Hace unos años, bastantes, con motivo de tener que hacer un comentario en una Cata de vino de
Montilla-Moriles de Córdoba, cayó en mis manos un artículo del Dr. Marañón,
arquetipo del clínico por excelencia de este país, y en los comienzos de la II
República -como intelectual-, hombre algo comprometido, pero que luego no tuvo
problemas con el fascismo, por lo que el compromiso se supone no fue tanto, o
los fascistas se lo perdonaron.
Hay que tener en cuenta que el artículo fue escrito para una
conferencia que dio en Jerez en el año 1955, y considerar, como es lógico que,
sin llegar a lo de: ¡¡Viva el vino!!, de algunos, no era plan de ponerse a
discrepar sobre las virtudes del mismo. Tampoco a caer en la adulación per se, por
lo que a mi modo de ver considero el artículo equilibrado, desde el punto de vista clínico ya que él fue endocrino,
teniendo en cuenta además que hace la friolera de sesenta y un años.
Portada de la conferencia
"LA MEDICINA Y EL VINO,
conferencia Jerez 1955, por D. GREGORIO MARAÑÓN
Dejadme que os diga la satisfacción que he tenido durante las horas que he dedicado a pensar en Jerez, en sus hombres y en su campo, en releer su historia, y en meditar sobre lo que representan en la vida española. Esta satisfacción, aparte de motivos sentimentales que no es el momento de exhibir, se funda, ante todo, en la impresión peculiar que la vida jerezana causa dentro de la vida española, impresión que es casi única en nuestro país y que se define por el sentido a la vez típico y universal de vuestra cierra.
CINISMO O PEDANTERÍA FRENTE AL VINO.
Y vamos a hablar del vino con cautela, pues me hago cargo de que cuando un médico toca este tema, tiene que evitar dos escollos igualmente graves, que son la pedantería y el cinismo. Si el doctor se siente puritano y pedante, traerá a colación los numerosísimos datos publicados para demostrar los peligros del alcohol. Estos datos, y las arengas antialcohólicos consiguientes, están, en ocasiones, suscritos por las más alcas autoridades científicas y se apoyan, ya en angustiosos cuadros clínicos, ya en impresionantes estadísticas. Claramente conducen a la conclusión de que el vino es siempre peligroso y que lo mejor es abstenerse de él. Esta radical actitud antialcohólica se convirtió casi en un dogma en los médicos del último tercio del siglo XIX y en los del comienzo del XX. Sobre todos, los psiquíatras llevaban al extremo la condenación del alcoholismo. Uno de los grandes maestros de la psiquiatría alemana de por entonces consideraba como alcohólicos y como presuntas víctimas del mismo a todos aquellos hombres que ingerían vino a diario, aunque no pasara de una copa.
Frente a esta actitud rigurosa, está la opuesta, la que he llamado cínica, que, aunque tiene sus antecedentes antiguos, esa ha sido planteada en la plaza pública hasta recientemente. Aludo a los doctores que no sólo han criticado aquellas exageraciones de los profesores rigoristas, sino que proclaman que el buen vino es siempre favorable a la salud y que, incluso los excesos, tienen sólo inconvenientes leves, pasajeros y jamás justificativos de la abstinencia. Sólo quiero citar a uno de estos alegres médicos, porque ha sido el más leído de todos en. estos últimos años, al famoso doctor Besançon, al que tuve el gusto de conocer y de tratar, hombre singular, excelente clínico, ferviente adepto de una filosofía empírica y sensual, que pasó su vida. sin tomar nada en serio, ni siquiera la medicina, y menos que nada los pretendidos peligros del alcohol. Poco antes de morir, y murió muy, anciano, se jactaba de no haber probado el agua. más que cuando no sabía que era agua lo que bebía.
