Portada del folleto
En la aspereza de un día desapacible, lluvioso y frío, solo, en el patio de la casa de Góngora, que siempre me recordará un 28 de diciembre de 2000 cuando, contra reloj, entregaba el proyecto de la rehabilitación de la finca en la que estaba, en dos ministerios distintos en Madrid para conseguir una subvención y poder rehabilitarla. Bajada del AVE, taxi, primer Ministerio:
-Espere un momento por favor.
Nuevamente taxi y el segundo ministerio, allí lo mismo:
-Espere un momento que en seguida salgo.
Registro. Favor funcionarial porque estaba cerrado aún. Nuevamente taxi, Atocha y en el primer AVE bajar de la meseta hacía Andalucía.
-Espere un momento por favor.
Nuevamente taxi y el segundo ministerio, allí lo mismo:
-Espere un momento que en seguida salgo.
Registro. Favor funcionarial porque estaba cerrado aún. Nuevamente taxi, Atocha y en el primer AVE bajar de la meseta hacía Andalucía.
Nathalie (Foto de Cordópolis)
Esa fue la secuencia de lo ocurrido, en el último minuto, del último día, se presentó el proyecto que, meses después dieron vía libre a la rehabilitación de esa maravillosa casa. Casi siempre todo es a última hora, y no es porque no había habido tiempo de sobra. Es como el pago de algunos, de los recibos, el último día también. Por eso sentado esta mañana allí en el patio de la casa de Góngora, con el solo rumor del surtidor de su fuente, sentí el haber aportado ese granito. Podía haber sido otra persona, es evidente, pero fui yo.
Una de las tres salas
Durante el camino, con los dos voluminosos proyectos metidos en la mochila, siempre pensé ¿y si se me extravía la mochila, o un amigo de los ajeno en un descuido la cambia de lugar qué?. Siempre habría habido posiblemente un alargamiento del plazo, sin duda. Por lo tanto no tiene el hecho más importancia que la que yo le quiera dar. Luego a la vuelta tuvimos en el barrio festival flamenco en desagravio de lo que por fallos eléctricos no pudo hacerse en la verbena. Presentado por Rafael Guerra, la saga de los Ordóñez, y un guitarrista para todos, Gabriel Muñoz. Un éxito pleno del día de los Inocentes del año 2000.
Es un marco incomparable desde luego la casa de Góngora. Hoy presenta -se inauguró el dieciseis- una muestra de una artista de la fotografía. Nathalie se compone de una mezcla cultural germano-iraní, y residió en París un tiempo, y ahora la del valle, la que impregna La Fragua, de Belacázar. Ella ha estado invitada en el Convento de Santa Clara, con una beca de la UCO, y eso, seguro la ha llenado bien del entorno. La Fragua es un vivero de artistas.
Texto de Paul Freches:
"Invitada a una estancia en el convento de Santa Clara en Belalcázar, en el marco de una residencia artística efectuada a finales del verano de 2012, Nathalie Mohadjer realizó este conjunto fotográfico que hoy se presenta en la sala Galatea de Córdoba.
Formada en la Bauhaus a principios de los años 2000, Nathalie había basado hasta entonces su trabajo en el campo de la fotografía documental, mostrando una predilección por los temas con carácter social: cárcel, campo de refugiados, casa de acogida para personas sin hogar. De estas diversas obras se desprende una sensibilidad hacia la injusticia del orden social y el sufrimiento ajeno, una voluntad de sobrepasar las fronteras arbitrarias que separan a los hombres, un impulso hacia la fraternidad.
Con la delicadeza de su mirada y su dominio de la cámara, Nathalie daba forma artística a su empatía por los excluidos, los olvidados, los marginales. De este modo ya afirmaba un punto de vista en relación con la contingencia de los hechos, al que corresponde un concepto de la fotografía igualmente afirmativo. Podríamos definir este concepto de la siguiente manera. Aun cuando la ambición del fotógrafo consiste en ofrecer informaciones sobre el mundo, es su determinación respecto a las múltiples opciones que condicionan la producción de las imágenes lo que confiere relevancia a su trabajo.
