Un día esplendido de diciembre. A las nueve en tal sitio, luego dejamos los coches y andando subimos a la mina. Es una propiedad privada y entramos en ella con autorización. Como el aviso lo recibí el día anterior, y no tenía calzado adecuado, tuve que ir a la calle Alfaros y comprar uno esa misma tarde. La noche de antes preparación de baterías de la cámara, linternas, casco y velar armas sobre todo. He de decir que no soy intrépido por varias razones, la primera porque no, y la segunda posiblemente por la edad.
Sopesé varias veces si entrar o no, es la verdad, pero superó a la dubitación el interés por lo desconocido. Entre Ángel Martos y yo sumábamos al equipo casi ciento cuarenta años, los otros cuatro compañeros sumaban, a groso modo una veintena más que nosotros dos. Trastes al hombre y a subir la cuesta, que es considerable. Una vegetación espesa, unos bancales fértiles pero algo abandonados y, agua, mucha agua. El sonido agradable de los caños nos recibió.
Cambio del calzado, últimas comprobaciones al material, y el primer equipo preparado para la entrada. Habíamos decidido, no entrar más de tres personas a la vez, en el ánimo de no sobrecargar el hábitat interior. La colonia de murciélagos iba a ser la más afectada, habituados a la más intensa oscuridad, las luces de las linternas y los destellos de los flashes, les estaban rompiendo su primer sueño. Claro inmediatamente buscaban un nuevo lugar.
Hacía tiempo que no usaba unas "katiuskas", y tampoco estaba acostumbrado a andar por un medio liquido. Los primeros metros del largo corredor de unos doscientos metros, no tenían suelo y tenían cuarta y media de agua. Los del metro ochenta teníamos que doblar el espinazo, pues el techo era bajo para esa talla. En los embovedados casi justo y en otros lugares había más de dos metros de techo. Una anchura de menos de un metro obligaba a -teniendo en cuenta la mochila-, hacer maniobra para volverse.
Pancho Gamero, y Ángel caminaban delante, garantizando, por lo menos para mí, el camino. El túnel es sinuoso, en los lugares que la roca era, aparentemente consistente, estaba la excavación directa, en los que por ser esta seguramente algo menos, lo habían embovedado con una perfecta fábrica. Si no llevo el casco en una de las primeras entradas al embovedado me hubiera dejado parte del cuero cabelludo en el dintel. En muchos lugares el agua circulaba por un canalillo lateral, y el piso era una plataforma de material.
En otros lugares formaciones calcáreas, formaban esas pequeñas piscinas, "gours", parecidas a las exageradas de la ciudad turca. Las instrucciones eran pisar donde se dañaran menos la formaciones de muchos años, a ser posible donde no se dañaran nada, por eso era lento el avance. De vez en cuando un murciélago te rozaba, bueno parecía que te rozaba, por la cara, pero era el aire de su aleteo. Su perfecto sonar hacía imposible que chocara contigo, pero tú no sabías si el mecanismo le funcionaba bien, por lo que no podías evitar sentirte amenazado por Bela Lugosi o Crhistofer Lee.
Una lumbrera, más de veinte metros arriba una tenue luz del día, una chimenea que en su parte superior estaba tapada con fábrica de ladrillo. Por ahí salían y entraban los ratones con alas. Las lumbreras son pozos de aliviadero de material de la excavación, posteriormente de mantenimiento en caso de derrumbe y, sobre todo, los que permitían la entrada de aire a la galería para poder respirar cómodamente. Una bifurcación, a la derecha hacia el manantial y a la izquierda un túnel de unos quince metros que llevaba a otra lumbrera.
A las lumbreras las llaman en Miranda del Duero zarzales, porque la cubren con zarzas para evitar accidentes. Allí hay muchas de las múltiples bodegas subterráneas. Nos lo dijo después, al medio día, el director del Parador que es de allí, en el acto de entrega de los estudios topográficos de las cuevas de la Arruzafa, por Abén y Rafa miembros del G-40. Volvemos a la galería. Llegamos hasta la lumbrera. Vuelta hasta el cruce y ahora dirección del manantial. Las paredes riquísimas en formaciones, tímidas eso sí, de estalactitas.
La salita del manantial, es una calcárea estancia con un depósito de una profundidad de casi un metro, y un goteo constante de techo y paredes blancas. Cada gota que caía del techo generaba una agradable y delicada sinfonía musical al topar con la superficie del agua, que presentaba un aspecto rizado. Luego nos enteramos a la salida, que Abén había investigado un pequeño túnel que había en ese depósito, metiéndose en él.
Traté de rodar vídeo pero observé que la cámara no me enfocaba, adecuadamente. Después de pensar rápidamente para descubrí la avería, observe que la diferencia de temperatura me había empañado las lentes, tuve que desarmarlas y limpiarlas. Esa zona es la más estrecha y como tenía que maniobrar para utilizar la mochila me sentí un poco agobiado por la dificultad.
