Hoy ha sido uno de esos días que se pueden tachar de muy interesantes. Antonio Moreno, un estudioso del cine en Córdoba, que tiene un programa quincenal en PTV Telecom sobre la utilización de Córdoba en el cine como plató, durante el pasado siglo XX, y una de las mejores colecciones de películas rodadas en nuestra ciudad, tenía interés en buscar unos exteriores de una película filmada en los años veinte, que sospechaba había sido en el cortijo de Córdoba la Vieja, a las faldas de Medina Azahara.
Primera cuestión interesante: tuvo la gentileza de llamarme para que lo acompañara a la visita al cortijo. Una vez allí nos recibió Juan SanMiguel uno de los propietarios, que luego nos presentó a su hermano Enrique. Este último, con una amabilidad fuera de lo común para con unos desconocidos, nos demostró su hospitalidad, era conocedor también de las dos películas que parece ser rodaron en la finca. "El león de Sierra Morena" y "La tierra de los toros". Luego visitamos el lugar del rodaje que salvo ligeras modificaciones (estamos hablando de cerca de noventa años) era el de la película, que visionamos allí para comparar.
Luego supimos de primera mano, el detalle del campo de prisioneros que la citada finca tuvo durante un tiempo en la guerra civil, detalle que yo conocía y corroboró Enrique. Antonio (segunda cuestión interesante del día) me regaló un ejemplar de la Revista Triunfo del año 1973, concretamente el número 538, donde se publicó un artículo de D. Carlos Castilla del Pino, que en dos entradas de este blog había citado yo, y como tal decidí publicarlo íntegramente y sus fotografías, porque es un documento que tendrá validez siempre. Muchos lo conocemos pero otros muchos seguro que no.
El artículo de D. Carlos Castilla del Pino:
"APRESÚRESE A VER CÓRDOBA"
"Salvo excepciones, cualquiera estaría dispuesto a aceptar que el hecho de que España no hiciese a su debido tiempo la revolución industrial constituye una desgracia irreparable. España -la faz de España- sería, con la mayor probabilidad, distinta, como lo fue tras la invasión árabe, y luego tras la Reconquista cristiana. Pero la negatividad que supone el no haberse incorporado en su momento nuestro país a lo que fuera el requerimiento industrial europeo, podría ofrecer hoy día una contrapartida positiva en algún sentido, a poco que existiese una mínima sensibilidad histórica: el desarrollo económico actual podría hacerse -debería nacerse, mejor dicho- de manera que fuese compatible con la pervivencia del pasado y de los caracteres mismos de la ciudad, que la hicieron cuando menos habitable.
Esto es lo que queda de los que fueran alguna dependencias de la llamada "Veterinaria Vieja", un edificio del siglo XVII, que no hubiera desentonado en Salamanca, en Coímbra o en Bolonia
A mí me interesa el pasado -las huellas de nuestro pasado- no sólo a modo de adorno que ofrecernos a nosotros mismos y a los que nos visitan, cosa de por sí bastante importante. Me interesa que el pasado perviva en nuestras ciudades y pueblos, porque, paradójicamente, satisface necesidades elementales que la nueva ciudad está lejos de dar cumplido fin. Me refiero al hecho de que estas ciudades y pueblos sigan siendo habitables (cuando grandes masas los despueblan es "por otra" razón). Porque resulta que esas elementales instancias que son el vivir en relativo silencio, pasear, contactar uno con otro en tanto personas, o sea, como conciudadanos, sólo es factible allí donde la ciudad todavía existe en tanto fue hecha por y para los hombres. Así se explica el comportamiento de tantos de nuestros emigrantes, que salen de sus tierras ante la imperiosa necesidad de subsistir, pero que una y otra vez regresan a las mismas, aunque sea pasajeramente, precisamente para convivir, porque esto del mero convivir emerge como necesidad, una vez que la de subsistir ha sido satisfecha. Posiblemente, ciudades como Écija, Antequera o Ronda, Cáceres o Trujillo, Plasencia, Ciudad-Rodrigo o Cuenca, Toledo o Salamanca, por sólo citar unas pocas, no han sido edificadas de acuerdo a la acepción actual del vocablo "planificación". La ciudad, creo, se hizo, o mejor, se fue haciendo concorde con necesidades de toda índole, que van desde la climática y la defensiva a la artesanal y profesional.
