En el mes de febrero he subido tres veces por el barranco de los Picapedreros, porque la última ha sido hoy 28 de febrero. La primera subí hasta las casas de los trabajadores y bajé por otro sendero, desde el cortijo en ruinas del cruce con el sendero de los Arenales, que nos lleva nuevamente al arroyo de los Picapedreros y enlaza con el que sube. La segunda iba buscando rodear el cerro de la Miniya, algo más alto que el de Pedro López, 621 m.s.n.m. por un sendero que serpentea el mismo por su ladera sur, por la cota de los 550 m. y enlaza con un cortafuegos que llega hasta su cima.
Planteé dejar el coche en la entrada de la Urbanización del Cordobés, y desde ahí subir a buscar el cortafuegos primero, para después desviarme por el sendero citado. Mi gozo en un pozo, valla cinegética, y aviso de ganado bravo, esto creo que pertenecía a la llamada Hacienda del Cordobés. Entonces decidí subir por los Picapedreros y llegar desde arriba, al mismo sitio. Busqué antes de desistir una entrada y llegué hasta el GR48, pero imposible a un lado y a otro la maldita valla. Y lo de menos es el ganado bravo, por aquello de la sangre torera, es peor otro ganado.
No insistí, seguí hasta el barranco de los Picapedreros y subí por el mismo. Siempre me resulta arrebatador el paisaje, monumental, con una sinfonía rosa de granito a ambos lados, un arroyo con agua, que gracias a los desniveles suena. Alrededor señales en las rocas de haber bajado también el agua por ellas. Picapedreros. Quien tiene una cierta edad, se puede acordar cuando estaban adoquinando las calles en Córdoba, años cincuenta. Yo tengo recuerdos de empedrar calles aledañas a la Mezquita, así como el ruido que hacían los picapedreros, con unos martillos de largo mango.
Este oficio es uno de los más antiguos, el precedente de marmolistas actuales. Corte, desbastado, labrado. Y quiero recordar también que no tenían protección ocular, picar y picar. Luego con unos martillos con unos picos de acero, hacían el dibujo de rugosidad, de picado, en la piedra. Hay que imaginarse la calidad de vida que tendrían estas personas. El suegro de Emilio Fernández -ya lo he dicho en varias entradas-, trabajó allí, y hasta para el agua bajaban a la Alcubilla de al lado de la carretera, junto a la casilla de Peones Camineros.
Este sendero o vereda, es la continuación de la Vereda de la Pasada del Pino. Parece ser que se llegó a un acuerdo verbal con el propietario de los terrenos de Villares altos, para dejar expedita el camino de los Picapedreros y cerrar el de los Arenales. Pero al final no está muy claro, es una información que me ha facilitado mi amigo, Manuel Trujillo. Por otra parte también me ha llegado una información lamentable incluso con daños físicos a un amigo (Canario), denuncia incluida al agresor, el propietario o arrendador de la finca, que quedó en agua de borrajas, por aquello de los poderosos de siempre.
Ahora otra valla, pero en este caso como es la Vereda de la Pasada del Pino, tiene puerta y el cerrojo sin candado, nos adentra en la finca Villares Altos. Seguí subiendo. Ya el espacio se tornaba semi australiano, casi llano, granito desecho en el suelo y un enorme eucaliptal. A los dos kilómetros, cruce de caminos. Opté por el que circunda el campo de golf, que también está cercado con valla cinegética, y lo nombran como perímetro de seguridad. A los 862 m. se llega al cortafuegos, cogemos a la derecha, y enfrente parte otro que nos deja en el Centro de Visitantes de Los Villares, decidí este para reducir la aventura, y por si me obligaban a volver. A la derecha el nacimiento del arroyo del Agua y una enorme superficie de pinar.