Como no queríamos sobrecargar el ambiente, y los compañeros Abén, Rafa y Emilio, que habían empezado a medir en la entrada, con el instrumental topográfico especial, esperaban. Abandone la grabación y me dispuse a salir. Al ser el camino conocido la vuelta se hace más corta, cuando vas hacia lo desconocido parece más largo. Vi una luz en uno de los recodos, y apareció Emilio, dos rayas fosforescentes verticales la chaqueta de su chándal, le daban un curioso aspecto espectral. Lo fotografié, nos saludamos con los buenos días de ritual (no lo había visto en la entrada porque llegó después), y tuvimos que maniobrar en el cruce.
Acabó la plataforma y nuevamente al agua. Ahora estaba Abén anotando en su cuaderno de campo medidas de la galería. Más hacia la salida Rafa miraba curiosidades que normalmente nos vemos los neófitos. Nos explico la formación de una especie de bolitas de cal en el fondo del cauce. La luz del exterior ya se veía a través de la cancela medio derruida. Apartar las zarzas de la entrada agacharte un poco y salir a la acequia exterior. Cambio de impresiones, los agradecimientos a los compañeros, por tener en cuenta a uno del Imserso para estas aventuras.
Pancho tuvo que marcharse, y yo me quedé con Ángel esperando al equipo técnico que aún tardaron más de una hora en salir. Claro la espera significó un aporte de vitamina C de un naranjo abandonado. También ocupamos el tiempo en aportar al organismo durante la espera Vitaminas B1, B2, B3 y A, además de potasio, fósforo, silicio e hierro, además de calcio de unas exquisitas algarrobas que pendían de su árbol. Hacía años que no comía algarrobas, desde la infancia en la que las comíamos al natural o en sobrecitos como los de azafrán, en harina, que te tapizaban el paladar para toda la tarde, al echártelo en la boca.
Le comenté a Ángel las peculiaridades de sus semillas que pesan casi todas 0,200 miligramos y servían, por su uniformidad en la antigüedad como patrón de peso para materiales preciosos, quilates. Cinco semillas un gramo. Luego, cuando salieron Abén Rafa y Emilio de la galería, visita al Parador de la Arruzafa donde le entregaron los dos primeros a su Director los informes de la cuevas del recinto hotelero y una del exterior. Una amena charla que puso el colofón a una mañana estupenda. Y yo tuve la oportunidad de darle un abrazo a mi amigo Timoteo Gutiérrez, que no tiene nada que envidiar a los Adriá, Arzar, Arguiñano y compañía, como pudimos comprobar en el acto.
Mi agradecimiento a los compañeros a los que entorpezco más que ayudo por contar conmigo.
Fotografías del autor, Pancho Gamero y Ángel Martos
Bibliografía del momento
Agradecimiento a Pancho, Ángel, Abén y Emilio por contar conmigo.
Buenos días, amigos. Magnífico trabajo. Paco, en general las fotografías son muy buenas, pero la del vuelo del murciélago es de Órdago a la grande. Yo no entro en una cueva ni a recoger oro. Es de agradecer que haya personas que lo hagan y que luego lo cuenten y lo documenten.
ResponderEliminarSin ánimo de alertar. ¿Llevabais detectores de gases? Pues de no ser así, sois un poco, bastante, temerarios. No es casualidad que los murciélagos estén colgado en los lugares más altos de las cuevas. Muchísimas gracias, y un abrazo
Gracias Patxi.
ResponderEliminarLas instantáneas de casualidad uno que se viene para ti (creo que esta está en el vídeo) y disparas, lástima que no tenía puesto la ráfaga, y el otro cuando enfocas arriba a la lumbrera y está molesto tratando de buscar un sitio.
En cuanto a lo de los gases creo que ellos, los espeleólogos tienen algo, pero la corriente de aire de las tres lumbreras y la puerta en algunos sitios era muy intensa que hasta molestaba. Gracias de todos modos.
Un abrazo.
Sana envidia es poco...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo a todos, y dáselo sobre todo a Ángel y Pancho cuando puedas. Lo de Ángel qué contar, lo veo como un chaval, con la misma fuerza e ilusión de siempre. Creo que este hombre merece un reconocimiento. No exagero si digo que de la centeneria documentación de los veneros cordobeses, si por suerte quedó algo, es por él, o sea UNA PERSONA es la que se preocupó en
de que mapas, croquis, legajos y demás no se tirasen a la BASURA. Vamos, un monumento se merece.
Y en cuanto a ti, te veo osado. ¿Qué es la próxima? ¿descender por un pozo con una cuerda?
Un abrazo.
Muchas gracias Laurentino
ResponderEliminarCoincido contigo en lo de Ángel, y repartiré los abrazos a los compañeros en la próxima que espero sea pronto (no me veo desde luego con lo de la cuerda, salvo con la que tenemos al cuello algunos jubilados). Decirte que somos de la misma quinta, pero a mí me lleva a maltraer, claro yo no puedo por razones lógicas del DNI ponerme a la altura de los demás, así que trato de hacer pareja con Ángel pero Manuel, no lo sigo.
Impresionante la construcción de la galería, que si bien aparentemente, parece cercana en el tiempo, no se puede dejar de pensar que la génesis de la misma viniera de otras épocas anteriores. Aquí ya tendría que ser un experto el que lo afirmara.
Un abrazo