Panteón de la familia Muñoz
Que mejor sitio de paz en este agobiante mundo de información manipulada, de terror y de abusos, de criminales reformas laborales, de futuro incierto para nuestros hijos y nietos, que un cementerio. En Córdoba los cementerios fueron un símbolo de la modernidad de la ocupación francesa. Lástima que volviera el felón y no se quedara José I. El Decreto de 4 de marzo de 1809, firmado en Madrid por José Bonaparte, fue el que determinó la construcción del Cementerio, que comenzó el 29 de octubre de 1810 y finalizó el 8 de junio de 1811. El costo fue de 51.233 reales con 27 maravedises. Pero a partir de 1833 es cuando se consolida definitivamente y se abandonan las inhumaciones en los recintos de las iglesias. Y se adopta la tradición romana de las inhumaciones fuera de las ciudades.
Portada de la actual ermita de la Salud
Los franceses fueron los que higienizaron las ciudades españolas, sacando los enterramientos de los patios y huertos de las iglesias, que acabaron con las “miasmas” (efluvios de los enterramientos superficiales). También trataron otra higiene, en este caso de los recintos conventuales y crecidos censos de los mismos. El cementerio que tratamos es el llamado de la Salud (Cementerio de la ciudad), una de las paradójicas contradicciones cordobesas, junto con Vistaalegre (que ubica el edificio de la Organización Nacional de Ciegos Españoles, y presenta la “agradable” vista del cementerio) y los barrio de los Olivos Borrachos (donde está la sede de una Asociación de Alcohólicos Rehabilitados). Otra cosa que de pequeño me llamaba la atención era el nombre del Paseo de la Victoria -después de José Antonio Primo de Rivera y actualmente de la Victoria-, que yo asociaba a la victoria del fascismo, pero que era como consecuencia del Convento de la Victoria, que estaba allí, y el nombre la Virgen, por eso de mayor dejé de odiarlo. Otra más de las múltiples advocaciones marianas, que los creyentes en base a un sentido de la propiedad muy especial se adjudican para sí o su barrio.
Entrada principal al cementerio
Se construyó la necrópolis en el pago de la Salud, donde existía una ermita desde el siglo XVII, cuya historia dice:
“Cuentan las viejas crónicas que Simón del Toro, labriego sencillo, y su compadre Bartolomé de la Peña, ambos vecinos del barrio del Alcázar Viejo, cultivaban en aparcería un pequeño predio contiguo a las murallas de la ciudad. Un día del año 1665 observaron con asombro que, al hundirse la reja del rústico arado en la tierra, dejó al descubierto la entrada de un pozo. Se hicieron de una cuerda que Simón ató fuertemente a su cintura y, sujetándola Bartolomé por el otro extremo, comenzó aquel a descender por la caña del pozo. De pronto, en un hueco, Simón halló con estupor una imagen de la Virgen. Asegura la tradición que esta esculturilla de la Virgen había sido escondida por los mozárabes en el lugar en que fue hallada, en momentos azarosos de la persecución mahometana. La piedad del pueblo levantó en su honor una pequeña iglesia en aquel mismo lugar, frente al lienzo de la histórica muralla de la Puerta de Sevilla. La pequeña esculturilla de barro cocido y el agua que emanaba del aljibe obraron sorprendentes prodigios según los relatos populares. A esta imagen de la Virgen que hizo tantos milagros y que hoy tenemos olvidada, se dio la advocación de Nuestra Señora de la Salud, y el mismo nombre se aplicó a la ermita donde se venera, a la necrópolis que junto a la ermita se construyó en el primer tercio del siglo XIX y a la Feria que espontáneamente surgió en sus aledaños.”
Espadaña y monasterio
Además de paz, podemos encontrar en La Salud, una variada muestra de la arquitectura y escultura, de los más afamados artistas de la época, que señalaban la posición social de una burguesía que, sin llegar a significar lo que fue en otras latitudes este estrato de la sociedad, para el desarrollo natural de la naciones, aquí significó el codearse en la “otra vida” con la aristocracia latifundista, reflejando un estatus que posiblemente tuvieron en ésta, con una ostentación para la morada eterna. Siempre ha sido así, buscar en la muerte los mejores sitios, más cercanos a lo celestial, más exagerados, que denoten el poder que, afortunadamente, la sabia naturaleza iguala con los menos favorecidos. Existe una ruta de las principales obras de arte que contiene, y en el Día de Difuntos se convierte el recinto en una "feria".
