Unas entradas atrás veíamos un artículo de Carlos Castilla del Pino, publicado en la revista Triunfo en 1973, pero no ha sido sólo el insigne psiquiatra el que se ha preocupado por las cosas de esta ciudad. D. Rafael Romero Barros publicó uno que se llama "La casa de los Bañuelos" y que se publicó en el Diario Córdoba un sábado 20 de junio de 1.891.
En el libro de Doña Cristina Martín López, "Córdoba en el siglo XIX, Modernización de una trama histórica", libro indispensable para los que quieran conocer nuestra ciudad y su "modernización", viene publicado en sus páginas números 502-506 correspondiente al capítulo de Conclusiones, como documento nº 6.
Puede parecernos un poco largo pero no tiene desperdicio, demuestra que los poderes públicos son iguales de incompetentes en todas las épocas y que su vara de medir además compleja, se mueve a muchos acordes distintos de la partitura del interés general. En este caso son unos "servidores públicos", de hace la friolera de ciento veintidós años.
No es el sentido de esta entrada en el blog hablar de D. Rafael Romero Barros, pero hay que puntualizar que no era cordobés tampoco, como Castilla del Pino, era paisano de Juan Ramón Jiménez, de Moguer (Huelva) y cuando escribió este artículo tenía 59 años. Fue Pintor, excelente pintor, restaurador y conservador, además de arqueólogo, su gran pasión. Fue el promotor del actual museo Arqueológico y miembro de la Comisión de Monumentos y un gran defensor del patrimonio de Córdoba.
"LA CASA DE LOS BAÑUELOS(1)
Como amantes del arte y de todo lo que pueda honrar a nuestra amada Córdoba, no podemos considerar sin amargura, que esta noble ciudad que fuera un día la más preciosa joya de reyes poderosos y corte de ilustres dinastías que le dieron gran renombre y la dotaron de tantas y tan bellas construcciones, haya venido perdiendo lentamente la herencia que aquellas cultas razas le dejaron, hasta llegar al triste estado en que se encuentra, cuando debió preservar de todo riesgo aquel legado, y conservarlo con orgullo, como perenne recuerdo de su antigua magnificencia.
Si volvemos nuestra vista hacia el pasado, y sin fijarse en las preseas que hubo adquirido en las épocas romana y visigoda, nos detenemos a admirar tan solo por las prolijas descripciones que, a guisa de inventario, nos dejaron los cronistas musulmanes; las obras fastuosas que exornaban a la patria adoptiva de los hijos de Moabía; el alma se entristece al conocer las maravillas del arte muslemita que Córdoba reunió y las que ha perdido, destruidas en mal hora, por el odio inveterado que engendrara entre cristianos y muslimes una lucha de ocho siglos, y por la intolerancia artística de aquéllos, arraigada largo tiempo, y nunca bien justificada.
Y a mas de esta riqueza arquitectónica perdida, y de la que, si en parte maltratada, llegó a salvarse al fin de aquel naufragio; ya avanzado el período Medioevo, cuando a medida que los príncipes cristianos ensanchaban sus fronteras, y por la vecindad y el mayor trato, hubo de templarse la ojeriza que apartaba a entrambas razas, y fueron admirándose en un arte sus opuestos ideales. Córdoba vio alzarse en su recinto, sobre las ruinas de los obras islamitas, multitud de hermosas fabricas religiosas, militares y civiles, inspiradas en aquel consorcio peregrino, y más tarde el Renacimiento, con sus doctrinas neoclásicas, y aceptando en su atavío las galas mudéjares, la dotó con mano espléndida de gallardos edificios que le dieron nuevo lustre y sobre tantas grandezas; también la injuria del tiempo y de los hombres, han pasado como un soplo de muerte.
Busto de Rafael Romero Barros que está en el patio del Museo de Bellas Artes
El espíritu de escuela, por extremo intolerante, y las ideas exclusivistas que en la anterior centuria en Europa dominaban; la estética estragada de un arte en decadencia, y las revoluciones parciales que sin tregua, desde aquel lapso histórico al presente, se han venido sucediendo, concertando su influencia, y haciéndola extensiva a nuestra patria, han caído sobre nuestros monumentos, cual torrente, asolador, dejando en pos de sí una inmensa estela de ruinas.
