Arriba el Rodadero de los Lobos, subiendo por el Barranco de Idem.
Una roca en el camino
Pues bien, la similitud la relaciono con la búsqueda por estos amigos del origen de las aguas de nuestra ciudad. Un origen que se ha perdido en la noche de los tiempos, del que existen muy pocas fuentes y nunca mejor dicho pues son estas las que buscan. Las distintas cabeceras de los veneros o prospecciones en su momento para alimentar a esta ciudad de agua, a sus habitantes, desde que fue capital de la Bética y luego del Califato, y que se ganó el título, merecido, de ciudad mejor alimentada del líquido elemento. En el árbol genealógico de las fuentes cordobesas siempre existe un paisano romano o árabe.
Aérea del fin del camino cómodo
Conducciones romanas aún están en servicio dos mil años después, a pesar de que la piqueta, la inoperancia, la torpeza y la desidia por algo que es importante, pero tónica común, ha destruido todo lo que podía ser destruido, y sigue haciéndolo. Hace poco por una cadenas de despropósitos, torpeza de empresas, falta de responsabilidad de quien tiene la misión de velar por ello, y muchas cosas más, se quedó sin caudal el estanque del Alcázar, ese que el gobierno quiere ahora privatizar su gestión, como todo lo que tenga algún interés mercantil. Sería muy largo de explicar pero ha sido una de las muchas barrabasadas que, en pro de la ganancia rápida o el citado mercantilismo, se han hecho en esta ciudad. Pero eso requeriría un tratado de incompetencia profesional.
Explanada y rocas por donde corrió el jabalí horizontalmente y puentecillo donde se subió D. Tancredo
La realidad es que buscando el origen de unas aguas de la ciudad, y conociendo unas prospecciones árabes, decidieron los expertos, Pancho y Ángel, buscar en el cauce del arroyo del Rodadero de los Lobos, que otros autores llaman del Barranco de la Albaida, etc. El ánimo principal era analizar las aguas para comparar la conductividad de las mismas que parece ser el adn de estas, y así de esta forma, conocer si son el origen de otras en la ciudad. Con ese objetivo, después de múltiples visionados de fotografías aéreas, planos, etc. y establecido un plan, una mañana saltamos la valla, porque eso es otra, no puedes circular por la sierra sin saltar una valla, e iniciamos el recorrido previsto.
Represa en el arroyo y zarzal
Primeramente inspeccionamos, es un decir el plural -pues yo soy acompañante afortunado-, debía haber dicho inspeccionaron, un depósito previo a las instalaciones comerciales, en una loma, depósito que vimos por un error en tomar el camino equivocado, así como tapas de registro en el camino (luego asociamos que las conducciones primitivas estaban en línea con ese depósito). Rectificamos la ruta y nos incorporamos al camino de verdad. Decir que en todo momento utilizamos los medios que la tecnología pone a nuestra disposición para fijar los puntos por GPS, y luego poder seguir los recorridos en las fotografías vía satélite. No estamos tan atrasados tecnológicamente como pueda parecer .
Arriba, cada vez más cerca el Rodadero y el borde de las canteras
Siguiendo el curso, arroyo arriba nos aproximamos al Rodadero de los Lobos, prácticamente lo teníamos encima, muy pocos metros nos separaban de él, pero unos metros de notable desnivel, casi verticales. Ahí se acababa la senda que habían utilizado para la conducción moderna, de la utilización de los pozos antiguos. En ese lugar precioso por más señas, habíamos divisado en las fotos una formación plana en el arroyo, que pensamos era el techo de una alcubilla.
Saliente de las canteras
Pancho, el más joven de los tres, aunque Ángel no se le queda atrás a pesar de ser de mi quinta, decidió bajar por el zarzal y comprobó que lo que pensábamos era una alcubilla era una roca natural. En el rincón del arroyo, cuando empezaba a tomar más caída, habían construido una pequeña represa, posiblemente para o bien almacenar en periodos de sequía o frenar la velocidad del arroyo que, por aquello del desnivel tendría más.
