Fachada de la casa de los Guzmanes con la señal en la pared
Ayer por la mañana,
durante un paseo matutino y al pasar por el Realejo, me fijé nuevamente en la retirada de la placa de
Varela de la Casa de los Guzmanes. De ese lugar me acuerdo cuando tenía el
tacón, y la vista de un solar en ruinas hacía comentar a mi padre, que era una
casa que estaba así por un bombardeo de la guerra civil. La motivación decía,
porque allí vivió el general Varela, había caído al lado una bomba, porque falló la aviación de los “rojos”.
En aquellos tiempos
mi padre, posiblemente por la cercanía del conflicto, por la persecución de que
eran objeto los disidentes, y porque así era la mayoría de la gente, era muy “nacional”. Oscuros personajes fueron los actores del guión
del levantamiento y represión sangrienta en Córdoba. De ello se puede mirar en el libro de Francisco Moreno. Eran: Ciriaco Cascajo,
Eduardo Quero, junto con Cruz Conde, Bruno, Pardo y otros muchos más de tercera
división. Lo de Varela fue temporal, vivió un tiempo corto, en el Palacio de
los Guzmanes, y continuó después su “cruzada” por el territorio.
En el Realejo
instalaron una placa conmemorativa del protector General Varela, dos veces
laureado, por haber vivido allí, simplemente por eso. Claro seguro también le agradecían
la limpieza de republicanos y su manto protector. Individuo que mucho antes participó
en la tentativa de Sanjurjo, por la que fue detenido y perdonado. Después lo hizo en otra
sonada que no sonó, y sin embargo Gil Robles lo hizo General en el 32. Para
ser parte importante en el golpe del 36. Luego fue Ministro del Ejército.
En 1953, con seis
años, me llevó mi padre al entierro de otro golpista, el citado CoronelCascajo, que ya era General. A este
personaje lo llevaron en un armón de artillería desde su casa -el “chalet de Cascajo”, que los latifundistas y la burguesía cordobesa le habían regalado en la Avd. de la República Argentina, esquina Antonio Maura con Ximénez de Quesada-,
hasta el cementerio de la Salud. El recorrido fue por un camino que cruzaba los llanos de Vistaalegre, paralelo con la Avenida del Conde de Vallellano, el suegrísimo, comenzando en el solar de
la Diputación que luego se llamó de Rumasa, y que se puede ver en la fotografía.
Los árboles al lado
del camino hasta el cementerio estaban en alto, rodeados de un cilindro de
tierra para protegerlos, porque toda la zona estaba siendo rebajada. Ese
acontecimiento al que me llevó mi padre, seguro que por curiosidad, me permitió
ver al Sargento Segura, un vecino, gordo, con correaje y casco metálico, cosa
que me llamó la atención acostumbrado a verlo en la taberna La Mezquita, de
paisano pasándose del veinticuatro, muchas veces por la piquera.
Yo no compartía los comentarios
de mi padre, porque recibía otra
información distinta en las noches de escucha de la onda corta, en casa de mi
tío Pepe, lo mismo de Radio Pekín con el perfecto castellano de sus locutoras,
que Radio Moscú, Radio Tirana, Radio Paris, con Paco Díaz Roncero -que se llamaba igual que el famoso orfebre,
Paco Díaz Roncero, “Paco el de la Luisa” como le llamábamos, por haber vivido
juntos en Medina y Corella, 4. Con él fue mi primer trabajo con nueve años-, o la BBC de
Londres, sin descuidar la información del interior que recibíamos de Radio España
Independiente, estación pirenaica, aunque transmitían desde Rumania, quejándonos de las
interferencias que el régimen le metía.
Luego al contrario
de lo decía Ortega sobre la edad, mi padre fue derivando un poco hacia la izquierda, y se
convirtió en un “revolucionario”, bueno es un decir, y hasta criticaba con dureza al “führer”
español. Pues como estaba diciendo,
dejando a un lado la “pequeña deriva hacía el rojo de mi padre”, que no pasó de
ahí, hoy lo importante es dejar constancia en este Blog de la retirada de ese símbolo.
Quitando la placa
La
placa de Varela se quitó en septiembre del año pasado, por personal de la
empresa que quiere construir en el palacio un hotel de cinco estrellas, y ha
estado allí casi tres cuartos de siglo. Yo simplemente quiero dejar constancia de ello en
este Blog, a pesar de faltar poco para un año de su retirada. Distintos medios ya
lo comunicaron en su momento: Diario Córdoba; El Día de Córdoba; El Plural, ArsOperandi... y de ahí la alegría.
Ya no está, aunque
su marca para los que la hemos visto mucho tiempo, y soñado con su
desaparición, se ha quedado marcada en nuestras neuronas. La Ley obligaba a la desaparición de los
símbolos fascistas, que
había muchos, pero nadie se mojó en los muchos años de gobierno municipal
de la izquierda, y esa es la pena, que durante el mandato de un gobierno municipal
de derechas, ha desaparecido. Es evidente que no ha sido por su iniciativa,
pero lo importante es que ha desaparecido.
Alegría por su
desaparición y pena porque la izquierda no ha sido capaz de actuar en su
momento, con arreglo a las leyes vigentes. Claro, la deriva de la izquierda
municipal por el compadreo final, que la desvirtuó, y acabó en transfuguismo, fue
al contrario de la de mi padre, derivó hacia el rosita, sin que valga el juego
de palabras. Y esas pequeñas cosas son las que le han hecho perder
credibilidad.
La entrada de carruajes del palacio
Bienvenida sea la
retirada –aunque tarde- del símbolo
del horror fascista.