El pasado día 27 de junio, cuando me disponía al paseo serrano matinal, seis de la mañana, se me presentó un dolor abdominal intenso, extraño, tipo cinturón, partiendo del epigastrio, extraño por no haberlo sentido nunca de esa índole, que me hizo pensar o que se debía a un proceso digestivo serio o a otro de índole cardíaca. Como no cedía, después de haber intentado un remedio de una tisana de manzanilla, e incluso la administración de un vasodilatador de urgencia (Cafinitrina), desperté a Conchi y le dije que pensaba que debíamos ir a Urgencias de la Ciudad Sanitaria. No la consideraba una urgencia de las Setas, esa que utilizamos para colaborar en el desbloqueo de las otras.
Cogimos el coche (mal hecho por el posible riesgo personal en el que no pensé) y nos presentamos en Urgencias, poco personal por lo intempestivo de la hora, mucha amabilidad, radiografía, análisis de sangre y primer diagnostico, Cólico biliar. Le dije a la doctora (muy joven), es la primera vez que vengo a una urgencia médica, y ella me dijo y yo también es la primera vez que trabajo en el turno de urgencias. O sea dos novatos. Como estaba el cambio de turno, la confirmación del diagnóstico la hizo la doctora del entrante, que con una disminución del dolor, nos mandó a casa.
Vuelta a primera hora de la tarde a Urgencias porque el dolor se incrementaba y no cedía a los analgésicos, tipo Buscapina. Otra doctora, lo primero fue calmar el dolor, que lo consiguió, en este caso con un conglomerado opiáceo (Tramadol) pero no le interesaron nada los análisis anteriores, en una palabra los hizo todos de nuevo y al final, cuando el dolor había remitido, el diagnóstico real, una pancreatitis producía por un cálculo cabrón escapado de la vesícula, que tapa el conducto pancreático. Inmediatamente el ingreso y lo primero la visita de otra doctora, en este caso de Digestivo que nos comunica el alcance y la gravedad de la crisis.
Solución, dejar descansar al páncreas, por lo que procede acoplarte los sueros, para mantener mínimamente alimentado e hidratado y no beber ni agua. Así dos o tres días, hasta comprobar el alcance del daño que podría haberse producido en el esencial órgano. Un TAC para comprobar esos extremos, que afortunadamente eran aceptables. Una ecografía para confirmar la "cantera", o el yacer con albañiles como el chiste, que era mi vesícula biliar y catorce días de hospitalización con una dieta de tolerancia, durante la que he probado pescados rarísimos, como tilapa, fogonero y otros allende los mares y carnes como el pollo.
Acompañado de un caldo con apio y poco más. Me lo he comido todo, porque tanto que hablan de la dieta de los hospitales, a mí no me ha parecido mala. Manifestar también que, el personal, tanto auxiliar, como ATS, incluido el de la limpieza, están trabajando al límite de sus posibilidades profesionales, por mor de una cosa que llaman productividad los directivos, pero que no me coge en la cabeza como tienen la poca vergüenza, con esos grandes sueldos que tienen, jugar con la salud de los contribuyentes y someter a profesionales a una presión insostenible.
La mayoría mujeres, que se multiplicaban para solucionar el más mínimo problema, y que las enormes carencias de los recortes, especialmente en personal, no se hicieran visibles en los pacientes, eso sí duplicándose e incluso no pudiendo parar para tomarse un respiro, y eso veinticuatro horas ininterrumpidas. Luego está el equipo médico, todo atenciones y estando informado en todo momento de los pasos dados, en este caso comandado por un joven doctor José Manuel Benítez (pero no tiene nada que ver con el torero). Visita del equipo de cirujanos; otra señora, que me informó que había que quitar la vesícula para tratar de evitar nuevos episodios. La anestesista, otra señora, que hizo el estudio previo para que todo estuviera controlado.
Como se habrá podido comprobar, es enorme el porcentaje de mujeres que cuidan de nuestra salud en la sanidad pública andaluza (con parámetros de productividad que, en la medicina de familia, consiste en enviar al menor personal posible a los especialistas, o pruebas diagnosticas para que el médico de cabecera cobre un plus, y en los hospitales cerrar camas y recortar personal y medios), por lo tanto en mi estadística personal, la plantilla del Hospital General del complejo Reina Sofía, en un noventa y tantos por ciento son mujeres, en todos los escalones. Y un diez en la categoría profesional y humana de todas ellas.
Una resonancia magnética, a petición de los cirujanos para comprobar que no había ninguna piedra dentro del conducto biliar, fue la última de las pruebas diagnósticas. No la había afortunadamente, por lo que una cosa menos de que preocuparse. Pero los días, inexorablemente largos, seguían pasando porque los marcadores de la inflamación, no bajaban en la medida deseada. Y si eran los días largos, son por cuestiones como la movilidad, amarrado a una columna de sueros, que te impedía realizarte una higiene adecuada, como en tu casa, y muchas molestias añadidas más. Luego está la falta de intimidad, pero está uno en un hospital.
Un episodio febril retrasó más el alta. 38º en una toma, dispara alarmas y genera un protocolo de cultivos para ver qué pasa. Todo aderezado de Heparina para evitar problemas circulatorios derivados de la quietud. Diurético para que los riñones, trabajen y tomas de tensión y temperatura, constantes. La fiebre cedió, afortunadamente. Nueva visita de los cirujanos que nos llevaron los papeles de autorización, eso sí papeles firmas para todo. Y al final de la mañana del día 10 el Dr. Benítez tan amable como siempre nos llevó el informe de alta y las recomendaciones finales. El agradecimiento y las despedidas.
Despedida con lágrimas al compañero de habitación y a su madre que, desgraciadamente, y posiblemente por hábitos personales que yo no tengo, tiene su pancreatitis una gravedad que espero supere, porque tiene una cosa que a mí me falta y es juventud. Luego está el capítulo más importante, porque sin él la cosa se hubiera complicado. La ayuda inestimable de la familia, de mi mujer en primer lugar, con problemas de espalda durmiendo catorce días en una silla, tan molesta como yo o más, mal comiendo y a la vez llevando nuestra casa. Y nuestros hijos siempre al pie del cañón que, hasta una noche estuvieron desde las doce de la noche a las cinco y media de la madrugada con su madre, en urgencias con lo que fue afortunadamente una crisis de ansiedad, o las visitas diarias de la única hermana que tengo.
Hay otro capítulo importante que es el de los amigos, la presencia de algunos en cortas visitas, como debe ser, o la diaria de uno que ha faltado muy pocos días. Otros, la llamada, o el mensaje de WhatsApp, que te hacía sentir su solidaridad y buenos deseos. Estas situaciones te hacen ver quienes te aprecian de verdad y quienes te aprecian menos, o nada, y aunque no creo que nadie se alegre del mal de nadie, si estoy seguro cabe un 'que le den'. A todos, a los que más y a los que menos, a los que lo han sentido de corazón, o a los que sólo han cubierto el expediente, incluso a los que nos se han enterado que ha habido muchos, porque no se ha publicitado, a todos, muchas gracias. Y cierre de este capítulo, ya en tu casa, de la que nuca sabe el valor de tu inodoro, hasta que obligatoriamente estás fuera de ella, a esperar la colecistectomía que esperemos sea como comentan la mayoría, la picada de una avispa, y que se desarrolle igual que la crisis.
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