Camino desde el cruce carretera de Obejo al Lagar de la Cruz... o viceversa
1958, por esa fecha estaba implantada en el ciclismo local cordobés, la Subida al Cambrón, una durísima prueba ciclista, por un camino de piedra suelta, que aún no estaba terminado del todo, y que ahora, por aquello del poder del automóvil, se le llama el catorce por ciento. Una señal de desnivel ha cambiado un nombre de siempre. Había zonas en las que los ciclistas se echaban la bicicleta al hombro. Y en ocasiones, como la última que recuerdo, era un verdadero arroyo el camino.
Ese año vez lo subí yo con la BH (por si había que venderla por H o por B)de mi padre, con botas katiuskas y un "pluma", para ver a los aficionados. Evidentemente la mayor parte del camino la subí andando. El resplandor de los relámpagos y fragor de los correspondientes truenos asustaba, eso sin tener en cuenta el aguacero. Yo tenía once años, ya llevaba dos trabajando de aprendiz de cincelador, con uno de los mejores artistas de esta ciudad, el malogrado Francisco Díaz Roncero.
Ese año, mi amigo Juani Martínez y yo, hicimos una proeza para unos niños, subir al Cambrón andando, pero cuando llegamos arriba, decidimos bajar por la Cuesta del Reventón. Como se podrá comprender, no había carretera desde el cruce de la de Obejo a la de Villaviciosa, la que hoy pasa por delante el campo de antenas del Lagar de la Cruz. Solución, el camino entre alcornoques, adehesados del Cortijo de la Conejera o Conejeras -según donde se lea el patronímico-.
Salimos al Lagar de la Cruz, cercanos al poste del miriámetro, diez kilómetros, o dos leguas, desde la ciudad. Como entonces la Diputación no estaba en el Campo de la Merced, sería desde la calle Carreteras el Km. cero. Ya no pone miriámetro. Bebimos agua en el pozo con cubo de latón, que había en el llano frente al Lagar de la Cruz. De eso que ahora llaman Assuan, como la presa del coronel Nasser, nada de nada. Nos bajamos por la Cuesta del Reventón, claro a partir de ahí carretera asfaltada.
Teníamos una peña, Los Ases del Pedal, con sus correspondientes carnets y todo, éramos tres los socios, Juani Martínez y Pepín Gálvez y quien suscribe. Al año siguiente 1959, ganó Federico Martín Bahamontes el Tour, entonces el ídolo de todos, por lo menos el mío, era Jacques Anquetil, cuyas fotografías las recortába de Marca. Juani era, y es aún afortunadamente, un artista en el mundo de la mecánica, a pesar de su juventud, creo que ya era aprendiz en La Cordobesa.
Su padre tenía una fundición de aluminio en Villacachonda y copiamos un cambio de plato y manetas para el manillar, de la firma Campagnolo. Por lo tanto nuestras bicicletas de carreras, muy del montón, tenían la manetas de los cambios en el manillar, marca Campagnolo, así como el cambio de plato. Eso era un lujo, impensable incluso en los aficionados de Córdoba. Todavía tengo guardados los mecanismos, e incluso las escalas de las zapatillas (también falsas), un soporte de aluminio con una hendidura, que se encajaba en el filo del pedal, para después fijar el pie con el rastral, amarrado con una correilla de cuero.
Entonces no existían los sofisticados sistemas de pedales que encajan y se abren a un ligero giro de tobillo. ¿A qué viene toda esta nostálgica historia? ¡Ah!, a que pasamos por el camino que iba desde la subida del Cambrón al Lagar de la Cruz. Pues bien, hoy he recorrido ese camino cincuenta y ocho años después. Hasta el Lagar de la Cruz, el lugar del descanso, cuando subías en bicicleta desde Córdoba por el Brillante, con esas dos moles o una sola si obviabas el escalón intermedio, que era la cuesta hasta el Carril de la Huerta de los Arcos. Aunque hasta el asfaltado del Cerrillo también se las traía, y todo adoquinado.
Cuando llegué al Lagar busqué el pozo, pero ya no está. Fotografíe un lugar que mi memoria lo relacionaba, aunque posiblemente la nueva vía lo haya hecho desaparecer. Luego continué paralelo a la carretera CO-110, buscando el poste del miriámetro -ahora pone kilómetro 10-, ese tramo creo que es el GR-48. A la altura del mojón, gire a la derecha y me volví por otro camino que me pareció más el que usamos hace casi seis décadas, ya que recuerdo que salimos casi en el mojón kilométrico, y que después se une al de la ida. Una mezcla de bosque y terreno adehesado, alcornocal y pinar.