La consecuencia de todo ello es que cada ciudad de esta índole tiene el carácter que le es propio, o sea, su individualidad. En manera alguna, hay homogeneidad -ni siquiera entre pueblos de una misma comarca o región, aunque, con toda suerte de aproximaciones, pueda hablarse del pueblo andaluz, castellano o gallego-, porque la identidad entre ciudades, como entre individuos, sólo puede ser expresión de la más opresiva forma de alienación, impuesta, desde luego, por unos pocos. Hoy, sin embargo, se tiende a la ciudad-igual, y las colmenas inhumanas lo mismo se edifican en Torremolinos o Sitges, a cien metros del mar, que en Badajoz o Segovia. El resultado de todo ello es el divorcio ostensible entre lo que la ciudad es y lo que debiera ser a tenor de los factores ecológicos, sencillamente porque la ciudad se planifica al margen de los ciudadanos, en armonía con los exclusivos intereses de un grupo de ellos. Córdoba era una ciudad -y todavía lo es en alguna medida, aunque el futuro próximo se muestre en este sentido con tintas sombrías- que se podía habitar. Pero está dejando de serlo en virtud de una hábil y sutil maniobra. Se ha considerado un recinto monumental, y fuera del mismo se deja hacer, dentro de unas limitaciones que no son suficientes para evitar la pérdida del carácter que le ha sido propio. Pero Córdoba no será la misma porque se respete (?) el mínimo círculo de la judería y el que circunda a la Mezquita. El carácter de Córdoba está también en el barrio de Santa Marina, en La Piedra Escrita, en el conjunto de Santa Marta o de San Francisco, en la extensa área que comprende San Pedro, la calle de la Palma, de Alcántara, del Aceituno, la de Santiago y del Sol, el ámbito de la Magdalena... Mi experiencia de "guía" durante los años que vivo en Córdoba, me ha deparado siempre, ante visitantes que ofendería denominándoles turistas, que estas zonas aludidas y muchas más muestran el notable contraste entre lo que fuera remotamente la Córdoba árabe y judía y lo que ha sido la cristiano-popular, salpicada de palacios y casas solariegas de la aristocracia rural. Usted puede pasear esta Córdoba, sentarse en algunas de sus plazas vivir la experiencia del testimonio directo de sus habitantes, sencillamente porque el "hábitat" hace posible todavía hablar con el que pasa. Usted puede vivir la propia evolución histórica de la ciudad, las modificaciones lógicas habidas, merced a los distintos signos que entre sus calles se ostentan. Porque la Historia no debe estar meramente en museos y archivos, sino que, allí donde ha sido respetada, está sobre todo en la propia ciudad.
Uno de los más graves atropellos arquitectónicos se comete actualmente en el que fuera palacio del vizconde de Miranda, hasta hace poco Colegio de las Adoratrices. Los capiteles califales han sido vendidos a anticuarios. El palacio contenta soberbios artesonados.
La consecuencia de todo ello es que cada ciudad de esta índole tiene el carácter que le es propio, o sea, su individualidad. En manera alguna, hay homogeneidad -ni siquiera entre pueblos de una misma comarca o región, aunque, con toda suerte de aproximaciones, pueda hablarse del pueblo andaluz, castellano o gallego-, porque la identidad entre ciudades, como entre individuos, sólo puede ser expresión de la más opresiva forma de alienación, impuesta, desde luego, por unos pocos. Hoy, sin embargo, se tiende a la ciudad-igual, y las colmenas inhumanas lo mismo se edifican en Torremolinos o Sitges, a cien metros del mar, que en Badajoz o Segovia. El resultado de todo ello es el divorcio ostensible entre lo que la ciudad es y lo que debiera ser a tenor de los factores ecológicos, sencillamente porque la ciudad se planifica al margen de los ciudadanos, en armonía con los exclusivos intereses de un grupo de ellos. Córdoba era una ciudad -y todavía lo es en alguna medida, aunque el futuro próximo se muestre en este sentido con tintas sombrías- que se podía habitar. Pero está dejando de serlo en virtud de una hábil y sutil maniobra. Se ha considerado un recinto monumental, y fuera del mismo se deja hacer, dentro de unas limitaciones que no son suficientes para evitar la pérdida del carácter que le ha sido propio. Pero Córdoba no será la misma porque se respete (?) el mínimo círculo de la judería y el que circunda a la Mezquita. El carácter de Córdoba está también en el barrio de Santa Marina, en La Piedra Escrita, en el conjunto de Santa Marta o de San Francisco, en la extensa área que comprende San Pedro, la calle de la Palma, de Alcántara, del Aceituno, la de Santiago y del Sol, el ámbito de la Magdalena... Mi experiencia de "guía" durante los años que vivo en Córdoba, me ha deparado siempre, ante visitantes que ofendería denominándoles turistas, que estas zonas aludidas y muchas más muestran el notable contraste entre lo que fuera remotamente la Córdoba árabe y judía y lo que ha sido la cristiano-popular, salpicada de palacios y casas solariegas de la aristocracia rural. Usted puede pasear esta Córdoba, sentarse en algunas de sus plazas vivir la experiencia del testimonio directo de sus habitantes, sencillamente porque el "hábitat" hace posible todavía hablar con el que pasa. Usted puede vivir la propia evolución histórica de la ciudad, las modificaciones lógicas habidas, merced a los distintos signos que entre sus calles se ostentan. Porque la Historia no debe estar meramente en museos y archivos, sino que, allí donde ha sido respetada, está sobre todo en la propia ciudad.