TÉCNICA Y HUMANISMO EN EL COMER Y EL BEBER
La actitud adversa al vino tiene su explicación el rigorismo técnico, antihumanista, que caracteriza toda la Medicina del siglo XIX. Estaban los hombres ele entonces muy influídos por el concepto de la virtud y la continencia que imperó en la mentalidad del siglo XVIII y que, a pesar del bache de la Revolución Francesa, se mantuvo vivo en el siglo siguiente, creando dos prototipos, el del ingeniero y el del médico, que han tenido hasta casi nuestros días un prestigio semisacerdotal.
A esta época puritana ha seguido la actual, en la que un nuevo humanismo trasciende el espíritu de los hombres de ciencia. Estamos un tanto de vuelta de los regímenes ele alimentación rigurosos, calculados por calorías y por matemáticas combinaciones de los alimentos; estamos un tanto de vuelta de la gran verbena ele las vitaminas y de la adoración del agua clara corno única bebida.
DOGMATISMO Y EMPIRISMO.
Todavía el mito de la alimentación y de la bebida científica, calculada, sigue teniendo vigencia oficial. Eu casi todas las Universidades del mundo hay un profesor de dietética, el cual enseña, desde lo alto de su cátedra, las reglas de la alimentación, científica. Pero ninguno de estos profesores ha podido probar que la alimentación y la bebida calculadas con arreglo a tal o cual teoría sean una conquista útil para la especie humana. Es cierto, sí, que una parte de la humanidad comía demasiado y otra parte comía mucho menos de lo preciso. Pero esto, que era y es una injusticia y un peligro, no lo han descubierto, ciertamente, los hombres de ciencia, ni han sido sus consejos los que lo han modificado. La gran maestra y la gran niveladora ha sido la Historia, y su instrumento, las dos grandes guerras mundiales, que impusieron a la humanidad una ración sobria y única, de la que resultó que muchos que antes comían excesivamente se vieron reducidos a la tercera o cuarta parte de su ración habitual; y que millones y millones de seres humanos que apenas comían pudieran olvidar lo que era el hambre crónica. Y unos y otros vieron que esto era bueno: y esto ya nunca cambiará.
En el arte de la alimentación, lo esencial es esto: cada. hombre es distinto de todos los demás, y cada, hombre necesita, por tanto, su propia ración, la cual es dictada, no por los libros, sirio por el apetito, resorte maravillosamente delicado que debe ser respetado siempre.
Pero he aquí que los hombres, engreídos, hemos montado toda una. organización para contrariar el apetito de comer y de beber; el apetito, que es sagrado porque representa, en el terreno de los instintos, la voz de Dios.
Primera página del texto
EL TERRORISMO CONTRA EL VINO
No caeré yo ene ninguno de los dos extremos. Tengo que empezar por hablaros de los peligras del vino en general. Aparte de otras inculpaciones fantásticas, se han atribuido al alcohol como bien sabéis las siguientes enfermedades: la cirrosis hepática, las polineuritis, la gota, la arteriosclerosis y ciertos trastornos de los nervios y de la mente. Yo no voy a pintar una vez más el cuadro melodramático de estas enfermedades. En principio, no tengo demasiada fe en el terror como medio de propaganda, tal como se esgrimía en los grandes carteles, hoy ya en desuso, continuación de las viejas aleluyas de la vida del hombre malo, en los que se representaba al borracho sembrador de desdichas en su hogar y terminando sus días en la cárcel o en el patíbulo.
La visión de las torturas del infierno, que sólo usan los predicadores sin autoridad y con pocos recursos, tiene, en los asuntos humanos, su correspondencia en estas diatribas de los higienistas contra el buen comer y el buen beber. A mí esto me parece mal, por demasiado cómodo y por inútil. Los hombres que se mantienen ere el buen, camino tan sólo por el temor al castigo o a la enfermedad denuncian una categoría inferior y no nos interesan: porque el progreso de la humanidad no se hace con los buenos a la fuerza, sino con los que son capaces de ser buenos por propia iniciativa y en todas las circunstancias.
EL CRITERIO SENSATO.