Es curioso como nuestro disco duro, que es blando en sí, en una sofisticada estructura de almacenamiento de reacciones químicas y eléctricas, puede almacenar tantos recuerdos y casi visualizarlos. Sonidos, olores, imágenes... en suma, películas completas. Extraes lo que quieres sin alterar lo que también está en el almacén, al lado. Ese ha sido el recorrido de esta mañana, rememorar, en este caso solo, un recorrido de hace cincuenta y ocho años, de dos niños de doce y catorce respectivamente (Juani es mayor que yo dos años aproximadamente). Increíble el tiempo pasado que te asusta, pero da más miedo el poco que queda.
Estando absorto en los recuerdos, un pointer se vino para mí, me extrañó que un perro que no es un chucho, además con todos los atributos legales, collar, chapa, etc. estuviera solo por allí, preparé los dos palos y los puse de punta hacia él, en previsión de que intentara una gracia. Se dio cuenta y me rodeó, y lo seguí, no ladró, pero los suavones (la gente suave no me gusta, decía Lola Carreras, mi madre) y los mansos como en los toros, aunque éste no intentó nada. Sonó un silbido y se fue, lo llamaría su dueño al que no vi.
Una casa tipo barracón semicilíndrico -tipo quonset-, blanca, que le llaman Conejera, a la orilla de la carretera, como aquellos que se veían en las películas de guerra. El terreno es una maravilla, con ligeras ondulaciones, umbría de alcornocal,desnudos de corcho de cintura para abajo, acompañados de encinas y pinos, adehesado en parte, y frondoso, con jara, mucha jara, que es la reina de estos lugares, tambien otras plantas, en la ladera del monte de la TVE. Cualquier lugar de nuestro entorno, de la sierra, tiene unos paisajes maravillosos y, aunque me repita mucho, están a dos pasos de nuestra casa.
Fotografías y vídeo del autor
Bibliografía de la memoria
MI bici era una Orbea,nada de cambios,lo que si era muy pija,porque emulando al "mudo"
ResponderEliminarla llene de banderitas,a precio de coste porque ayudaba al mecánico del puente Romano,en
las tareas desagradables de quitar la pintura,de las bicis a pintar.
Con esa bici me recorrí todos los caminos de la sierra,muchas veces a pié,claro,cuando
era raro ver un coche por la carretera de Trassierras.Es curioso que estás dando una
segunda oportunidad a tus recuerdos,recorriendo los caminos de tu niñez.Eso es muy her
moso y seguro que estás disfrutando.Estoy pensando hacer lo mismo,me estás dando mucha
envidia,pero claro esta vez lo haré en bici eléctrica,que ayude a mis rodillas.
Saludos.
No tenían cambios la de paseo, las de carrera (es un decir lo de carrera) sí. El famoso mudo limpiabotas, aunque al final se motorizó. El mecánico de la bajada del puente a la izquierda, Manolín, lo conocía. No es concretamente eso, es que coincide que esos caminos hace años andé, pero bueno puede aceptarse tu observación. Hoy, sin ir más lejos he estado por el camino de los Picapedreros, llegado hasta sus casas y bajado por un paraje, que es una sinfonía de granito rosa, pinos y agua. Pero es mejor andando Carlos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mi padre tuvo una bicicleta y se libró por los pelos de caer bajo la garra del cabo de la Magdalena (no pagaba las letras y el del comercio le echó encima a los civiles). Yo debía tener algo así como un año y el recuerdo no es personal. Luego, aprendí a montar en el patio del seminario de San Pelagio, un verano. Creo que ya tenía vértigo, porque me daba miedo subir al sillín, así es que aprendí sentado en el portacanastos. La bici era de un compañero. Algo más tarde, desde luego después del triunfo de Bahamontes, mi vecino tenía una bici de carreras. Yo, aproveché un domingo la ausencia de la familia, se la cogí bien temprano me lancé con ella por la carretera de Castro. No sé cómo no me maté. Mucho más tarde me compré yo una de paseo, pero ya moderna, con cambio de marchas. Una vez, no recuerdo exactamente dónde, aunque por la sierra, unos amigos y yo nos lanzábamos por una cuesta abajo. Yo corrí más de la cuenta y al final había una curva que me comí enterita. Qué guarrazo pegué! Por suerte sólo me destrocé la mano con la gravilla del arcén. Luego, tuve una de carreras, la compré para hacer deporte, salí un par de veces sólo por la carretera de Granada y otros sitios llanitos. Yo iba sin equipo ni nada, un pantalón corto y un polo y andando. Entonces me junté con un par de amiguetes bien puestos. Salí con ellos un domingo y nos fuimos nada menos que a Adamuz. ¡Madre, cómo volví! En el culo me habían brotado dos melones y estuve