Placa conmemorativa del paso de Teresa de Cepeda por Córdoba
Doña Teresa de Cepeda y Ahumada le hizo una visita en 1575 a nuestra Córdoba, cuando era una mujer polémica, valiente y decidida, y muchos años después, 1962, fue su brazo incorrupto, el que vino en su periplo teresiano por los pueblos de España. Aquel brazo que el general bajito tenía en su mesilla de noche, para que lo protegiera de comunistas masones y judíos, el que cuentan que su niña se llevó una vez a Estados Unidos a una beatífica reunión en Nueva York y al no saber en la aduna catalogarlo, el funcionario lo puso en el apartado “Conservas y salazones”. Es una anécdota que se contó en su época.
En el Libro de las Fundaciones cita una reseña de su visita a Córdoba, y se queja de lo mal que lo pasó. Sufrió primero con la obtención de la licencia del Corregidor para pasar los carros al Campo de la Verdad, y cuando se la dieron hubieron de aserrarse sus ejes porque no pasaban por la puerta, luego una “bulla” desconsiderada en la Iglesia del Espíritu Santo, una pequeña iglesia de la barriada, que hizo que se le quitara hasta la fiebre que tenía desde el día anterior. En la iglesia se tuvieron que meter las monjas en una capilla, porque era horroroso el agobio de la gente.
En una palabra, se acordó siempre Teresa de su paso por Córdoba y, aunque no sea la comparación adecuada, aquello sería como el disgusto de Lola Flores en la boda de su hija, por la incomprensión y curiosidad malsana de la gente, y eso que aún no era santa. Teresa, en su humildad, no estaba acostumbrada a esas exageraciones. No he encontrado ninguna visita más, seguro que no le quedaron ganas. Si está la de Juan de la Cruz, que se alojó en la Iglesia de San Roque para luego ir a la de San Cayetano.
Uno de sus famoso éxtasis. Que cada uno piense lo que quiera, hasta
la flecha la dirige Bernini hacia la partes nobles de la orgásmica santa.
Dice el Libro de las Fundaciones referido a Córdoba:
“12. Harto mayor trabajo fue para mí que los dichos lo que nos acaeció el postrer día de Pascua de Espíritu Santo (14). Dímonos mucha prisa por llegar de mañana a Córdoba para oír misa sin que nos viese nadie. Guiábamos a una iglesia que está pasada el puente, por más soledad. Ya que íbamos a pasar, no había licencia para pasar por allí carros, que la ha de dar el corregidor. De aquí a que se trajo, pasaron más de dos horas, por no estar levantados, y mucha gente que se llegaba a procurar saber quién iba ahí. De esto no se nos daba mucho, porque no podían, que iban muy cubiertos (15). Cuando ya vino la licencia, no cabían los carros por la puerta de la puente; fue menester aserrarlos, o no sé qué, en que se pasó otro rato. En fin, cuando llegamos a la iglesia, que había de decir misa el padre Julián de Ávila, estaba llena de gente; porque era la vocación del Espíritu Santo, lo que no habíamos sabido, y había gran fiesta y sermón.
13. Cuando yo esto vi, diome mucha pena, y, a mi parecer, era mejor irnos sin oír misa que entrar entre tanta baraúnda. Al padre Julián de Ávila no le pareció; y como era teólogo, hubímonos todas de llegar a su parecer; que los demás compañeros quizá siguieran el mío, y fuera más mal acertado, aunque no sé si yo me fiara de solo mi parecer. Apeámonos cerca de la iglesia, que aunque no nos podía ver nadie los rostros, porque siempre llevábamos delante de ellos velos grandes, bastaba vernos con ellos y capas blancas de sayal, como traemos, y alpargatas, para alterar a todos, y así lo fue. Aquel sobresalto me debía quitar la calentura del todo; que cierto, lo fue grande para mí y para todos (16).
14. Al principio de entrar por la iglesia, se llegó a mí un hombre de bien a apartar la gente. Yo le rogué mucho nos llevase a alguna capilla. Hízolo así, y cerróla, y no nos dejó hasta tornarnos a sacar de la iglesia. Después de pocos días vino a Sevilla y dijo a un padre de nuestra Orden, que por aquella buena obra que había hecho pensaba que había Dios héchole merced que le habían proveído de una gran hacienda, o dado, de que él estaba descuidado.
Yo os digo, hijas, que aunque esto no os parecerá quizá nada, que fue para mí uno de los malos ratos que he pasado, porque el alboroto de la gente era como si entraran toros. Así no vi la hora que salir de allí de aquel lugar; aunque no le había para pasar la siesta cerca, tuvímosla debajo de un puente.
(14) Este paso del Guadalquivir lo hicieron el primero o segundo día de Pascua.
(15) Iban muy cubiertos los carros.
(16) Me debía quitar la calentura. Recuérdese que el día anterior la había tenido fortísima.”
Dicen que este retrato la representa mejor que ninguno. Es copia de uno original pintado en 1576, al año siguiente de su paso por Córdoba, cuando tenía 61 años.
¿Cómo era físicamente Teresa? Su confesor, Francisco de Ribera, la definió así:
"Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.”
Luego el Ayuntamiento quiso recordar el paso de la Santa por Córdoba y le dedico el nombre de la Plaza, que por eso se llama así, además instaló una placa –no me gusta lápida-, para que quedase para siempre el recuerdo de su paso. “El Ayuntamiento de Córdoba dio a este paraje el nombre de Plaza de Santa Teresa para que perpetuamente se recuerde el paso por aquí de tan insigne mujer española”, y cabreada debió poner también, porque el recuerdo no fue agradable.
Fotos de AMC, autor, Ateneo y Wikipedia
Bibliografía Libro de la Fundaciones y Wikipedia.
2 comentarios :
Me gusta tu blog y cada vez que vengo aprendo.Serias un genial reportero
Un beso
Muchas gracias Mucha, sobre todo viniendo de ti.
Saludos.
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