El velero de Antonio J. González
Entre la Campiñuela y las canteras de pedroches, existen las instalaciones del Club Mezquita de Aeromodelismo de Córdoba. Una pista para aviones y otra para helicópteros, así como los “hangares”, que te pueden proteger del implacable sol del verano y algún que otro chubasco en cualquier tiempo, componen la instalación. Hacía tiempo que estuve en él he hice una entrada en este Blog. Hacia allí me dirigí con el ánimo de echar un rato de observador de esa maravillosa afición que el hombre siempre ha tenido a lo largo de los tiempos, volar.
La mañana del dos de enero se presentaba bastante fría, nublada y con un aire molesto de poniente. Por el camino, una vez pasas el canal un edificio dónde un coro de perros o rehalas de cacerías te saludan, ya empiezas a visualizar los aparatos volando. Tengo que decir que desde la barriada de Fátima, dirección parcelación de la Campiñuela, o bien por el Molino de los Ciegos desde la fábrica del cemento, se llega andando cómodamente y, una vez cruzas el canal del Guadalmellato y el cortijo señalado anteriormente, entras en una zona agradable desde la que divisas la parte este de Córdoba. Si quieres ir en coche tienes que usar el camino que te lleva a la cantera, o al lago de la explotación abandonada.
El mundo de la aviación, del aeromodelismo, al igual que la bicicleta, la radioafición y cualquiera en la que interviene el ser humano, no está exenta de competitividad, esa maldita palabra que destruye más que construye, aunque en ocasiones sea motora. En la radioafición el que tenía mayor poder adquisitivo se enorgullecía del que tenía menos, exhibiendo aparatos caros y sofisticados, mientras que el de menor poder su situación le agudizaba el ingenio, con poco dinero tenía grandes satisfacciones. Con un cierto reparo me acerqué al grupo de amigos en el que cada uno estaba preparando su máquina de volar de la que había varios modelos, un velero, varios aviones y un reactor.
Antonio Jesús González y su hijo Carlos, me acogieron como si nos conociéramos de toda la vida, Antonio es Profesor contratado de la Cátedra de Medio Ambiente de la UCO, y tenía tres modelos al retortero. Un avión pequeño que fue el primero que vi maniobrar en el aire, un modelo mayor y un majestuoso velero con un pequeño motor eléctrico. Al entablar la conversación salen siempre los escasos conocimientos que uno tiene de la materia, y sobre todo los recuerdos, aunque la diferencia de edad es ostensible.
Coincidimos en la revista Flaps, que salió a los mercados en octubre de 1960, hacía la friolera de cincuenta y un años. En aquellos tiempos uno hacía sus pinitos en ese mundillo y era materialmente imposible comprar un motor de combustión. Yo tenía ilusión, como en tantas otras cosas, en uno de la marca Webra, creo que de 1,5 cc –el cubicaje ya es difícil precisar-, cuyo precio rondaba las cinco mil pesetas. Inalcanzable, como la Minister D de la casa Yashica, me tuve que conformar con un motor de gomas, y una Werlisa.
Los hangares
Coincidimos en la revista Flaps, que salió a los mercados en octubre de 1960, hacía la friolera de cincuenta y un años. En aquellos tiempos uno hacía sus pinitos en ese mundillo y era materialmente imposible comprar un motor de combustión. Yo tenía ilusión, como en tantas otras cosas, en uno de la marca Webra, creo que de 1,5 cc –el cubicaje ya es difícil precisar-, cuyo precio rondaba las cinco mil pesetas. Inalcanzable, como la Minister D de la casa Yashica, me tuve que conformar con un motor de gomas, y una Werlisa.
Hablamos del vuelo circular, casero de motor a gomas o a pulmón, de los extraordinarios simuladores que ya, en época más cercana cuando la informática entro en juego hacían las delicias de los aficionados, el famoso Fly Simulator, que me permitía despegar una y otra vez desde el aeropuerto de Chicago, a orillas del lago Michigan, en una pequeña avioneta, pero que te permitía disfrutar de las delicias de un vuelo tranquilo, a sabiendas de que si algo fallaba el ruido y el ¡craaff! de estrellarte era lo más grave que te podía pasar.
Antonio sufrió una avería en el arranque de su modelo mayor, y solucionó sobre la marcha la reparación del cono de arranque. Su ayudante Carlos, su hijo, le secundaba en todo. Me recordó cuando compartía con mi hijo mayor la afición a la astronomía, o con el pequeño el ciclismo. Tanto en la astronomía me sobrepasaba Paco, como Gabriel en ciclismo. Pedí permiso para hacer fotografías y, tímidamente fotografié los modelos y hice algunos vídeos. Todo sobre la marcha sin preparación previa.
Un avión en banco de pruebas
Reparando el cono de arranque
Los parapentes
Fotos del autor
Agradecimientos a Antonio J. González por su cordialidad y al Club Mezquita por permitirme la estancia en sus instalaciones.
Wowwwwwwwwww
ResponderEliminarque buen escrito comenzando a mezclarlo con emociones... Las imagenes son increibles. ...Y mientras tomo mi t té
te sigo mirando y leyendo
un abrazo
Mucha es un halago viendo de una poeta como tu. Muchas gracias.
ResponderEliminar