De esta casa sólo se conserva el dintel nótese la incoherencia, incluso, de la edificación efectuada, tan escasa de imaginación como sobrante de mal gusto.
Córdoba está, como he dicho, dejando de ser. Y hay que reputar su devastación, ante todo, a la especulación del suelo. Pese a las tímidas limitaciones impuestas, sobre todo en lo que concierne a la altura, han sido sacrificados ya los palacios del conde de Priego (siglo XVI), del conde de San Calixto (XVIII), del marqués de Valdeflores (XVIII), del vizconde de Miranda (XVIII), del marqués de la Fuensanta del Valle (XVI), la casa de los Ceas, popularmente conocida como Casa del Indiano. (del XV); el Ayuntamiento (siglos XVI-XVII) y un conjunto de casas solariegas que sería prolijo enumerar (por ejemplo, en la plaza de San Juan, en la calle de San Pablo, en la Trinidad [*], etcétera). No sólo son pérdidas irrecuperables en tanto edificaciones simbólicas del pasado, que podrían ser perfectamente utilizadas hoy, sino que la misma espacialidad que tales edificaciones conlleva ha sido definitivamente perturbada. Tras la torre de la Malmuerta -algo semejante a lo ocurrido con la torre de Valencia en Madrid- se alza un bloque de pisos. La plaza del conde de Priego, para citar uno de los más graves ejemplos de destrucción inimaginable, era realmente un asombro: el palacio formaba un ángulo recto, con sus dos fachadas de u n a sobriedad impresionante; otro lado del rectángulo lo forma afín la fachada del convento de Santa Isabel, con ventanales de celosía a unos ocho o diez metros sobre el suelo; al frente, la iglesia de Santa Marina cerraba parcialmente el espacio apenas iluminado, de manera que la vivencia habitual, apenas anochecido, venía a ser una mezcla de recogimiento y temor. La destrucción comenzó emplazando allí el monumento a Manolete, horrendo pisapapeles de tamaño descomunal, tiene el honor de figurar en la antología del mal gusto mundial. (Véase Gillo Dorfles, Kitsch, An Antology of bad Taste, Studio Vista. London, 1969. Página 84. Tras el primer plano del monumento, puede ver el lector parte de la fachada del palacio desaparecido). Hubo entonces una oposición encubierta a que a Manolete se le erigiese un monumento, y luego, a su emplazamiento.
Recuerdo que su elevación se hizo gracias al producto obtenido de una corrida en la que hubieron de lidiarse once toros, amén de una charla de aquel inefable académico que se llamó en vida don Federico García Sanchiz: el buen sentido del público hizo callar a tan ilustre charlista apenas abrió la boca para emitir toda suerte de tópicos acerca de "la Córdoba de Maimónides y de los Abderramanes", y le obligó a limitarse a contemplar la corrida como uno de tantos y a que le dejara en paz. Pero el monumento se hizo. Y cuando un cordobés sensato -"discreto", diría Baroja-, con toda suerte de precauciones, hizo una tímida protesta a que a Manolete se le erigiese tamaño artefacto, en esta ciudad en la que Séneca, Lucano, cualquiera de los Emires y Califas, Maimónides, Albucasis y varias docenas más de ilustres nacidos, no poseían aún nada que los hiciese recordar, alguien salió con la razón: "Es que ésos no eran católicos...". En una segunda etapa, el propio palacio ha sido demolido para edificar en su lugar una casa de pisos, eso sí, de corte seudoandaluz, con el aire de alegría estúpida quinteropemaniana que nada tiene que ver con lo que quiera que sea eso que, por llamarlo de alguna manera, denominamos "lo andaluz" (es curioso que el descubrimiento de la lógica tristeza y la seriedad del andaluz, que se corresponde tanto con el "cante hondo" cuanto con Bécquer, Machado, Lorca o Juan Ramón Jiménez, tuviera que ser entrevisto gracias a extraños tales como Borrow, Baroja u Ortega, entre otros).