Por estas razones, yo renuncio con gusto al argumento de la coacción y a la amenaza, y no tengo inconveniente en empezar declarando que, según mi experiencia, no despreciable, porque se ha hecho en muchos años, los peligros del vino para la salud son mucho menores de lo que los autores dicen, casi con absoluta unanimidad.
Yo he visto, a conciencia, con las historias clínicas, minuciosas, redactadas por mí o por mis colaboradores, cerca de cien mil enfermos de todas las lesiones y sufrimientos. Y puedo decir que el número de enfermedades que, con seguridad, he podido atribuir directamente al alcoholismo es muy pequeño. Claro es que con esta afirmación no niego la tragedia individual y familiar de los grandes bebedores. Pero este gran bebedor, abocado a la catástrofe, es relativamente raro, sobre todo en España.
La cuestión de la nocividad del vino es, como se dice desde los tiempos de Perogrullo, cuestión de cantidad. El exceso de vino es malo, como todos los excesos. Sin excesos, el vino es inofensivo y muchas veces útil, como veremos en seguida. Entre las infinitas autoridades de esta verdad vulgarísima citaré. la que me es grata, la de Cervantes, que sentenció en El Celoso Extremeño: "El vino que se bebe con medida, jamás hace daño".
LAS ENFERMEDADES DEL MUCHO BEBER.
Pero volvamos a mi experiencia sobre las enfermedades debidas al alcohol. La cirrosis hepática se ve, en efecto, muchas veces en bebedores. Mas sabemos que el alcohol, por sí solo, es muy difícil que produzca esta grave enfermedad. En los animales de laboratorio no se ha podido repro-ducir, a pesar de tratarles meses y meses con grandes cantidades de alcohol. Y en el hombre, por mucho que beba, la cirrosis no aparece si el bebedor come con templanza y no padece de infecciones, y, sobre todo, si no tiene una predisposición especial para padecer esta enfermedad; porque no se hace cirrótico cualquiera, sino sólo el que puede serlo.
Lo mismo sucede con las polineuritis. Las polineuritis rigurosamente alcohólicas son excepcionales Se necesita beber desmesuradamente para que se produzcan. Y se necesita, además, que el gran bebedor coma poco y sin higiene. Y, todavía más, que al alcoholismo y a la mala alimentación se añadan infecciones, sin cuya colaboración es muy difícil que se inflamen y degeneren los nervios. Hoy podemos asegurar que una parte importante de polineuritis alcohólicas diagnosticadas en los últimos años ni eran alcohólicas ni polineuritis.
La gota se considera también como un castigo del mucho beber; y algunos autores han señalado como especial responsable de este peligro al vino de Jerez, acompañando su afirmación de la correspondiente teoría, fundada en determinadas condiciones de estos vinos que se consideran como peligrosas; y son, precisamente, aquellas condiciones de las que depende su aroma y su gusto, y por tanto su excelencia. En el libro de González Gordon se citan autoridades que contradicen dichas afirmaciones, y a ellas podrían agregarse muchas más. Pero yo no voy a argumentar con bibliografía ajena, sino con mi propia experiencia, la cual me permite asegurar que no hay un solo caso de gota de origen exclusivamente alcohólico, ni por el vino de Jerez ni por ningún otro de los conocidos. Es frecuente que el gotoso sea gran bebedor, pero esta coincidencia, que tiene sus razones, no autoriza a achacar la gota al vino.
Los siguientes datos lo demuestran:
Primero: la existencia de hábitos alcohólicos valorables por su intensidad y cronicidad en los gotosos existe sólo un 7 por 100 de los casos. Es decir; que ha, aun 93 por 100 de gotosos que beben normalmente.
Segundo: es más, hay una gota, y precisamente muy grave, de los abstemios, que aparece en individuos que jamás han probado el alcohol. Es relativamente rara, pero de gran valor demostrativo.
Tercero: haciendo la estadística a la inversa, encontramos que, entre los fuertes bebedores, con embriaguez frecuente o casi permanente, la gota sólo se presenta en el 3 por 100 de los casos.