Mi gozo en un pozo, al llegar a las inmediaciones del Centro de Visitantes, después de un kilómetro recorrido, cuando ya veía sus instalaciones, una puerta en el camino, pero con cadena y candado. Se acabó, no más vallas, búsqueda de un palo con forma de y griega, levantamiento de la malla, introducción del palo y a reptar. Cuando pasé la valla me di cuenta que lo que había es salido del coto. Ahora a la derecha estaba el sendero botánico, que discurre hacia el suroeste, paralelo en este lugar por el llamado Arroyo del Agua que parte del campo de Golf, que cogí durante unos 750 mts.
Al llegar a un panel donde el sendero cambia su orientación, hacía el este, torcí a la derecha para llegar al GR48, menos de doscientos metros. Una charca del mencionado arroyo, y una orquesta de ranas. Tenía dos opciones, o GR48 a la derecha por una fuerte rampa, o buscar la CO-3408 por la izquierda. Decidí la izquierda. Unos metros adelante me encontré a una chica, Nuria, con su perro Un boxer de cara noble. Hablamos durante un rato y me dijo que su ruta era ir al Lagar de la Cruz. Como yo le había preguntado por un atajo a la Conejera, decidí seguir un rato con ella, hasta que a los pocos metros se desvió para buscar el camino entre CO-3408 y el Lagar.
Yo seguí el sendero hasta aproximarme a la parte norte de la urbanización del Cordobés, antiguo cortijo de la Matriz, y enlacé nuevamente con el GR48. He de decir que el GR48 por esa zona es precioso. Lástima que cercano a la salida de la carretera de Villaviciosa, había en el camino a la orilla del arroyo, un jabalí muerto en un estado de descomposición avanzado, y si no se remedia, los restos irán al arroyo y éste desagua en el Lago de la Encantada de las Jaras. El recorrido efectuado sobrepasaba la media que hago normalmente, es decir mis límites, y me notaba síntomas de agotamiento.
Aún me quedaba un tramo para llegar al vehículo, y ya me estaba poniendo nervioso por el cansancio. Decidí aflojar las ganas de llegar y pensar que lo importante era no agotarme del todo. Ya había cerrado el círculo, ahora era volver sobre mis pasos, recorrer nuevamente el camino hasta la entrada de la urbanización. Volví a ver las vallas cinegéticas, que me habían impedido hacer el camino por donde lo había pensado, y nuevamente me cabreé. He de decir que en los doce kilómetros del recorrido solo me crucé, y siempre por el GR48, un senderista, la chica de nombre Nuria, y un ciclista.
Cuando el GR48 se dispone a cruzar la carretera de Villaviciosa, decidí seguir por el arcén izquierdo, según el sentido de mi marcha, para evitar el cruce de la misma, no estaba muy ágil para encontrarme, al cruzar la carretera, un vehículo con conductor de los que piensan como Fraga, con la calle. Era incómodo el arcén pero seguro. Y ya el coche estaba a la vista, y el descanso. Cierre del programa informático del recorrido, tres horas sin parar y doce kilómetros, era natural el cansancio.
Una vez en el coche volví a ver el camino andado en la pantalla, comprendí que en las fotografías aéreas, no se ven las malditas representaciones físicas de la propiedad privada. Esos elementos metálicos que delimitan la libertad. La mayoría de las veces son cárceles para animales, a los que encierran en las mismas para su sacrificio posterior, por dinero y ocio. Es el matar por matar. No el matar por sobrevivir, que es ley de la naturaleza. Pero esa es nuestra sociedad moderna.
Una nota final. Hoy ha sido la tercera vez que subí y bajé por el barranco de los Picapedreros en este febrero que acaba, había un poco de overbooking, mucho ciclista y senderistas. Uno de ellos me llamó la atención: -Nosotros nos conocemos de Facebook. -me dijo. -Es verdad si no me llamas la atención no me doy cuenta, gracias. Eres José Carlos Cabello. -le dije. Un buen conocedor de la ciudad y sus alrededores y buen fotógrafo también. Le acompañaba su hija y un amigo. Hablamos y me comentó que bajaban de Pedro López, fuimos juntos hasta la casilla de la carretera, y allí nos despedimos. Un agradable encuentro, pues nos conocíamos solo virtualmente.
Fotografías y vídeo del autor
Bibliografía lo mismo