También tras la fachada de esta antigua casa solariega, se edifica actualmente un bloque de pisos.
He aquí convertido en solar lo que fuera palacio del Conde de San Calixto. En los últimos treinta años, hasta su demolición, fue Jefatura Provincial del Movimiento. El derribo ha sido patrocinado por la Excma. Diputación Provincial.
En ocasiones, antes de la destrucción-construcción, se obliga a la empresa, como si fuera una exigencia drástica, que respete la fachada, y así vemos surgir engendros de pisos tras la fachada del ya demolido palacio del vizconde de Miranda; o tras la casa del Indiano, un artificioso decorado muy propio para un film de Imperio Argentina o Lola Flores.
Cualquier ciudad del mundo habría encontrado usos para estas edificaciones, desde grupos escolares -Córdoba, tan necesitada de ellos- y Colegios Universitarios, hasta bibliotecas públicas, salas de concierto, teatro municipal, incluso hoteles o mesones, si no mediante el interés económico, capaz de convertir en solar útil, si se le deja, a la propia Mezquita. Hoy están en peligro inmediato, por ejemplo, la casa del Marqués de Boil y el soberbio palacio del marqués de Benamejí, que conserva todavía intactos incluso los jardines descritos por Baroja, a principios de este siglo, en "La Feria de los Discretos", y que ha sido durante años Escuela de Artes y Oficios.
Cualquier ciudad del mundo habría encontrado usos para estas edificaciones, desde grupos escolares -Córdoba, tan necesitada de ellos- y Colegios Universitarios, hasta bibliotecas públicas, salas de concierto, teatro municipal, incluso hoteles o mesones, si no mediante el interés económico, capaz de convertir en solar útil, si se le deja, a la propia Mezquita. Hoy están en peligro inmediato, por ejemplo, la casa del Marqués de Boil y el soberbio palacio del marqués de Benamejí, que conserva todavía intactos incluso los jardines descritos por Baroja, a principios de este siglo, en "La Feria de los Discretos", y que ha sido durante años Escuela de Artes y Oficios.
La plaza del Conde de Priego ha quedado convertida en esto: el edificio del fondo ha sustituido al demolido palacio, mientras el monumento a Manolete -una de las muestras del "kistch" mundial- se alza en el centro.
Para calmar sin duda la mala conciencia ante los hechos someramente apuntados, en Córdoba ha entrado la peligrosa obsesión reconstructora. Es muy probable que nuestros "reconstructores" consideren salvajes a los ciudadanos de Roma, que no han rehecho el Foro o el Coliseo, o que estimen indolentes e incultos a los atenienses, que no han tenido interés en reconstruirnos el Partenón, dejando los fragmentos del mismo esparcidos por la Acrópolis. Aquí, en Córdoba, no se trata de dejar a las ruinas en condiciones, todo lo más, de que no se arruinen más: eso se estimaría en poco. Hay que hacer de nuevo -absolutamente de nuevo- la Sala del Trono del palacio de Medina Azahara, hasta ofrecernos una ridícula parodia de lo que fue; hay que hacer íntegramente de nuevo el inmenso templo romano, aunque, desde luego, con columnas de escayola y capiteles de lo mismo; hay que hacer de nuevo la totalidad de las almenas de la muralla del Alcázar Y construir un foso escuálido, capaz de ser saltado por un infante en jolgorio, porque -como me dijo el teniente de alcalde de su momento- "después de dos inviernos" "¿qué americano sabe que esto que hacemos no tiene más de quinientos años?"; hay que estropear definitivamente la puerta de Sevilla, único resto de arquitectura militar visigótica que poseemos, con bloques de piedra simulada; hay que pintarrajear de colorines absurdos la portada románico ojival de la capilla mudéjar de San Bartolomé, o hacer que nos sonrojemos ante los que, al visitarnos, nos preguntan: "¿Pero, qué es eso?", cuando contemplan la horripilante fachada del Hospicio (hoy Diputación), estucada para simular mármoles veteados. Y así sucesivamente.