Cuarto: en el 70 por 100 de alcohólicos gotosos, además del alcohol, hay otras causas, probablemente mas importantes para explicar la gota: comidas copiosísimas, ricas en los alimentos que evidentemente perjudican el buen metabolismo del ácido úrico; grandes preocupaciones afectivas y psíquicas; y existencia. contemporánea de infecciones, generalmente focales, como dientes dañados, inflamaciones del intestino o de la próstata, etc. Sin estos elementos colaboradores, se tiene la impresión que el vino, sólo el vino, por copioso que fuera, tendría afana. limitada, nocividad.
Quinto: todo lo dicho se comprueba porque si en estos bebedores enfermos de gota se logra, suprimir el alcohol, y debe, claro es, suprimirse, el enfermo mejora de su estado general, pero la gota, no se cura.
Recuerdo el caso impresionante de un banquero americano al que conocí yo durante una emigración que hubo de hacer a Europa por cuestiones políticas. Tenía setenta y seis años, y desde los treinta, poco más o menos, había bebido, todos los días de su existencia. con regularidad matemática, dos botellas de champagne, más otros vinos y licores,, según cayeran las pesas. Las dos botellas de champagne eran la ración fija. Echarnos él y yo la, cuenta y pasaban de las trece mil botellas consumidas, sólo de champagne. Este simpático y jocundo hombre de negocios era, desde hacía quince años, un gotoso grave. Algunos días no se podía mover de puro dolorido. Ingresó en un sanatorio por consejo de otro médico, y en un mes dejó de beber en absoluto; pero siguió con sus agudos ataques de dolor en el pie. Le recomendé entonces que comiera la tercera parle de lo que solía, eliminando varios de los alimentos que notoriamente le perjudicaban, y, además, que se hiciera extraer algunos dientes infectados. Y en cuanto al champagne, pactamos en que tomase una sola botella cada día. A los dos años me escribió que estaba curado, gracias, decía él, a mi tratamiento, que hizo escrupulosamente... excepto en lo del champagne, pues siguió bebiendo sus dos botellas diarias.
No se tome este caso como ejemplar. Es recusable el desafiar tan temerariamente al peligro. Pero no deja de tener su enseñanza en el sentido de que, al echar la culpa de la gota al vino, se olvidan otros de los motivos de esta enfermedad, que son fundamentales. Cada calamidad conocida tiene asignada en la mente humana la presunta causa responsable; y, automáticamente, tratamos de simplificar el problema eliminando esa sola causa. Pero las cosas suelen ser mucho más complicadas de lo que creemos, y nuestro deber es no atenernos a las frases hechas y buscar en cada conflicto, no el motivo oficial, sino las profundas y múltiples causas verdaderas, aun cuando suponga por parte nuestra un esfuerzo mucho mayor.
Esto es lo que sucede en muchas de las invectivas contra el vino. En la vida corriente, y muy especialmente en la de nuestros tiempos, hay muchos hábitos infinitamente más peligrosos que el del alcohol, a los cuales no aluden, ni los moralistas ni los médicos El afán higienizador de éstos se agota condenando al vino con un rutinarismo inconsciente. A veces añaden al vino otra inocente y saludable obra de Dios que es el café. Yo no veo apenas un enfermo, sea de lo que sea, a quien mis colegas no hayan dicho alguna vez que no debe tomar café. Y en mi vasta experiencia de la gente que sufre, o que se lo figura, no he podido comprobar ni una sola vez que el café haya hecho daño a nadie; a no ser que con el nombre de café se administren, y esto no es raro, otras sustancias que puedan ser venenosas. Otro tanto podría decirse del vino.