Camino, el Castillo Blanco y la vega
Luego decidieron hacer camino al andar, y subir por el roquedal que el arroyo a lo largo del tiempo se había encargado de limar y adaptar a su medida. Dejaron a la derecha el zarzal que protege el cauce, y yo más torpe y mermado físicamente, quedé en el pequeño terreno despejado, donde estaba el muro de la represa y dos pretiles de un pequeño puente. El contacto con ellos lo tenía, y a la vez los situaba, por sus voces, que cada vez se alejaban más, hasta casi voltear la siguiente vertiente. Lo cierto es que a pesar del esfuerzo no encontraron los pozos árabes, teniendo en cuenta que el informador había dicho que debido a la peligrosidad de estos, estaban tapados y protegidos.
Interior del aljibe
Iniciaron la vuelta al lugar donde estaba yo, pero se desviaron de la ruta de subida y describieron, buscando un camino adecuado un trazado horizontal hacia el oeste, dirigiéndolos yo desde abajo con la referencia de mi voz. Cuál no fue mi sorpresa cuando Ángel gritó repetidas veces:
–¡¡Ahí va!!
A lo que siguió un temblar del suelo como si pasara un tanque y un ruido enorme de bufidos. Un jabalí que seguro superaba las doce arrobas, corría rocas abajo, soplando y haciendo el mismo ruido que el 7º de Caballería, el de los "buenos" cuando venían a asesinar pieles rojas a toque de trompeta.
Pancho fotografiando el interior del aljibe
El animal se vino hacia donde yo estaba, y a mi me pareció más grande todavía de lo que era. Una enorme masa gris oscura casi negra, con unos blancos colmillos retorcidos como algunos. Nos miramos. Yo salté encima del pretil y esperé el ataque como D. Tancredo en la plaza. Nada más lejos de la realidad, el jabalí tenía más miedo que yo y cambió su trayectoria, increíble la rapidez en hacerlo por su envergadura, por la velocidad que traía rocas abajo, y tomó una nueva ruta, pasando delante de mi horizontalmente e introduciéndose en el espeso zarzal de la represa y allí quedó.
Pancho y Ángel campo a través
Luego los compañeros, que no lo habían visto, sólo oído, pero por aquello de que ojos que no ven corazón que no siente, no se les quedó el cuerpo de D. Tancredo como a mí, subido en el puentecillo, además de las sensaciones que pueden aflojar el esfínter. Afortunadamente todo quedó en anécdota y la pena es que mi reacción e instinto de supervivencia, me impidió utilizar la cámara que estaba usando para amenizar la espera fotografiando la naturaleza. Lástima.
Aérea de la ruina de la cabaña de pastores
Después la vuelta y por casualidad debajo de otro zarzal Ángel descubrió un aljibe, semidestruido, que fotografiamos. Algo es algo. Luego Ángel bajó campo a través buscando algún otro, porque suponían debía haber más de uno, y Pancho buscó por otro lado. Yo seguí el camino por ser más cómodo y nos encontramos en el tercio inferior del arroyo que sonaba entre cañas y adelfas, seguro que alimentado por filtraciones, ya que en tramos anteriores estaba seco. No sin antes haber descubierto las ruinas de una casa en una pequeña loma, en un lugar que controlaba el pequeño valle, casa que debía haber sido seguramente de pastoreo. Una conducción de tubería de hierro nos seguía arriba de la ladera, vigilante como los indios vigilaban discretos a los que pasaban por el desfiladero, una veces se veía y otras no.
Restos de la cabaña
Después ya con un calor agobiante llegamos a la cerca y de nuevo en la carretera, para coger los vehículos que estaban delante de la puerta del Castillo Blanco. No se encontraron los pozos, solo un aljibe, pero si se investigó el Arroyo del Rodadero de los Lobos hasta casi el Rodadero. Habrá que esperar tiempos más secos en otoño que permita encontrar esas fuentes del Orinoco cordobés.
El tubo de hierro por la ladera
Fotografías y vídeo del autor
Bibliografía sobre el terreno