Fachada este del alminar de la Mezquita de Córdoba
Dentro del espacio Diálogos con la Cultura que organiza la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, se ha desarrollado hoy una segunda parte del evento "Relaciones mutuas: La Mezquita de Córdoba y Madinat al-Zahra", con una posterior visita al monumento y subida al primer tramo del alminar. Antes del acto, en el Patio de los Naranjos me encontré a mi amigo Pepe, -compañero de fatigas públicas en equipos distintos hace ya casi un cuarto de siglo- sentado en la grada de la galería este, junto a la Puerta de la Grada Redonda. Descansaba y meditaba, seguro que escuchando a su admirada Mayte Martín. Y como es de ese grupo de locos, en el que me incluyo, venía de haber estado en el mayor y más surtido museo de capiteles del mundo fotografiándolos. Luego vimos las entradas al aljibe.
Cartel del evento
Como hemos dicho, es una segunda parte de la actividad que se realizó hace unos meses, que por poco hace morir de éxito a los organizadores por la masiva afluencia de público que tuvo. Ésta supero las previsiones y hubo que pedir a los alumnos que esperaran está nueva ocasión. En aquel entonces me acordé de la boda de la hija de la “faraona”, en la que pedía al público asistente, con su natural gracia: ¡Si me queréis…irse!
Antonio Vallejo, Manuel Pérez y Pedro Marfil
En esta ocasión poco menos de un centenar de asistentes configuraba la visita. Después de unas palabras del decano de la facultad para detallar el acto y los motivos de esta segunda entrega, El Prof. D. Manuel Pérez Lozano, explicó en qué consistiría la vista a la vez que la enmarcaba dentro de las actividades de la próxima salida a la luz de la Asociación de amigos de Madinat al-Zahra.
Aquí vemos el trampantojo del lucernario y la señal en la pared de la cúpula de Enrique II
Los asistentes se trasladaron desde el Aula Magna al patio de los Naranjos, donde se dividieron en grupos. Mientras unos visitaban la Mezquita guiados por Antonio Vallejo Director del Conjunto de Madinat al-Zahra y el Profesor de Historia del Arte Manuel Pérez. Grupos de unas veinte personas, cada vez, por razones del espacio disponible arriba, visitaban el alminar, en este caso guiados por el Arqueólogo y Prof. Asociado de Historia del Arte Pedro Marfil.
El trampantojo de la "cúpula dorada" en todo su esplendor
En este grupo se acopló el que suscribe, y trató de colaborar junto con Sofía -una alumna de Pedro que realiza trabajos de espeleología en las Cuevas de Nerja, según me comentó-, en controlar a los visitantes para que no se pasara del pasillo encima de la bóveda de la Puerta del Perdón. No estaba permitida la subida más allá del lugar mencionado, ni la salida a las terrazas.
El arqueólogo Pedro Marfil explicando en las estrechuras del pasillo
Si se podía ver el tramo de escalera en el interior del alminar, de los dos que tenía. El alminar tenía dos escaleras independientes una de otra, que permitían en su momento la subida y bajada sin cruzarse. La del lado oeste está destruida. La actual estructura, que permite disfrutar de la cara este del alminar primitivo, corazón de la torre cristiana actual -la torre que ahora vemos forró materialmente el alminar por el exterior, manteniéndolo dentro de sí-, ha conllevado a la eliminación de las viviendas de las familias que han habitado a la torre casi cien años, dejando diáfano ese lugar.
Una cabecera de viga original
La subida al cuerpo de campanas y al resto de la torre, se hace de manera distinta a como se hacía anteriormente. Esta configuración actual, destruyó la famosa “cúpula dorada” mudéjar que coronaba la Puerta del Perdón, construida por Enrique II, cuyas huellas aún quedan en las paredes. Esta cúpula desaparecida, ha sido sustituida por otra de vulgares azulejos, con lucernario, a modo de trampantojo cinematográfico que, nada, o muy poco, tiene que ver con la original.
Tramo de escalera primitiva
Eso sí, la mencionada configuración permite ver la fachada este del alminar primitivo, su decoración de yesería y un triple arco con columnas de mármol, modernas, que sustituyeron unos soportes de hormigón que D. Félix Hernández dejó cuando estudio el mismo. Estas columnas distraen la visión de la fachada, y los que visitan el lugar preguntan siempre si son las originales.
