Torre de vigilancia
En tiempos no tan lejanos, las unidades de las FF.AA. estaban distribuidas en el territorio para defender al régimen de la población, no a protegerla de una amenaza externa, que es para lo que debe servir el ejército. Por ello la cantidad de unidades que había distribuidas por las ciudades. Luego, con la democracia y la pertenencia a clubes militares internacionales, se suavizó esa idea que ha existido a lo largo de muchos años, y las unidades se aglomeraron todas en determinados lugares, para ofrecer una operatividad mejor a las estrategias del mundo actual.
En esos tiempos no tan lejanos, en la ciudad de Córdoba había dos grandes unidades militares, principalmente, el Regimiento Lepanto nº 2, Artillería 42, y Sementales además de otras logísticas, como pudieran ser, Intendencia, Automovilismo, y los que entonces se llamaban CIR (Centros de Instrucción de Reclutas) que estaban en el Cerro Muriano. Cuando nos daban la teórica en tardes de verano, que dejaba dormidos a la mayoría de la clase, utilizaba el instructor un libro que se llamaba Vencer, de claro nombre guerrero. No dudo de la voluntad del escritor, pero hay que reconocer que en algunos temas, mejor hubiera estado como dijo Rafael Guerra el torero, que debía estar en la siesta, el viajante en su casino de la calle Gondomar.
Por ejemplo: las instrucciones de la guerra atómica eran de tebeo, también es verdad que en esa época, que estaba recién asesinado medio Japón con el artilugio criminal de los USA, poco se sabía de ello, y entonces habría que valorar la voluntad del autor. Una de las premisas que nos decían eran:
-Si estáis en combate, y tiran una bomba atómica, no miréis donde la haya tirado, os tapáis los ojos.
Yo, ilustrado algo en el asunto, trataba de hacerle comprender al instructor, lo absurdo de la recomendación. Porque, ¿Qué más da que, la onda expansiva que te va a reventar por dentro, reviente a un ciego que a un vidente? ¿Qué más da que, cuando llegase la onda calorífica, que achicharraría todo, chumarrascara a un ciego que a un vidente? Y al final ¿Qué más daría que cuando llegara la peligrosa radioactividad que destrozaría el núcleo de tus células –si te quedaba alguna en buen estado después de las primeras ondas citadas-, fueran las células de un ciego que las de un vidente?
-Si estáis en combate, y tiran una bomba atómica, no miréis donde la haya tirado, os tapáis los ojos.
Yo, ilustrado algo en el asunto, trataba de hacerle comprender al instructor, lo absurdo de la recomendación. Porque, ¿Qué más da que, la onda expansiva que te va a reventar por dentro, reviente a un ciego que a un vidente? ¿Qué más da que, cuando llegase la onda calorífica, que achicharraría todo, chumarrascara a un ciego que a un vidente? Y al final ¿Qué más daría que cuando llegara la peligrosa radioactividad que destrozaría el núcleo de tus células –si te quedaba alguna en buen estado después de las primeras ondas citadas-, fueran las células de un ciego que las de un vidente?
Pues no daba igual. Era fundamental seguir las instrucciones del manual de teórica y en este caso, de supervivencia. Pero, dejando a un lado las explicaciones del sargento instructor, que sólo obedecía órdenes, y que entendía menos de energía atómica que mi abuela Antonia, hay un asunto que estimo es interesante. Las unidades de las Fuerzas Armadas -entonces se llamaba Ejército Español- como he dicho, estaban distribuidas en el interior de las ciudades o en sus aledaños, y cada individuo, de los que componían el Regimiento debía tener un determinado número de cartuchos, balas, para atender a una eventual revolución, porque en la ciudad no se podía esperar una invasión extranjera. Y los morteros proyectiles, así como los cañones, y bombas de mano, y cartuchos de trilita, y… etc. Claro eso no podía estar dentro del acuartelamiento, por ello las dotaciones de munición se dividían, y me imagino que actualmente igual, en, de Seguridad y Permanente.