La "casa del Indiano", del siglo XV, sólo conserva esta portada. Da pasoa una calle decorada al modo quinteropemaniano, un tipo de arquitectura andaluza inexistente fuera de un escenario adecuado al "Séneca" o a "Malvaloca"
Imagino que una ciudad plantea innumerables y muy complejos problemas, sobre todo en etapas socioeconómicas de transición. Pero ha de haber, necesariamente, forma de resolverlos, y se podrá aprender, sin duda, en Roma, en Florencia, en Pisa, Urbino, Siena, o simplemente recurriendo al buen sentido. Cuando hablo de que se respete la huella del pasado, no estoy defendiendo la pervivencia de la miserabilización que, para las actuales exigencias, ofrecen sin duda muchas muestras de arquitectura popular, como las clásicamente denominadas casas de vecinos. No planteo el problema en alternativa, y, desde luego, ignoro cuál sea su solución racional. Quiero simplemente llamar la atención sobre que no es permisible -perdón: no debiera ser permisible- que una ciudad se destruya ante nuestros ojos, y con una rapidez que no hace honor a la tan cacareada apatía de los españoles. Probablemente, la mayor parte de los que colaboran en esta tarea pertenecen al grupo de los que hablan reiteradamente de "valores eternos" y sitúan a España como "reserva espiritual de Occidente". Nunca se dio tan ostensible desparpajo entre la espiritualista retórica al uso y la práctica utilitarista. A lo peor, hablando como hablo, se me incluye, una vez más, entre los que forman en el grupo de esa curiosa entidad que ellos mismos denominan "anti-España".
Alberto Moravia dijo hace años que Córdoba era la ciudad más bella del mundo. Por principio, hay que considerar esta frase inexacta. Sólo en un arrebato disculpable puede emitirse, porque, de hecho, nadie, ni Moravia, ni Fidías redivivo, posee una vara para dictaminar sobre medidas estéticas. Yo me limito a decir que Córdoba me parecía muy bella y que, para mí también, no era intercambiable. Si usted, querido lector, pretende tener idea de lo que Córdoba era nada más que hace diez años, ha de apresurarse. Porque de algo de lo que fuera puede no quedar huella alguna cuando venga, o, por el contrario, puede hallarlo todavía, pero bajo la forma de esperpento.
C. C. DEL P. Reportaje gráfico; ZURITA.
(*) En la plaza de la Trinidad fue demolida la casa en donde murió don Luis de Góngora, pese a la oposición, solamente oral, claro es, de una gran mayoría. Sobre el solar ha sido edificada la residencia del Opus Dei"
(*) En la plaza de la Trinidad fue demolida la casa en donde murió don Luis de Góngora, pese a la oposición, solamente oral, claro es, de una gran mayoría. Sobre el solar ha sido edificada la residencia del Opus Dei"
Páginas de la revista Triunfo portada y el artículo.
Portada
Pág. 20
Fotografías y bibliografía de la Revista Triunfo.
Buenas tardes, amigos. Paco, como dicen los chavales “me dejas ojoplatico” Vamos, en dos palabras “in presionante” Un abrazo
ResponderEliminarPatxi, es un documento del año 1973 que tiene vigencia, lo mismo que las denuncias de Romero barros y el esfuerzo que hizo para proteger patrimonio.
ResponderEliminarUn abrazo
¿Dónde esta la llamada "Veterinaria Vieja"? He buscado y no he encontrado documentación.
ResponderEliminarEn la calle Encarnación Agustina (Regina) fue también Cárcel, ahora es un solar de la escuela de niños.
ResponderEliminarSaludos.
Soberbio artículo de Castilla del Pino, que leí en su momento, porque coleccionaba puntualmente Triunfo, colección que perdí en uno de mis naufragios. Muy oportuno traerlo a colación en estos momentos, ya que la punción destructiva no nos abandona.
ResponderEliminarSi lo quieres fotocopiado te lo hago. Bueno a lo mejor te sirven las fotos pero con más calidad y te las envío Yo lo había leído pero gracias a Antonio Moreno que me ha regalado la revista no lo he tenido nunca físicamente. Y me dirás. Un abrazo espero que Lola esté mejor.
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