La mano de los hombres, mas funesta y destructora que el roce de los siglos, secundada por la aversión a lo antiguo y por el deseo insaciable de lo nuevo; la carencia absoluta del buen gusto, viciado por la moda que todo lo demuda y lo trastorna vulnerando con única anarquía serenos dogmas, con plagios incoherentes y frívolos engendros, ha ido destruyendo templos suntuosos, castillos, fortalezas, alcázares y casas señoriales, que formaban de consumo el ornato más bello y singular de nuestro suelo, borrando sus tradiciones, sus recuerdos, su cultura y defraudando al par su historia, al arrancar aquellas páginas gloriosas del libro de las artes patrias.
Así es que, a vuelta de tantas y tamañas desventuras, a la ciudad que fue cuna de reyes, y extendió por el mundo los destellos de su gloria, sólo queda su modesta corona de rosas y azahares, su cielo siempre azul, su caudaloso río y su eterno suelo, convertido en una alfombra espléndida de flores que encubre, como lauda funeraria, el sepulcro donde yacen los despojos de su pasada grandeza: y si no lo perdió todo, si aún conserva algún reflejo de su esplendor antiguo, dado nuestro desdén hacia la edad pretérita y el deseo innovador que nos anima, no ha de quedar de aquél, en breve, ni aún señales, y entonces, no cabrá otro recurso al artista y al poeta, a los admiradores de lo grande y de lo bello, si han de hacer sentir al alma algún consuelo, ante el desolado campo del presente, sino meditar en los escombros de aquella grande obra de once siglos, registrar su historia, evocar sus tradiciones, arrancar a las piedras los secretos del pasado, preguntar por su grandeza a los genios que habitan sus ruinas y transportarse con la mente a aquellas épocas de gloria, para verlas revelarse, cual misión halagadora, llenas de misterio y de poesía, entre las densas nieblas de los tiempos.
La familia de D. Rafael Romero Barros en el patio de su casa
No exageramos: ¿qué conserva aquella Córdoba famosa tan realzada por los bardos muslemitas de los grandes monumentos que en su suelo levantara el genio del Oriente? Quédale tan sólo informe y mutilada su mezquita. ¿Qué le resta de las obras que debió al sereno ideal de la Edad Media y al del arte innovador de la Moderna? Algunas viejas cámaras, capillas u oratorios, mutilados en parte y transformados con vulgares apostizos, y en cuyas tracerías y encalados atauriques apenas se vislumbra el gusto en que se inspiran, y muy mermados restos y portadas, rotas y maltrechas, de casas palaciegas que aún ostentan sus blasones quebrantados o cegados por la cal, entre yerba y vil maleza.
Nada se exagera: ahí tenemos como ejemplo la torre de la Malmuerta, severa y elegante fabrica de la Edad Media; el castillo de la Calahorra, construcción militar de origen árabe, baluarte famoso reedificado por artífices mudéjares, y en cuyos muros, teñidos con la sangre de mil héroes, se ve escrita la historia de diez siglos; ¿en qué estado se encuentran? Ahí están proclamando nuestra inercia y abandono, mutilados y ruinosos, dados al olvido mientras que la yerba y los abrojos desunen sus sillares (2).
La puerta del Puente, erigida por Hernán Ruiz, artista perteneciente a una ilustre rama de arquitectos cordobeses, puerta llena de históricos recuerdos, único ejemplar que poseemos del gusto clásico restaurado, de bella construcción y de grandioso aspecto, y se ve casi en equilibrio, sin apoyos, sostenida en sus dovelas, soterrada y amenazando ruinas, de tal modo que sus carcomidos sillares apenas puede sustentar el peso del cornisamiento, sin que una mano se extienda por salvarla de tan cercano peligro, si no por amor al arte patrio, para evitar al menos que ruede por el polvo el tímpano que ostenta el escudo nacional y el nombre del monarca que en un siglo fue el más temido y poderoso de la tierra (3).
La capilla de San Bartolomé, la Sinagoga, la casa de las Campanas, las arcadas y fragmentos mudéjares del convento de las Capuchinas y los del de Santa María; la portada de la iglesia de San Jacinto, la de la casa de Páez, la puerta del Perdón y otros varios monumentos víctimas del abandono y de frívolas reformas, ¿qué son sino mermados restos de la riqueza monumental que esta ciudad atesoraba y que habrán de perecer, y no muy tarde, bajo la acción del hombre y de los tiempos?