La dotación de Seguridad, era una cantidad determinada para salir del paso en un momento dado, que en el caso del Regimiento Lepanto nº 2, estaba en el polvorín particular del acuartelamiento, concretamente donde hoy se ubican parte de los jardines de Lepanto y el edificio del Patronato de Deportes. Eran unas edificaciones semienterradas, circulares, para evitar que una hipotética explosión simpatizara con los otros almacenes, y que la onda en este caso expansiva, saliera hacia arriba, pero que no era toda la munición necesaria. Estas instalaciones se regaban en el estío cuando las temperaturas llegaban a ciertos niveles. Había que relacionar diariamente las máximas y las mínimas, y de vez en cuando recontar el material. Esto lo sé porque entre 1968 y 69, fue mi misión en esa unidad. La dotación Permanente eran palabras mayores, se podía atender un levantamiento mayor o más prolongado, y esa enorme cantidad de munición no se podía almacenar entonces dentro de la ciudad, porque podría, en el hipotético accidente, generar un verdadero desastre.
Una garita interior
Por ello la dotación Permanente de la Plaza, estaba en unas instalaciones de las afueras. Concretamente en un terreno que pertenecía al llamado cortijo Blanquillo Bajo, en la orilla escarpada del río Guadajoz, en la bajada de la cuesta de los Visos, vertiente sur, hacía Puente Viejo, por la N-4 dirección Sevilla, antes de llegar al puente a la izquierda, donde hoy existe un lugar de esos de luces rojas de carretera. Se llamaba el Polvorín del Blanquillo, y era una instalación alambrada, protegida con algunas torres de observación, creo que dos, aún existe una de ellas, y una dotación de soldados cambiante, de guardia en ella. Se componía de una serie de barracones rectangulares, separados entre sí, y alguno circular semienterrado.
Siempre era misterioso conocer de joven esa serie de establecimientos, que conocían otros colegas de la mili, porque habían hecho guardia allí. Creo recordar que eran soldados de Artillería, porque era la unidad encargada de su vigilancia. En la época de la guerra de Corea, de películas patrióticas en la que el 7º de Caballería -entonces ya motorizada- de los yanquis, arrancaban las palmas de los chavales cuando mataban a los coreanos, igual que antes cuando acabaron con el pueblo piel roja, al que siempre la propaganda oficial nos ponía como los malos, cuando los verdaderamente malos eran los de azul y pañuelo amarillo. Siempre era llamativa una instalación que desde fuera parecía un campo de concentración.
Pues bien, ese recinto cuando las unidades militares salieron de la ciudad, y se concentraron en Cerro Muriano y Obejo, no tenía razón logística de ser, y la munición de las dotaciones Permanentes de las unidades se trasladaron a ese gran complejo del Polvorín de El Vacar. Que antes no lo dije, pero ha sido siempre el repositor de las dotaciones Permanentes, era el gran almacén de la zona. Otro polvorín de esa índole estaba en Sierra Elvira (Pinos Puente) –ignoro si aún lo está- que cuando se iba en el tranvía hacía Granada se visualizaban sus chimeneas de aireación, pues los almacenes eran subterráneos, y los soldados en las garitas.
Cuando sucedió el citado traslado, y se abandonó el uso de las instalaciones como almacén de municiones, se trató de utilizar el complejo como lugar lúdico y veraniego, se construyeron unas piscinas que el personal de las FF.AA. y sus familias podían usar en el verano. Esto no duró mucho tiempo. Después se subastó el terreno y tengo entendido que unos “industriales” gallegos, lo adquirieron con la intención de instalar un Aqua Park. La cosa no cuajó, hoy está arrendado el recinto a una sociedad de cazadores. Hace unos días muy temprano, pues el calor no aconsejaba otra hora, lo visité, contacté por casualidad con D. Eugenio, al que pedí permiso para fotografiar aquello, este señor miembro de la sociedad, muy amablemente me invitó a pasar dentro, pero la cantidad de vegetación en la zona de las instalaciones principales me hizo declinar el ofrecimiento, teniendo en cuenta que mi calzado no era el apropiado para esa aventura.
He tratado de buscar fechas, algún documento que me permitiera conocer, precio de venta; cuánto tiempo estuvo en uso; anécdotas, que debe haber muchas; etc. pero estamos hablando de unos treinta años más o menos, un establecimiento militar y es difícil buscar. Pero algún lector, seguro, en sus tiempos de soldado, estuvo allí destinado haciendo la guardia pertinente, y lo más probable es que recuerde, que se activen sus recuerdos del lugar. Sin ir más lejos a la vuelta de hacer las fotos me encontré a Paquito, de la Armería y me dijo que él estuvo allí varias semanas destacado haciendo guardia. De todas formas un recuerdo para una instalación militar desaparecida, que se llamó el Polvorín de El Blanquillo.
Fotografías y vídeo del autor.