Naturalmente, la gran mayoría de estas opciones seguirán siendo invisibles para quienes observen las fotografías. Sin embargo, estas opciones determinan el perímetro de intervención del fotógrafo, lo que le permite crear la obra. La unión algo monstruosa del hombre y de la máquina en el acto de fotografiar hace que sea difícil distinguir entre la simple restitución de la realidad y la interpretación del fotógrafo.
¿Qué parte corresponde al hombre? ¿Qué parte corresponde a la máquina? Para Nathalie Mohadjer, esta distinción parece haber estado clara desde el principio. Con esta certeza ha desarrollado rápidamente su estilo, su lenguaje fotográfico.
Cuando llegó a Belalcázar en el calor del final del verano, ¿habría podido encontrar un tema en la misma línea de aquellos a los que dedicó sus trabajos anteriores? Seguramente, porque la injusticia y el sufrimiento no están ausentes de ningún lugar donde haya actividad humana. Sin embargo, no se ve nada de esto en las fotografías tomadas en los alrededores del pueblo, bajo una luz incisiva, o en las calles al atardecer, cuando las sombras regresan a las paredes secas y a los adoquines, que finalmente pertenecen a los habitantes.
Cuando llegó a Belalcázar en el calor del final del verano, ¿habría podido encontrar un tema en la misma línea de aquellos a los que dedicó sus trabajos anteriores? Seguramente, porque la injusticia y el sufrimiento no están ausentes de ningún lugar donde haya actividad humana. Sin embargo, no se ve nada de esto en las fotografías tomadas en los alrededores del pueblo, bajo una luz incisiva, o en las calles al atardecer, cuando las sombras regresan a las paredes secas y a los adoquines, que finalmente pertenecen a los habitantes.
El comentario social y ético desaparece radicalmente de estas imágenes que parecen flotar fuera del tiempo, en un espacio poética en el que el polo negativo ya no es la miseria sino la oscuridad. Recíprocamente, la esperanza y la alegría dejan paso a la claridad. Por la manera personal de tratar sus fotografías precedentes, Nathalie Mohadjer se situaba en cierta forma en el umbral de ese espacio poético. Su estancia en Belalcázar le dio la oportunidad de aventurarse allí.
Educada en dos culturas (alemána e iraní), Nathalie Mohadjer se instaló en París después de terminar sus estudios. Viaja con frecuencia y se alimenta de las conversaciones que entabla con la gente que encuentra en su camino. No obstante, sus fotografías de Belalcázar narran más bien la experiencia de un lugar que el encuentro con sus habitantes. En el bosque bañado por una luz intensa, Nathalie ha puesto en evidencia dinámicas de materia y vacío, de orden y caos, de agua y arena.
La proliferación de hierbas y ramajes hace que la mirada se extravíe y se fije difícilmente. Si bien el grupo de retratos ofrece un aspecto más clásico, la apuesta por el blanco y negro, la imagen levemente borrosa y la ausencia de indicaciones sobre las situaciones ubican estas imágenes en otro lugar que evita la descripción. Esta incertidumbre se encuentra también en la última secuencia, en la que las huellas de la actividad humana diseminadas en el campo andaluz quemado por el sol se mezclan con el entorno natural.
Sala Galatea (Casa Góngora)
De lunes a sábado: de 10,00 a 14,00 y de 17,00 a 20,00 h.
Domingos y festivos: de 10,00 a 14,00 h.
Precio: Entrada libre
Organiza: Ayuntamiento de Córdoba. Delegación de Cultura.
Colabora: La Fragua Artist Residency.
catalogo-nathalie-mohadjer.pdf postal-sala-nathalie.pdf
Fotografías y vídeos del autor.
Bibliografía del folleto de la exposición.
Bellísimas imágenes y datos que nos has proporcionado. Un muy buen post. Un beso grande, Lou
ResponderEliminarLou, muchas gracias y me alegro que te hayan gustado. Es muy original la artista.
ResponderEliminarUn beso.
Unas fotos magníficas, arte del grande, a ver si aprendo algo, me apunto esta artista en la agenda, un abrazo Paco
ResponderEliminarA ver si aprenden de ti otros, tus trabajos no tienen que envidiar a estos, cada uno en su género. A cuidarse y al campo, querido amigo.
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