Esquela del fallecimiento de D. Rafael Romero Barros en Córdoba el 2 de diciembre de 1895
La revolución, entre otros monumentos, demolió la hermosa puerta de Baeza, la negligencia, el convento de los Mártires con sus artísticos restos y sus leyendas piadosas; la necesidad de abrir una ancha vía destruyó los últimos vestigios del palacio mudéjar de los Venegas, exigencias o mejoras locales, no bien definidas, derribaron el arco que enlazaba la Albolafia de los jardines del antiguo Alcázar, la puerta de Sevilla y las torres albarranas que exornaban la ciudad con sus severos paramentos y sus bellas y almenadas cresterías; el convento de Regina, el de la Dueñas, con sus ricos artesonados, sus torbeas, sus caladas arquerías y alicatados de brillante labor y colorido; y el deseo de construir a la moderna, hundió la ermita de los Reyes, la casa de la Cuadra, y, por último, la alineación hoy proyectada en la calle de Diego de León, amenaza destruir la antigua casa de los Bañuelos, añadiendo una pérdida mas y muy sensible al ya largo catalogo de asolaciones funestas.
Y hemos dicho una pérdida mas, porque la casa señorial de los Bañuelos, con sus mutilaciones, la irregularidad de su planta, con el aspecto sombrío que le prestan sus muros ennegrecidos por la patina del tiempo, es muy digna de que se conserve como monumento de interés artístico, por más que nuestras palabras sean extrañas a los que en cuanto a construcciones se declaren partidarios de lo nuevo y lo bonito, y prefieran por barato a lo sólido y grandioso, a las piedras esculpidas y a los bronces, el estuco, el yeso, el zinc y el cartón piedra y las demás frusterías, con las que por lo común, tiende a revestir la moda las fabricas modernas.
Este edificio es por extraño interesante, no sólo por su edificación rara y sencilla y por el tipo original que ostenta, cuanto porque pertenece a ese ciclo histórico, notable en los anales del arte, en que se asocian y compenetran las tradiciones del estilo mudéjar, cercanas ya a su término, con los primeros ensayos del Renacimiento, iniciados en España en el último tercio del siglo XV.
Y no porque este maridaje (sic) de ambos gustos en general, ofrezca novedad o rareza, lejos de eso, es natural y frecuente en el progreso del arte, verlo realizado a maravilla en esta y otra clase de edificios de su época: mas en el que estudiamos, esta de tal manera avenido y concertado, que si no aventuramos el decir que le imprime una faz única entre todos los congéneres que cuenta la península respecto a los de Córdoba y tal vez a los de toda Andalucía, sí la ofrece por excepcional y peregrina, y este es a mi modo de sentir su mayor mérito. Además, su estructura admirable, la perfecta trabazón de sus sillares, diestramente borneados y dispuestos uno de canto y dos de largo, cual los usa el arte constructor de la Edad Media, servir pueden de modelo a la edificación moderna.
Primer proyecto de alineación de la calle Diego León. del libro de
Doña. Cristina Martín "Córdoba en el siglo XIX, Modernización de una trama histórica",
en él se puede ver el tacón de la casa que desapareció después.
Su puerta de entrada, aunque sencilla y desfigurada, ofrece rasgos especiales: la proporción del vano es vitrubiana, y los cuadrantes de círculo, que en los ángulos entrantes superiores, a manera de ménsulas sostienen el dintel, recuerdan en su arranque el arco apainelado de origen mudéjar, truncado por la clave y alterado, por el compás de los artífices cristianos.
En derredor de esta puerta, se extiende por el muro un severo almohadillado de progenie clásica, que debió decorar la parte inferior del frontis, desde el zócalo a la imposta, pero del que sólo conserva una estrecha faja, en el espacio comprendido entre el dintel y la imposta memorada, habiendo sido el resto víctima del revoque y de la cal que la embadurnan.
Abrése en el piso que se eleva encima de éste y sobre ancha moldura en forma de boltel, de carácter gótico-germánico, amplia ventana a la que guarda tupida y férrea reja, guarnecida en torno a manera de espacioso marco, por una elegantísima labor almohadillada, de muy finas aristas esculpidas en bisel y engendrando un rico adorno ajedrezado de geométricas figuras de realce, admirables por su acabamiento y perfección; cuya labor, aunque en sus líneas generales ofrece clásico, en sus combinaciones revela la influencia del arte muslemita en aquella edad, no extirpado aún de nuestro suelo.
