D. Rafael Ramírez de Arellano
(Córdoba 3/11/1854, Toledo 20/12/1921), hijo de D. Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez, y sobrino de D. Feliciano Ramírez de Arellano, Marques de la Fuensanta del Valle, envía a D. Adolfo Herrera Chiesanova (
1847/1925) -
cartagenero ilustre, numismático y medallista excepcional, miembro de la Real Academia de la Historia, con un currículo de garantía-, una carta que es un documento donde expresa su sentir por el trabajo, que D. Adolfo había hecho sobre el sello de la Ciudad de Córdoba, que el Consejo de la misma había elegido en 1241, y que sustituyo la corporación municipal en 1983. El significativo sello con la vista del puente, muralla almenada, puerta del Puente, Mezquita, alminar y palmeras y plantas exóticas de sus patios.
El artículo de sigilografía de D. Adolfo Herrera Chiesanova, estuvo ilustrado por una copia en fotograbado del sello que le facilitó D. Feliciano Ramírez de Arellano, Marqués de la Fuensanta del Valle, tío, como se manifiesta anteriormente de D. Rafael firmante de la carta de agradecimiento que se describe a continuación. Carta que es un ejemplo descriptivo de muchas cuestiones de la ciudad.
Escudo antiguo de la ciudad que adoptó la Diputación
De todas formas la lectura de la carta de agradecimiento, es un documento que expresa, en pensamiento de principios de siglo XX, el sentir de los intelectuales por un asunto que, setenta años más tarde tomó en consideración el ayuntamiento de la ciudad, y que hoy forma parte de nuestras señas de identidad. Es extensa pero he considerado inevitable publicarla completa por su precioso contenido.
Azulejo con el sello de Córdoba (Morera)
“SELLO DE CÓRDOBA DEL SIGLO XIV.
Sr. D. Adolfo Herrera.
Mi muy distinguido amigo:
No sabe V. el servicio inmenso que ha prestado al arte árabe en general y á la historia de las bellas artes en Córdoba, con la publicación de su bellísimo artículo de Sigilografía, y mucho más con el fotograbado del sello que al mismo número acompaña, facilitado por el Sr. Marqués de la Fuensanta del Valle. Los que nos dedicamos al estudio del arte árabe, y muy especialmente del arte cordobés, no tendremos nunca frases bastantes para significarle nuestro agradecimiento.
El sello en cuestión reconstituye, con su vista de Córdoba, lo que fueron un día la puerta del puente, el muro exterior de la ciudad, algo de los muros de la mezquita, y lo que es más interesante de todo, la famosa torre de la catedral antigua Assumua de la Aljama, de la que sólo teníamos imperfectos datos.
En el sello de cera, fotograbado, aparecen en primer termina las aguas del rio cortadas por el puente. Este según tradición puramente gratuita, pues no hay documento alguno que la avalore, fue construido por Julio César, cuyo nombre lleva, A la llegada á Córdoba de los árabes mandados por Mugueit, lugarteniente de Taric, estaba destruido, y los árabes tuvieron que pasar el rio por un vado, atacando la puerta que llamaron de la Estatua, por una que sobre ella se parecía. La primera reconstrucción la hizo uno de los emires dependientes de Damasco; la segunda Hischan I, y después se han hecho muchas reconstrucciones, unas totales y otras parciales, desde Enrique II, que restauró la fortaleza que está á su entrada y que se llama la Calahorra; Isabel la Católica, que hizo la desviación para que no hubiera que pasar por el interior del castillo al cruzar el puente, y muchas más restauraciones de arcos llevados por el rio en diferentes siglos. La más notable de estas reparaciones fue la del año 1603, á cuya obra concurrieron los arquitectos Gaspar de la Peña, Juan Francisco Hidalgo, Francisco de Luque y Juan de León, y la última se realizó en 1702 por los arquitectos D. Francisco Agustín y Tomás Ortega, quienes hicieron nuevos dos arcos, en el espacio de un año, llevando la obra por partes, de manera que nunca faltase el paso por el puente, para que comunicasen el barrio del Campo de la Verdad á la izquierda del rio, y la ciudad, que está á la derecha.
El puente, examinado hace pocos años por los ingenieros de caminos de la provincia al hacer reparaciones en él, tiene una particularidad especialísima y que no debemos dejar de consignar en esta carta. Sabido es que tiene diez y nueve arcos, y que el rio, especialmente en el estiaje, lleva muy poca agua; pues bien, los primitivos constructores, romanos, fuesen ó no del tiempo de César, construyeron un canal (por debajo de lo que hoy es el arco sexto, á contar desde la puerta), por donde echaron todo el agua del Guadalquivir; construyeron en seco por uno y otro lado y cuando llegaron al cauce artificial no se cuidaron de rellenarlo, sino que voltearon un arco de fuerte sillería y sobre él construyeron los estribos y el arco sexto actual. El tiempo y las avenidas han cegado el canal primitivo, y el arco persiste y ha sido reconocido y reparado por los buzos, como antes he dicho.