Los casas, sin duda certísimos de ataques de gota suscitados por el vino fueron muy bien estudiados por uno de los médicos más inteligentes que he conocido, el gran Fernando Widal, profesor de la Facultad de Medicina de París y durante largos años el más famoso clínica de Europa, con cuya amistad me honró cuando ya era un muchacho todavía, Widal demostró que en estos casos la gota no se debía propiamente al vino, sino a una sensibilidad del paciente que el vino suscitaba, pero que podría también haberse suscitado por otros motivos. La prueba es que a estos gotosos el ataque de dolor se les suele producir por un vino especial, y a veces par una sola variedad de esa clase de vino. Al mismo Widal, que era gotoso, sólo le hacía daño el vino de Borgoña de una marca determinada. Los maliciosos recordaban que entre el dueño de esta bodega y Widal había un antiguo resentimiento. Yo creo tanto en el poder del resentimiento, que, me inclino a dar autoridad a esta comidilla.
Lo difícil para el médico no es suprimir el vino; sino dominar el humor jocundo del gotoso: porque esta enfermedad aparece generalmente en varones sexuales, apasionados de la vida y optimistas a prueba de sinsabores. Yo he escrito que la verdadera enfermedad del gotoso no está, en su metabolismo, sino en este optimismo, que sólo se puede vencer con una inteligente y larga, persuasión por parte del doctor, y no con medicamentos ni dietas arbitrarias. Lo que pasa es que convencer a un hombre de que debe suprimir el tipo de vida que ama es tarea mucho más larga y más difícil que escribir en una receta: "prohibido el vino o el café".
También figura en el catecismo de la higiene al uso que el alcohol es una de las causas de la arteriosclerosis, tan temida por la humanidad de ahora, pero sólo temida con aparente lógica; porque, aunque es posible que nuestras arterias padezcan más que las de nuestros abuelos, la verdadera razón de que hoy haya más arteriosclerosis que antes está en la mayor supervivencia de las seres humanos. Es decir, en el hecho de que cada vez son más numerosos los que alcanzan la edad de la arteriosclerosis.
La idea de que el alcohol influye en la aparición prematura de la arteriosclerosis es absolutamente falsa. Mi estadística de las formas juveniles, graves, de la degeneración arterial es muy elocuente. Entre 160 casos de vejez prematura del aparato circulatorio, antes de los cincuenta años, a veces desde los treinta, había sólo uno con alcoholismo verdadero, es decir, un 0,6 por 100. En cualquier otra enfermedad o entre sujetos sanos se hallaría la proporción.
Es curioso que para llegar a este concepto erróneo se partió de observaciones clínicas aisladas, anecdóticas, generalizadas sin razón, y, además, de experimentos que hace medio siglo tuvieron una resonancia grande, pero indebida, como la mayoría de los experimentos hechos en animales de laboratorios y aplicados al hombre. Consistían estos experimentos, que dieron gran renombre a su autor, y que yo, en los comienzos de mi carrera, repetí, en inyectar dentro de la vena de los conejos cantidades diarias y nada moderadas de alcohol. Al cabo de unos meses, al sacrificar n estos animales, se observaban en sus arterias lesiones muy parecidas a los de la arteriosclerosis humana. Demuestra este ejemplo hasta qué punto puede perturbar la mente científica. el exceso de fe en la ciencia, es decir, el cientificismo; porque, aparte de otras razones, bastaría haber pensado que cuando bebemos el alcohol en el vino su cantidad no sólo es infinitamente menor que la que se in-yectaba a los conejos, sino que nosotros no tomamos el vino, gracias a Dios; en inyecciones intravenosas, sino paladeándolo gozosamente; después de lo cual el organismo se encarga de adsorberlo, digerirlo y transformarlo, de suerte que pasa a la sangre y se pone en contacto con las arterias transformado ya, y muy fugazmente, eliminándose al punto por el riñón y sobre todo por el aire espirado. Para que se produzca una borrachera manifiesta, la sangre tiene que contener 0,25 de alcohol por 100 centímetros cúbicos de sangre; es decir, una cantidad considerable, y aun así insuficiente para dañar las arterias.
