presente en algunos lienzos dedicados a mozas y muchachos, escenas cotidianas donde los personajes comen, ríen, juegan o trabajan, ejecutados puntualmente por Murillo y que, ante la excelencia de la novedad, se exportan tempranamente de España por la alta estima que alcanzaron estas pinturas del Moriglio, Morillo o Morillo, como era denominado por los coleccionistas europeos.
En los primeros inventarios españoles, conviene advertir que estos personajes son descritos por sus edades, con denominaciones sin connotaciones peyorativas, como vieja, moza, zagaleja, muchacho o chulillo, actuando como nombres propios. Además, ya no son las precedentes «figuras ridículas» con «sujetos varios y feos para provocar a risa», como eran calificadas en tiempos del pintor y tratadista Francisco Pacheco, maestro de Velázquez, sino protagonistas infantiles agraciados físicamente, con actitudes alegres, gallardas, fuertes, dignas y animosas. Sin embargo, Murillo los sitúa fuera de los límites físicos de las murallas de la ciudad y de las calles articuladoras de la protección otorgada por la casa y el hogar, en lugares ocultos y solitarios donde pueden surgir socios para fines ilícitos.
Si el pecado se presenta en la mentalidad barroca como la perdición humana mediante el desorden y la confusión, no podría descartarse que la representación de esta conciencia se efectuara a través de unos personajes infantiles amenazados. Esta novedosa lectura de algunos de estos lienzos advierte la tensión entre la inocencia y los contextos ajenos al orden establecido de la calle y la ciudad, complementada con las actividades ejercidas, interpretadas como escenas cotidianas, juegos de apuestas, intercambios de mercaderías, glotonería infantil o miradas femeninas alegres. Sin embargo, estas acciones podrían reflejar la obsesión barroca ante los pecados capitales, por ejemplo, la avaricia, pereza, envidia, gula o lujuria, de tal forma que estos cuadros deberían entenderse como alegorías o sermones morales que advierten de los riesgos de corrupción de la inocente alma humana cuando se aleja por el pecado del orden establecido por Dios y su Iglesia.
En cualquier caso, Murillo demuestra la excelencia a través de una personalidad abierta a nuevas experiencias pictóricas, asentada no solo en las convicciones, sino en la semilla de los primeros lienzos dedicados a la generación de los huérfanos e hijos de la peste, epidemia que asoló Andalucía en 1649."
Hasta el 20 de enero, ojo, que aunque sea cuesta arriba se pasa pronto. En la planta baja Sala de la derecha y capilla. La Estela de Murillo arriba en la Sala de exposiciones temporales
"Horario: Del 1 de julio al 31 de agosto: Martes a domingo y festivos de 09:00 a 15:00. Lunes cerrado, excepto los lunes víspera de festivo (abierto con horario de festivo). Del 1 de septiembre al 30 de junio:Martes a sábado de 09:00 a 21:00; domingos y festivos de 09:00 a 15:00. Abierto todos los festivos, incluso los locales. Cerrado 1 y 6 de enero, 1 de mayo y 24, 25 y 31 de diciembre. Lunes cerrado, excepto los lunes víspera de festivo (abierto con horario de festivo)."
NOTAS DE PRENSA
Fotografías del autor y del catálogo, algunas de la prensa.
Bibliografía y textos del catálogo
Bibliografía y textos del catálogo
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