Vertical a esta ventana y elevado sobre ella en otro piso, rompe el muro un ajimez, compuesto de dos preciosos arcos florenzados, inscriptos en un sencillo arrabá abierto en el mismo muro, cuyos dos arcos comparten esbelta columnilla de mármol blanco que se apoya en antepecho cerrado, con un nervio de resalto en su promedio en forma de pilastra y sin ostentar otro exorno, y a cuya columnilla corona un capitel arábigo del mismo mármol y de calado y primorosa talla, sobre el que descansa un cimacio en forma de artesón, también en piedra y de la misma cepa, y el que a la par sostiene la aloharia o arranque central de los dos arcos, los cuales, con tales elementos, forman un gracioso parteluz que seduce la vista y la recrea con su graciosa elegancia.
Otro proyecto de alineación de la calle Diego León, no el definitivo, pues se reformó también nuevamente
con el derribo del Hotel Suizo y la creación de la Plaza de las Tendillas. Del libro de
Doña. Cristina Martín "Córdoba en el siglo XIX, Modernización de una trama histórica",
Elévase como remate sobre este piso, que prosigue por el lado izquierdo y constituye el buque de esta casa, una torre o mirador cuyo eje se desvía ligeramente a la derecha de la línea central de los dos vanos inferiores ya descritos, a cuyo mirador perforan por su frente dos claros rectangulares de escueta y apaisada forma, y a los cuales promedia en su antepecho, como en el del vano inferior, otra pilastra resaltada.
A nuestro entender, este edificio debió extenderse más por el lado del Oriente y sobre el extremo elevarse por otra torre semejante a ésta, para buscar simetría, entrambos flanquear en la línea de fachada de la cual salía hacia el frente otro cuerpo de menos altura, que aún conserva el costado de Occidente, con cuadrada ventana y fuerte reja, y cuyo cuerpo, erigido sin duda como baluarte para defender la entrada, no es raro encontrar en construcciones palaciegas del período Medio Eva¡, por las continuas luchas que agitaban a aquellas sociedades belicosas.
El ala oriental, si existió cual suponemos, puede ser la parte destinada a almacenes y graneros y a la servidumbre; que la de Occidente, que hoy subsiste bien claro demuestra que fue la principal, con la puerta ya descrita, guarnecida aún de clavos repujados a martillo, con su portal espacioso, en donde desemboca en amplia escalera y sus dos hermosos arcos remontados de gallarda periferia, que dan ingreso al patio, el cual conserva en el lado Oriental y en el del Norte, elegante arquería peraltada, abierta entre recuadros de filetes planos de realce, que sirven a los arcos de arrabá y sostenida por columnas y capiteles de diverso origen, dimensión y forma.
Situada en esta casa, en el lugar más preferente del área donde estuvo situada la ciudad romana, puesto que da vista a la extensa vía (aún existente) que entraba por la puerta de Plasencia, atravesaba la ciudad y salía por la del Puente, a seguir el camino que llegaba a Cádiz, (4) y en el centro también de la Almedina, o sea del recinto que ocupó la corte árabe; claro es, que dicha casa esta erigida sobre las más selectas reinas de ambos pueblos, y no es por tanto maravilla, ver aprovechadas en su labra, columnas y capiteles de génesis romana, visigoda y árabe, miembros de respetable abolengo, que por su solidez o belleza, no desdeñaban de utilizar en sus obras, ni los altivos magnates, ni menos los arquitectos cristianos o mudéjares.
Este edificio pues, cuya existencia data al parecer de los últimos años del siglo XV, (5) reúne además en su ventaja, a su especialidad y rareza, la circunstancia de aparecer dentro de aquel período histórico en que se operaba una crisis laboriosa en las esferas del arte arquitectónico: período por extremo interesante y de provechoso estudio, puesto que, en las construcciones que en dicha edad produce, se ve la resistencia que el arte indígena, apegado a sus viejos dogmas, opone a la invasora tendencia del arte del Renacimiento, a cuya resistencia trata éste de vencer, no imponiendo sus preceptos sino lenta y cautelosamente, introduciendo en el antiguo decorado del arte del país, sus severas líneas; y a veces, como en la edificación que analizamos, mezclados con las galas del arte muslemita, y de aquí que este edificio en su estructura ostente este tipo original e híbrido, en el que alternan el influjo clásico, el morisco y el mudéjar, engendrando una mezcla peregrina de diversos elementos hábilmente combinados, no muy fácil de encontrar en otras construcciones de su época.
Nada mas añadiremos a lo dicho acerca de esta antigua casa, reliquia venerable de esta época mejor; sólo antes de acabar recordaremos que aparece como nota discordante en el risueño concierto de las modernas viviendas, con las que la ciudad de los Omeyas, va encubriendo los girones de su regio manto, está llamada a desaparecer de nuestro suelo...