Detalle del panteón
Pues bien, en el paseo, en el patio de San Antonio, me llama la atención un panteón, que tiene en su composición una urna en alto, abrazada creo que por un sauce llorón, o eucalipto, que no palmera por el tronco. La obra no está firmada, y dice Panteón de los Iltmos. Sres. Francisco Muñoz y Familia. Evidentemente no es de quien suscribe y eso no hay ni que decirlo. Descubro que figuran varias personas en él, aún no he comprobado en el libro de enterramientos municipal, sus datos. O solicitado el oportuno certificado de defunción, que determina mejor su filiación familiar, para seguir indagando en el personaje. Una de las personas que están allí es D. Francisco Muñoz Leal, que falleció en 1925, y que fue 6 años antes miembro de la Asamblea Regionalista de Córdoba de primero de enero de 1919.
Cartel de la Asamblea Regionalista de Córdoba
Un destacado andalucista, junto con los Blas Infante, Presidente de la Asamblea, Francisco Córdoba Fuentes y José Morón Rubio, Secretarios. Eloy Vaquero, Francisco Azorín, José Guerra Lozano, Bernardo Garrido, Emilio Urbano, Pablo Troyano, Enrique Suárez y Manuel Cáceres, Concejales de la minoría regionalista-republicana del Ayuntamiento de Córdoba. Dionisio Pastor, Presidente del Centro Andaluz de Córdoba; Eugenio García Nielfa, Director de la Revista ANDALUCÍA. Francisco Chico, Luis Ramajo y Rafael Ochoa, por la Junta de Relaciones del Centro Andaluz. Manuel García Bernal, Francisco Pineda, Antonio Gil Muñiz, Ramón Carreras, Francisco Salinas, Alonso del Rosal, Rafael Bernier, José Millán, Pascual Carrión, Jesús Alfonseca, Francisco Piqueras, Enrique Salgado, Jesús Martín, Horacio Fernández, Antonio Goris Aguilar, Antonio Carmona, José Blanco y Francisco Muñoz Leal, Asambleístas de las provincias andaluzas . La pena es que no encuentro donde mirar más, pues la red contiene poca información.
La realidad es que un tocayo de nombre y primer apellido, Francisco Muñoz Leal, que no Carreras, políticamente inquieto por su tierra, reposa allí junto con su familia.
Fotografías del autor y Universo Andalucista.
Bibliografía de Cecosam y Universo Andalucista.
No dejan de tener su encanto estos panteones, algunos auténticas obras de arte.
ResponderEliminarSaludos.
Pero lo curioso es que se llame igual que tu o tu igual que él. Imaginate en Torrelaguna, Panteón de Eduardo de Vicente y familia, y que no sea tuyo. Y lo más deseable es que no sea por muchos años.
ResponderEliminarUn abrazo Eduardo
Tiene tela marinera, quien iba a decir que despues de tantos sacrificios de vida humanas, con el tiempo y con razón íbamos a decir abajo el felón y viva Pepe botella.
ResponderEliminarQuien sabe, si dentro de unos años o meses, tenemos que decir abajo el felón, y los reyezuelos de las taifas y viva el General.
Es para morirse y utilizar tan suntuoso panteón.
Recibe un cordial saludo de un fiel seguidor.
Luis.
Estimado Luis
ResponderEliminarLos sacrificios fueron obligados por los dirigentes, el nacionalismo es un elemento culpable de muchas desgracias en muchos países. Podemos hablar de pérdida de la soberanía, pero ahora no tenemos soberanía y en ese tiempo toda la soberanía la tenía el granuja del rey, el pueblo solo para defenderla y morir por ella. Los franceses tendrán muchos defectos pero son los que trajeron la modernidad a Europa, aunque crearon también el bonapartismo que en realidad es una derivación de las revoluciones, una pérdida de purismo en las mismas y el aprovechamiento de cualquier personaje para su cuestión personal. En la revolución rusa también ocurrió ese bonapartismo y algún que otro general quiso aprovecharla para su bien personal, poniendo, eso sí, delante el nombre de la patria. Nombre que siempre se invoca para cometer las mayores atrocidades, normalmente asociado al del dios de turno.
Lo del general (le he puesto la minúscula a propósito) espero que no tengamos que decirlo, pero si hay que reconocer que, los trabajadores, durante su dictadura, haciendo un esfuerzo histórico, parecen que tenían más derechos que los que tienen ahora mismo. Su despido era mucho más complicado en la dictadura que en la “democracia” actual, y por ende se suponen que estaban más protegidos sus derechos.
Un abrazo y muchas gracias.