La acción del alcohol sobre la circulación es pasajera y su principal efecto es la dilatación de
las arterias periféricas, por lo cual se ha recomendado su uso, tal vez un tanto imprudentemente, en los casas de lesiones coronarias, de angina de pecho. Yo no quiero contribuir a la propaganda que hoy se hace de ciertas bebidas alcohólicas para la prevención de este temido accidente; pero es indudable que incluso entre los alcohólicos más graves no es la angina de pecho ni el infarto de corazón más frecuente que en los no alcohólicos; y es igualmente cierto que muchos de los no bebedores que sufren de estos accidentes saben que inmediatamente se alivian ingiriendo una cierta cantidad de brandy.
A esto hay que añadir el efecto eufórico del vino que durante unas horas produce una sensación de bienestar, dispersando preocupaciones y pesares, Sé que en esto reside, precisamente, el peligro del vino, porque el contento abre la puerta al hábito, y a un hábito cuyas exigencias no se calman nunca. Pero reconociéndolo así, hay que valorar todas las ventajas que supone para el equilibrio de esos enfermos preocupados, muchas veces aterrados hasta la obsesión, el que gracias a un poco de alcohol su espíritu escape, aunque sea brevemente, de la cárcel del terror, mientras la circulación periférica aumenta su cauce y deje descansar al corazón. En lo que hoy llamamos medicina psicosomática, tiene una categoría considerable la euforia que se obtiene con una bebida moderada, La que no tiene duda es que el efecto dañino del terror sobre el corazón es infinitamente mayor que el del alcohol.
Otros argumentos refuerzan esta posición optimista. Por ejemplo, Ruffer ha hecho la autopsia de 800 musulmanes, abstemios, encontrando que la proporción de lesiones arterioesclerósicas en, ellos era la misma que en los europeos, que bebían vino y otros alcoholes. Seguía Humphry, el 15 por 100 de los sujetos estudiados por él, de más de ochenta años, que conservaban una buena salud, eran bebedores casi siempre moderados y algunos conspicuos.
Y Pearl, de un estudio comparativo de 5.000 individuos alcohólicos o abstemios, concluye que:"el uso moderado del alcohol no afecta el aparato circulatorio ni acorta la vida".
EL INFIERNO DEL HOGAR ALCOHÓLICO.
Mi impresión, pues, sobre los supuestos peligros del alcohol es, desde luego, optimista, con las limitaciones que ya he apuntado y sobre las que luego insistiré. De este optimismo escapan. las "dolencias nerviosas" de origen etílico, que son absolutamente ciertas y peligrosas. Del grato bienestar que producen las cantidades moderadas de alcohol, se pasa insensiblemente a los estados, todavía inocentes de ternura pegajosa, de pérdida de crítica, de irresponsabilidad social. El alcohol rompe insidiosamente, sin que al principio lo advirtamos, la comunicación. entre el cerebro de donde parten las represiones que hacen nuestra vida armoniosa y grave, y los centros inferiores que regulan la vida de los instintos, En consecuencia el espíritu del bebedor, cae rápidamente por un plano inclinado, de degeneración, en el que predomina esa anulación de la responsabilidad y, por tanto, la tendencia a cometer actos antisociales; y una irritabilidad sin freno. El alcohólico acaba. por crearse un mundo suyo, en el que vive encerrado, rompiendo una a una las amarras con el ambiente, sobre todo con los seres más próximos, en el parentesco y en la convivencia social, Para qué insistir en este triste cuadro que todas, los médicos y los no médicos, hemos tenido, tantas veces, ocasiones de ver y compadecer. En verdad pocos espectáculos hay más deprimentes y trágicos, con tragedia amarga y oscura, sin un solo relámpago de grandeza, como el hogar cuyo padre y jefe se embriaga, condenando a un lento martirio de humillaciones a cuantos le rodean.
Excusadme si, a veces, he cargado los tintes sombríos en los cuadros que acabo de trazar. Mi tendencia natural no suele llevarme a hacerlo, Creo que harta pesadumbre pone la vida en los pobres mortales, para que los médicos nos dediquemos a aumentarla con oscuros pronósticos. Cierto que el optimismo nos lleva muchas veces al error; pero yerra mucho más, el pesimismo. Y error por error, siempre es preferible el que viene envuelto en una esperanza que el que va precedido y acompañado de una marcha fúnebre. Y así, hoy, cuando vuelvo la vista atrás y contemplo mi vida de médico, lo que más me satisface es haber retrasado a muchos seres humanos la hora del dolor inevitable, aun a costa de lo que se llama el prestigio profesional, que si no sirve para esto, para cambiarlo por un consuelo, para nada serviría.