baldado de las piernas más de dos semanas. O sea, que yo a la bicicleta le tengo un respeto enorme. Por supuesto, nunca he subido el Cambrón con ella, ni se me hubiera ocurrido. Pero sí que he subido y más de una vez en coche cuando todavía era de terrizo. Yo soy más de andar que de otra cosa. Por eso me están gustando mucho tus últimas entradas, aunque no te haga comentarios, más que nada por falta de tiempo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Rafael, lo mejor del blog, los comentarios siempre, porque son el aporte personal de cada uno que es muy importante. La entrada es el estimulo para esos recuerdos. La bicicleta forma parte de la vida de más de uno, y los porrazos, ahora bien cuando se aprende a educar el equilibrio nunca se olvida. El montar en bicicleta y el nadar cuando se aprende es para toda la vida, otras cosas ni toda la vida es suficiente para aprenderlas. Cuando era chico, por el tamaño, la montaba por dentro del cuadro, no alcanzaba al sillín. Había entonces, en los tiempos que comentas, una cuestión, no había apenas circulación en las carreteras, e incluso yo, que no he sido nunca muy temerario, para subir una cuesta me he enganchado a la caja de un camión y subido con él. Ya de mayor, cincuentón, casi siempre solo (con magnetófono portátil o la radio), hacía todos los días, por las tardes el recorrido de Cansinos, el Palo, Cantarranas, Doña Sol, para salir después por la Madrileña (campo de la Verdad), y Camino Viejo de Castro, más de cuarenta kilómetros. Esas carreteras de campiña se aproximaban más a las antiguas, aunque esa falta de circulación, y el saberlo los usuarios habituales, te hacía encontrarte alguno por medio de la carretera en alguna curva, aunque era más importante salvar los baches. Hoy me da mucho miedo pues me han arrollado en el centro de la ciudad dos o tres veces, sin importancia, pero arrollado. Lo del "colorao" mejor ni hablar, valiente individuo de la España negra. Rafael, el gran problema de los ciclistas eran los forúnculos, hoy en día con esos (culottes), y unos sillines anatómicos que tienen hasta una hendidura para protección de la próstata y las partes nobles, que sufren pequeños traumatismos como consecuencia de los golpes, que luego se traducen en calcificaciones, benignas sí, pero molestas, pero eso también lo han solucionado con amortiguaciones casi perfectas. Hay interesantes artículos sobre esa zona sobre la que recae todo el peso del cuerpo. Bueno que me enrollo.
ResponderEliminarMuchas gracias nuevamente y un abrazo.
Buenos días, amigos. Yo tenía una BH hasta con su porta canastos. Había sido de mi hermano y antes de mi padre. La tenía como una patena de limpia. La pinté con un aparato de fly, los radios se los pulía con un corcho, y como la necesidad aguza el ingenio le cambiaba las bolas del palier y de la tija del manillar. He subido “sienes” de veces a la sierra y tengo mil historias que contar. Una vez salió un tío cabrón corriendo de destilerías Repullo y me arrolló, menudo “sipotazo” pegamos. No podía sacar los pies de los rastrales, y se acercó el arrollador, yo creía que era para ayudarme, y el hijo de puta me sacudió dos hostias. Me levanté como pude y le rompí mi preciosa bomba bahía en la cabeza. A las voces, de la destilería salió Manolo el arriero, y le metió un al hostia al tío que lo tumbó. La historia terminó, con mis rozaduras, el tío cabrón con su pitera en la cabeza, y un ojo a la funerala. Entonces no había pleitos, cada uno se llevaba las cosas, y punto. Ahora, la buena fue cuando llevamos a casa a un amigo que había pillado una pájara de la hostia, muy vasco verdad, y cuando le dijimos a su madre que había pillado una pájara, le metió dos guantazos a la vez que decía: “eres un sinvergüenza, así que dices que te vas con la bicicleta y lo que haces es que te vas de pájaras” Pobre chaval, jajajaja. Un abrazo
ResponderEliminarBH con portacanastos, y frenos de varilla. Es como una película de cachondeo la historia. Neorrealista pura. Y una bomba Bahía, que tiempos. La palabra "pájara", claro a la señora le sonó a prostituta, no podía ser de otra manera. Íbamos en cierta ocasión tres por la carretera de Almodóvar, Chico, que iba delante de mí, lo vi que deambulaba, me bajé y lo cogí cuando se caía. Lo llevamos a las rastras a una casilla del Veredón, la buena señora cuando lo vio dijo: -Verás cómo se despierta. -y le arrimó un tazón de caldo humeante, al olerlo se despertó y se lo bebió de un tirón. El hambre que tenía. Se recuperó de la pájara.
ResponderEliminarUn abrazo