Otro tramo de escalera primitiva
La fachada está construida a soga y tizón, y contienen en su interior unas vigas de madera –puede verse la cabecera de una de ellas en la entrada al pasillo- que, posiblemente fueran la cautela de los constructores, al enfrentarse al alminar más alto de los conocidos en su tiempo. La escalera primitiva del alminar presenta aún la decoración que tenía en su techo, entre los arcos.
Escalera
Los distintos tramos de escaleras están decorados con badajos de las campanas. De pequeños nos decían que estos se amarraban a la campana con “picha” de toro, material que una vez seco tenía una dureza especial. También las porras de los municipales decían estar hechas del mismo material. A saber si ambas cuestiones eran una leyenda urbana de las muchas que tenemos.
Arcos superiores de la escalera
Lástima que no se pueda subir hasta arriba, como se hacía antaño, por no haber dotado de las medidas adecuadas al acceso superior, que garanticen la seguridad de los visitantes, ya que existen tramos de escalera con aberturas que pueden ser muy peligrosas para la integridad física de cualquier curioso. Por ello la prohibición lógica de acceder a este sector de la torre, e incluso a las terrazas.
Decoración primitiva entre los arcos
Los que nos hemos criado en el barrio de la Judería, y nuestro campo de juegos era el Patio de los Naranjos y la propia Mezquita, y además éramos amigos de todos los niños y niñas que habitaban la torre, acorde con las cuestiones generacionales, sabemos lo que se siente volviendo a esos lugares mágicos de la infancia. Mi relación era mayor con los hijos mayores de Elena Muñoz y Manolo Soriano, el campanero -que sustituyó a su padre, el campanero abuelo-, Manolín y Rosi Soriano Muñoz. Que siguen siendo muy buenos amigos, con esa relación que se tenía, que sin serlo, era muy cercana a la familiaridad.
Un arco y la abertura del techo
Son muchas las veces las que he subido hasta el campanillo, y sentado en el asiento circular que configuraba la escalera de caracol, soñado con muchas cosas, teniendo la ciudad a tus pies. Eras un poco Diego Valor, el Cachorro, e incluso aquel Supermán de editorial Novaro de Méjico, nunca Roberto Alcázar que era muy del régimen, e incluso el novio de Loli de "Novio a la vista" de Berlanga. Y se te iba la vista viendo "esa raya lejana que le llaman horizonte" de Rafael de León, que te decían estaba aún muy lejos, y que ahora prácticamente ha pasado. En el campanillo siempre me acordaba del villancico de Ramón Medina: /Será, acaso, el campanillo/ que hay junto al San Rafael/ que esta noche, pobrecillo/ quiso repicar también/ que tan bien cantaba mi madre con ese buen paladar musical que tenía, posiblemente herencia genética del abuelo Rafael Carreras, el barbero de la Mezquita. Guapa como todas las madres, o como la abuela Antonia Jurado, su madre, que fue musa temporal de Julio Romero de Torres.
En esta fotografía se ve otra viga abajo y la decoración del arco
Que yo recuerde, eran del orden de una veintena de personas las que habitaban la torre. Unas cuatro familias. Tres en la parte superior y una en la buhardilla que había encima de la actual galería que contiene las taquillas actuales. Ya se pueden imaginar la calidad de vida que podían tener estas familias, prácticamente hacinadas, y que simplemente para cualquier gestión diaria de las naturales habían de bajar a la calle, más de un centenar de escalones. Si subías en horas del mediodía podías oler los distintos guisos que se cocinaban allí. Era la torre por ello un elemento vivo. Son muchos más mis recuerdos del barrio de la Judería.
Peligrosa abertura de arriba, vista desde abajo
El San Rafael del campanillo, en su halo de santidad, tenía una lámpara que cambió más de una vez el campanero -el abuelo-, cuando se fundía, casi siempre para la verbena. Dicen que ayudado por “Zapatones”, otro vecino del barrio, aunque yo nunca he creído lo del ayudante. Luego por el estado físico de la escalera de caracol final, se tapió la entrada desde el cuerpo del reloj y de la matraca -artilugio de madera con unos martillos que se hacía sonar en Semana Santa- y ya no se pudo subir nunca a él.
Desde la ventana galería este y tejados de la norte
Desde el balcón del reloj, por una apuesta, me deslice por la fachada hasta el pasillo inferior. Evidentemente si me hubiera caído lo habría hecho sobre el pasillo, nunca a la calle –arriesgado pero no inconsciente del todo-, pero mira por donde Juanín, el Sacristán mayor, hermano del campanero, que también había nacido en la torre, y casado con mi madrina Mari Rosa, me vio desde la Puerta de las Palmas, me dio unas cuántas de voces, y después le dio el parte a Loles que me esperaba con la zapatilla en Cardenal Herrero, 32. Ella era partidaria de aquello de “en la cabeza no, pero el culo como un tomate”. Pero gané la apuesta.