El VINO CONTRA EL TEDIO VITAL.
Pero ahora, y ya voy a terminar, vamos a su lado grato; y éste sí que es semi-divino. Porque no es exagerado titular así, de semi-divina, a la única medicina de la tristeza humana, a la que cura siempre; y a la que jamás hace daño si se administra con prudencia. Los médicos, cuando se nos ha pasado la hora de la pedantería juvenil, sabemos que todas las enfermedades, las reales y las imaginadas, que son también muy importantes, pueden reducirse a una sola, a la tristeza de vivir. Vivir, en el fondo, no es usar la vida, sino defenderse de la vida, que nos va matando; y de aquí su tristeza inevitable, que olvidamos mientras podemos, pero que está siempre alerta. La eficacia. del vino en esta lucha contra el tedio vital, es incalculable. Las antologías están llenas de sentencias y dichos, con los que las plumas más insignes celebraron la virtud que el vino tiene de convertir en ilusión la pena más profunda que puede padecer el hombre, que no es la del amor, ni la de la ruina, ni la de la enfermedad, sino la de vivir. El viejo Sileno que enciende con vino su ingenio y su alegría, un tanto chocarrera, pero generosa y cordila, simboliza, en realidad, al cirineo de la tristeza que es, en lo humano, el vino, bueno y bien medido, ¡Cuántas horas de optimismo debemos todos a una copa de vino bebida a su tiempo! ¡Cuántas resoluciones que no nos atrevíamos a tomar; y cuántas horas de amorosa confidencia; y cuántas inmortales creaciones del arte!
A mi me duelen que sean los médicos los que regateen estos privilegios del vino, porque nosotros los médicos sabemos mejor que nadie que no es justo regatearlos. Y acaso, estos doctores enemigos del buen vino, son los son los mismos que tienen la pluma expedita para recetar las numerosas drogas, que actúan sobre el sistema nervioso de un modo semejante al alcohol; con la diferencia de que éste acaricia el cerebro y le persuade dulcemente a la acción, y aquellas medicinas, le empujan a manotazos.
EL VINO COMO MEDICINA.
Grave culpa de los médicos ha sido el dejarse llevar del criterio ridículamente puritano para condenar el uso del vino, sin discriminar terminantemente el mucho beber que es malo, del beber razonable que es bueno. Y no sólo por ser agradable, pues todo lo agradable tiene, por el hecho de serlo, una influencia benéfica sobre el alma humana, sino porque el vino posee, además, en muchas ocasiones, virtudes propiamente curativas. Otras veces os han contado que los antiguos lo empleaban como desinfectante de las heridas y estimulante de cicatrización. La mayoría de los bálsamos prodigiosos que los guerreros llevaban al combate, como Don Quijote su bálsamo de Fierabrás, tenían por elementos eficaces el vino y el aceite. Con esta mezcla, tan vieja y tan sagrada como el mundo, curó San Lucas al herido; y el ciego castellano las heridas del lazarillo. Los viejos vinos de Rueda, de Ribadavia y de La Mancha., sobre todo los de la parte de Ciudad Real, reiteradamente alabados por Cervantes, y también los generosos del Sur, eran vehículo frecuente en las recetas de nuestros antepasados. Todavía los de mi generación hemos recetado y seguimos recetando, vinos Yodotánicos o ferruginosos o de quina y muchos más; y con ellos se curaban los niños escrufulosos O las doncellas cloróticas o los varones deprimidos, exactamente igual que con las drogas modernas. Y es más probable, que su eficacia no dependía tanto del yodo o de la quina o del hierro, sino de la última línea de las recetas en las que modestamente se leía: "Vino de Jerez ó de Málaga o Moscatel cantidad suficiente." Esta "cantidad suficiente." bastaba, en efecto, para disipar el fantasma de la enfermedad.