Mucho amamos al arte y mucho mas a esta ciudad encantadora digna de mejor suerte, y si este amor nos impulsa de continuo a defender sus monumentos, aunque mal parados y ya desposeídos de sus más hermosas galas, porque en ellos se contempla todavía algún destello de su antigua gloria, sin embargo, como edificio de particular dominio, al que no alcanzan las leyes que el estado tiene impuestas para la conservación de los monumentos de arte, seríamos los primeros en resignarnos (no sin sentimiento), a ver desaparecer este edificio, siempre que la conveniencia pública como necesidad urgente é inexcusable lo exigiera; pero al decidir acerca de la demolición de esta casa de interés arqueológico, meditase con calma si la alineación y ensanche de esa vía, ha de producir tan grandes beneficios, que éstos puedan compensar la pérdida de aquél, si es que, compensarse pueda la pérdida de un monumento: considérese si posible es llevar, a término, dada la topografía de esta ciudad, el plan general de alineación que se proyecta, despojando a Córdoba del carácter de ciudad morisca que aún sostiene, antes de acordar el derribo de la casa de los Bañuelos, amenguando con otra nueva pérdida, el ya exhausto tesoro monumental de esta ciudad insigne.
Rafael Romero Barros"
"(1) De las investigaciones que hemos hecho, buscando la antigüedad de este edificio, resulta que desde el año 1420, en que aparece Antón Toro de Bañuelos, fundador del Beaterio de San Zoilo, hasta 1650, en el que Joseph Bañuelos hace pruebas para ingresar a un hijo suyo en la Orden de Santiago, toda esta ilustre familia vivió sus casas principales en la collación de San Miguel, antes con mucho de que se modificara, bajo el gusto que hoy ostenta Ms. Archivo de la Comisión de Monumentos.
(2) En la torre de la Malmuerta existe una lapida de piedra, en la que el rey Don Enrique, para conmemorar la obra, mandó grabar, entre otras, estas palabras: "Para que los buenos fechos de los reyes no se olviden, etc. ¿qué diria el buen D. Enrique si viera el aprecio que tenemos de su torre?".
(3) Ha muchos años que la comisión de Monumentos viene pidiendo, si no la restauración, que originaría grandes gastos, la reparación al menos de esta puerta, que amenaza una próxima ruina, sin que sus reiteradas gestiones hayan obtenido el menor éxito. Además, por nuestra parte, hemos insistido tenazmente por medio de la prensa, sin haber sido más afortunados. Por último: en el artículo que publicamos en el Diario de Córdoba intitulado "La arquitectura española en el s. XV", reproducido en el Boletín de la Real Academia de San Fernando y por la Sociedad Central de Arquitectos, al describir dicha puerta nos condolíamos del abandono en que se encuentra, y declinábamos la responsabilidad que a la expresada comisión de Monumentos pudiera exigirse, manifestando que esta Corporación guarda en su archivo numerosas comunicaciones que prueban su interés y las gestiones practicadas para obtener su reparación, como medio de conservarlo y de evitar quizá algunas desgracias.
El Gobierno superior, al que debieron de llegar sus ecos, mandó formar el presupuesto de restauración y de reparación, los cuales fueron hechos con toda diligencia por el distinguido arquitecto Señor Luque y Lubián, amigo y compañero nuestro en la citada comisión, y remitidos a la superioridad sin pérdida de tiempo; han transcurrido ¡cuatro años! sin que prolijo trabajo haya producido efecto. Damos a quien corresponda por última vez la voz de alerta; véase el estado en que se halla dicho monumento; considérese las trepidaciones con que el tránsito de vehículos de carga lo conmueven de continuo, y si la puerta se hunde, y al perderla se originan desgracias, conste que no será la culpa de la comisión de Monumentos.
(4) Si se quieren pormenores detallados de esta vía pueden hallarse en la monografía que publicamos en la Revista de España, titulada "Consideraciones históricas acerca de las basílicas de San Vicente y San Acisclo". CXIX, págs. 16-33.
(5) No es cosa fácil puntualizar la edad de un monumento, puesto que, si bien el arte ofrece rasgos fisionómicos que marcan los períodos de sus evoluciones, éstas no se realizan de un modo radical en breve plazo, y además se retrasan, se estacionan ó adelantan según el espíritu de las localidades, de lo que se ven muchos ejemplos, y la del edificio que estudiamos, por su excepcional carácter, aún más, lo dificulta: sin embargo, colocamos su origen casi sin temor de equivocarnos entre los -últimos años del siglo XV y los primeros del siglo XVI-, en el espacio en que, aparte de algunas excepciones, duró aquel periodo de transición en España."