Desde la ventana la inmensa mole de la catedral
El repique de las campanas se hacía a mano, y era muy curioso conocer el código de sonidos de los diferentes toques, desde los lánguidos fúnebres y espaciados de difuntos, hasta los alegres del repique. Toda la familia repicaba y era un verdadero arte ver el volteo de las campanas, una mezcla de habilidad y fuerza. Los habitantes de la zona estábamos familiarizados con los toques del reloj que las veinticuatro horas nos daban la hora. Cuartos una campanada, medias dos, menos cuarto tres y las que antecedían a la hora cuatro. Las horas las daba una campana mayor que la de los cuartos.
Un badajo de campana
La cantidad de recuerdos que suponen simplemente subir a la torre, es algo que te traslada más de sesenta años atrás, a recién retiradas las cartillas de racionamiento -seguro que estos malandrines nos llevan a ello otra vez-, a los Patios llenos de niños -ahora no los hay en ese barrio- jugando. Incluso a la figura de todos esos curas preconciliares, más bien prehistóricos, de la dictadura. Los “franceses” de su Imserso, pues eran todos mayores, en los autocares de Atesa, que fueron de los primeros turistas. Ojalá no se hubieran ido, o mejor dicho no los hubiéramos echado, para cambiarlos por el triste “vivan las caenas” ¿pero… no ha dicho el pueblo español algo parecido ahora?
La galería norte sin la buhardilla citada
La calle donde nací
Para finalizar, suerte a la Asociación de Amigos de Madinat al-Zahra (AMAZ), en su andadura, Medina Azahara se merece ese empujón que le puede dar la Asociación y la gente que la compone, que ayer se multiplicaban difundiendo los folletos de la Asociación. Y como no, gracias a Pedro Marfil por permitirme, con su invitación al acto disfrutar de un rato de recuerdos agradables.
Tríptico de AMAZ
Fotografías y vídeo del autor
Qué gran suerte la tuya haber podido visitar el alminar de la Mezquita. Ya hace años que no subo a la torre. Y qué gran suerte la nuestra porque lo compartas con nosotros.
ResponderEliminarAparte del interesantísimo artículo, con fotos magníficas, como siempre, el toque personal y cercano, de amistades y personas de tu infancia y recuerdos vivos. Es una delicia leerte estas cosas, porque se nota que cuando hablas de esta zona, aparte de la monumentalidad del lugar, sobresale ante todo es cercanía con las personas que estuvieron presentes en tu infancia y juventud.
Enhorabuena y muchas gracias.
Un abrazo.
Muchas gracias José Manuel, pero la suerte es tener amigos, y años.
ResponderEliminarUna curiosidad: mi padre viene a Córdoba en 1940, de Pinos Puente (Granada), vive en Castro del Río –el traslado de la fábrica de harinas de Carbonell de Pinos Puente hace que la familia se venga para acá-. Dos de sus hermanas se casan allí, y él se coloca en Intendencia de panadero, conoce a mi madre y se casan en 1945, viven un poco de tiempo, muy poco en la calle San Eloy (San Pedro) y luego en Medina y Corella –el fundador del Monte, luego Cajasur-, después en Cardenal Herrero, debajo exactamente de la torre de la Mezquita, tan debajo que por el amanecer nos daba sombra. De allí se muda en 1969, a Ciudad Jardín, hasta que muere en 2001. Casi sesenta años debajo prácticamente de la torre y nunca subió a ella.
Un fuerte abrazo.
Yo también pude visitar el Alminar y toda la Mezquita porque mi padre era de Córdoba y pase grandes temporadas en ca mis abuelos y ca mis titos.. Tengo que ir a Córdoba en breve... Para poder verla desde la Torre de la Mezquita, recuerdo el blanco de cal de las paredes de sus casa cegándome los ojos... ¡Córdoba es toda puro arte por dónde quiera qué la pises!
ResponderEliminarTe esperamos por aquí, otra cosa es ver la ciudad desde la torre porque la subida es puntual, y en este caso fue la Universidad. Y la luz es especial, creo que Sorolla no la conoció en su tiempo, él que sabía pintar también la luz mediterránea. Muchas gracias por los piropos a nuestra ciudad. Un saludo.
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