Y la prueba de que digo la verdad, es que los modernísimos trabajos, como los de Anderson y Parmenter para producir experimentalmente, en el animal, por ejemplo en el perro, estados de neurosis semejantes a los que padecen muchos de los hombres y casi todas las mujeres de hoy, se ha visto que como mejor se curan es administrando al animal, al que se ha convertido en histérico, una prudente cantidad de alcohol.
LA FRONTERA DE LA PRUDENCIA.
Se me dirá que aun admitiendo todo esto, que es irrefutable, el peligro está, en desconocer la frontera, entre lo agradable y vivificante y lo nocivo, entre la dosis útil y la tóxica. "El vino que se bebe con medida, jamás hace daño ", decía Cervantes, como antes he dicho. Pero repitamos: ¿Cuál es esa medida? Difícil es precisarla en un dictamen general porque lo característico de las sustancias que pueden ser tóxicas (y en realidad, nada hay en el mundo, ni lo más alto y respetable, que no pueda, llegar a ser tóxico) es que su acción, buena o mala, depende mucho más que de la dosis, de la sensibilidad del que la ingiere. En esta vida, el secreto de la bondad y de la malicia, de todo, de lo bueno y de lo malo, no está en las cosas que se consideran malas o buenas, sino en la bondad o maldad de los individuos sobre los que actúan. Ocurre, pues, con los venenos materiales como con los morales, que son más peligrosos por la malicia de los que los escuchan, que por la gravedad intrínseca de lo procaz o de lo escandaloso.
Mas hay una regla infalible para separar, en el vino y en cualquier otra cosa, a la vez agradable y peligrosa, lo útil y permitido de lo dañino; y esta regla nos la da, la ascética; el vino es bueno, mientras lo bebemos bajo el dominio de nuestra voluntad; mientras puede el bebedor dejar de beber cuando quiera. En cuanto la voluntad se doblega ante la necesidad del gusto, en cuanto no nos podemos pasar sin nuestro vino, es que henos traspuesto la frontera de la tolerancia y hemos entrado en la zona de la esclavitud, que casi sin excepción termina en el desastre.
Esta regla es sólo un caso particular del concepto ascético que debemos tener de los goces materiales, que son obra del Dios Misericordioso y es justo el paladearlos, pero sólo mientras no naos esclavicen. Únicamente el amor puede escapar a esta limitación voluntaria de su fruición; el amor es tanto mejor cuanto más nos ata y nos subyuga; y esto, porque su esencia, inexorablemente pasajera, le da patente de corso, para no ser medido con las medidas materiales, sino con la maravillosa arbitrariedad que es su esencia y su gloria."
Fotografías de Wikipedia
Bibliografía texto de la Conferencia
Buenos días, amigos. Magnífico trabajo. ¿Dónde está el término medio de la ingestión de alcohol? El alcohol es la droga más dura que existe. El síndrome de abstinencia, Deliriun tremens, de él, el único síndrome que ocasiona la muerte.
ResponderEliminarCuentan que el Doctor Marañón decía que para curar el catarro: “se coge una botella de coñac y un sombrero, te metes en la cama y te pones el sombrero en los pies, y a darle tragos a la botella y cuando no veas el sombrero estás curado.
Os cuento una anécdota: fui a quitarme una verruga que me molestaba mucho. La enfermera me preguntó si fumaba y bebía. Le contesté que no. El médico me miró y me dijo: ¡Joder! Qué vida más aburrida. Un abrazo, salud y República.
Es verdad la más dura y la más consentida. Pero fíjate grandes eminencias de la medicina le tenían cierta permisividad. Aunque yo creo que en su justa medida no puede ser malo desde luego.
ResponderEliminarMuchas gracias y un abrazo
PD: Parece que has arreglado el problema del ordenador, cosa que me alegra.