Una buena e inquieta, culturalmente, amiga, Isabel Burón me ha enviado está portada del Córdoba de año 1917, que expone quizás la única fotografía que exista de la casa de los Bañuelos. Nos presenta el rincón que formaba la casa con la calle del Liceo o Alfonso XIII, a la izquierda, y a la derecha la casa nº 9 de Diego León que desapareció después y es la que hacia frontal con la plaza y esquina con la de la Plata o Victoriano Rivera. y lo más gracioso era la peregrina justificación "el deseo de que con la demolición desapareciese la suciedad de las callejuelas contiguas".
"Córdoba : semanario independiente: Año II Número 33 - año 1917 - En su portada-editorial se lee: De la Córdoba destruida: La casa de Bañuelos, bella edificación que como tantas y tantas otras de interesante carácter cordobés, fue demolida para procurar un ensanche que de nada ha servido, aduciéndose entonces el deseo de que con la demolición desapareciese la suciedad de las callejuelas contiguas; es decir, que el criterio estribaba en limpiar con la piqueta y no con escobas y agua, que es como parece que debe hacerse."
Hoy el recuerdo queda en el nombre de la plaza que se llama Mármol de Bañuelos. D. Teodomiro Ramírez de Arellano dice en su Paseo por el barrio de San Miguel al referirse a esa plaza:
"Salimos a la plazuela del Mármol de los Bañuelos, nombre que lleva también la calle que sigue hasta la plazuela de San Miguel, y lo toma del mármol colocado en el rincón y que hemos conocido con doble altura en el centro, hasta que una galera lo rompió y lo llevaron a la esquina de la calle de Diego León, trasladándolo después a su actual sitio cuando se colocó la acera. Es una hermosa columna romana, y la tradición dice que a él estuvo atado San Zoilo mientras lo martirizaron sacándole los ríñones.
La casa que hace rincón, propia de los marqueses de Valdeflores y habitada por el notable jurisconsulto don José de Illescas, es la solariega de los Bañuelos, una de las primeras familias de la antigua nobleza de Córdoba, de la que han figurado muchos individuos."
Luego están las leyendas alrededor de este apellido, con el caso de una mujer de la familia, Doña Elvira de Bañuelos, novicia de Santa Inés, que tuvo amores con Juan de Vargas en contra de la opinión de su familia. No tienen nada que ver con la lucha de D. Rafael Romero Barros por el patrimonio de la casa solariega de la familia Bañuelos, es posiblemente una leyenda, pero ahí queda también.
"Córdoba : semanario independiente: Año II Número 33 - año 1917 - En su portada-editorial se lee: De la Córdoba destruida: La casa de Bañuelos, bella edificación que como tantas y tantas otras de interesante carácter cordobés, fue demolida para procurar un ensanche que de nada ha servido, aduciéndose entonces el deseo de que con la demolición desapareciese la suciedad de las callejuelas contiguas; es decir, que el criterio estribaba en limpiar con la piqueta y no con escobas y agua, que es como parece que debe hacerse."
Una vista de una acera de la plaza con baranda, allá por los sesenta de siglo XX.
Hoy el recuerdo queda en el nombre de la plaza que se llama Mármol de Bañuelos. D. Teodomiro Ramírez de Arellano dice en su Paseo por el barrio de San Miguel al referirse a esa plaza:
"Salimos a la plazuela del Mármol de los Bañuelos, nombre que lleva también la calle que sigue hasta la plazuela de San Miguel, y lo toma del mármol colocado en el rincón y que hemos conocido con doble altura en el centro, hasta que una galera lo rompió y lo llevaron a la esquina de la calle de Diego León, trasladándolo después a su actual sitio cuando se colocó la acera. Es una hermosa columna romana, y la tradición dice que a él estuvo atado San Zoilo mientras lo martirizaron sacándole los ríñones.
La casa que hace rincón, propia de los marqueses de Valdeflores y habitada por el notable jurisconsulto don José de Illescas, es la solariega de los Bañuelos, una de las primeras familias de la antigua nobleza de Córdoba, de la que han figurado muchos individuos."
La misma acera anterior pero sin baranda
Una vista aérea actual
Fotografías de la Red
Bibliografia "Córdoba en el siglo XIX, Modernización de una trama hstórica", Cristina Martín López