Respecto al puente, el sello no tiene importancia, porque no da idea nueva de su forma. Lo mismo acontece con la Albolafía, de la que Vd. ha dicho lo bastante; pero no sucede asi respecto á la puerta del puente. Por la Historia de Al-Andalus, de Ibn Adharí de Maroc,
traducida por el Sr. Fernández y González, sabemos que la tal puerta existía antes de la venida de los árabes. Sabemos que éstos la llamaron de la Estatua, por una que tenía en su coronamiento. La actual es obra del arquitecto cordobés Hernán Ruiz, hijo del mismo nombre, natural de Burgos, que empezó el crucero de la catedral. La mandó construir Felipe II, cuyo nombre y armas ostenta, y está adornada con altos relieves que se creen obras del célebre escultor Torrigiano, autor de San Jerónimo del Museo de Sevilla. Pues bien: la portada que aparece en el sello no es la de la Estatua, ni puede ser la actual, puesto que es posterior al sello, sino que es de gusto árabe, de arco de herradura y al parecer lisa y llana y sin adornos ornamentales. Si yo estuviese en Córdoba iría al riquísimo archivo del municipio, á ver si, así como consta el arquitecto á quien se encomendó la hechura de la nueva, constaba algo de lo que fuese la antigua; pero por hoy habremos de contentarnos con estos datos que á la memoria conservo.
Otro dato importantísimo que nos da el sello es la forma del muro exterior de la ciudad por la orilla del rio, hoy destruido completamente. En el sello se ven lienzos de cortinas separados por torres, como está toda la cerca que rodea el jardín del alcázar; pero ofrece la particularidad de que las torres están adornadas con ajimeces; y tanto las cortinas como las albarranas, coronadas de almedinados de la misma forma que los que aún ostenta nuestra fastuosa mezquita. Entre dos de las torres mayores se eleva una especie de obelisco que yo no me atrevo á determinar lo que sea.
A la derecha, y por encima de la rueda de la Albolafia, hay un torreón que debe ser el campanario del hospital de ahogados que construyó el Obispo D. Pascual en el sitio en donde hoy está el Triunfo erigido á San Rafael por el obispo Barcia, con dibujos del escultor francés M. Miguel Verdiguier y con esculturas suyas, y del que hizo un grabado el cordobés D. José Vázquez á principios del siglo actual. Si no es esto, yo no sé qué sea, y, por lo tanto, dejémoslo así, pasando á hablar de la mezquita y de lo que de ella se contiene en el sello.
Dos cosas importantes hay en el sello que deben ocupar nuestra atención: una es el muro, y otra la torre. El primero está guarnecido de torreones, como hoy, pero en algunos se ven las techumbres, que se apoyaban sobre aleros salientes, de los que no ha quedado ninguno, y que era parecido al que tenia la torre de las Damas en Granada, antes que un alemán, cuyo nombre no recuerdo, lo desmontase y llevara á su país. En el mismo muro se mira una gran portada, de la que no hay ni memoria, y que, caso que existiera en esta parte de la mezquita, debía encontrarse en lo que hoy es capilla del Cardenal Salazar, obra del más detestable churriguerismo, labrada en 1705 por el arquitecto D. Francisco Hurtado Izquierdo. Con tal obra se destruyó una buena parte de la mezquita al lado del mirhab, y llegó la destrucción hasta el muro exterior, en donde se abrió una puerta, hoy trocada en ventana, que daba ingreso á la capilla subterránea, construida con el objeto de que sirviera de parroquia, si no siempre, por lo menos durante las horas de la noche, cuando hubiera que administrar á algún vecino los sacramentos últimos.
Bandera de la ciudad de Córdoba
Tras de los muros se ven los penachos de las palmeras que siempre hubo en el huerto pensil llamado Patio de los Naranjos, y detrás lo más interesante del documento sigilográfico que Vd. ha publicado, ó sea la torre. La historia de ésta es la siguiente: En el año 958 de nuestra Redención, el Califa primero de Córdoba, 6 sea el tercer Abdu-r-Rhaman, mandó reconstruir el muro de la mezquita y la assumua ó torre de la misma. De esto ha quedada memoria en una inscripción en
caracteres cúficos, que está en el patio, á un lado del arco de bendiciones, y que, según traducción del Sr. Gayangos, dice lo siguiente:
«En el nombre de Dios piadoso de piedad, mandó el siervo de Dios, Abdu-r-Rahaman amir-al-momenin An-nazir-Lidi-nillah, alargue Dios su permanencia en la tierra, edificar esta pared exterior y afirmar sus cimientos, y esto lo hizo en honra de Dios y de su santa religión, y para la conservación de las señales de su profecía, la cual permitió fuese ensalzada y mencionada juntamente con su nombre: esperando que la obra sea aceptable á Dios, y cuantiosos socorros de su magnificencia, juntamente con gloria permanente y alto renombre. Y se acabó la obra con ayuda de Alah, en la luna de Dzi-1-hicha del año 346 por mano de su liberto y guazir.... Abdallah-ibn-Batu. Lo hizo Said-ibn-Ayyab.»
Imagen corporativa del Ayuntamiento de Córdoba
Sabemos por esta inscripción la fecha de la construcción, 958^ de nuestra era, correspondiente al 346 de la hégira y el nombre del arquitecto. La torre, según el testimonio de Maccari y de Edrisi, tenia de altura 73 codos. Después veremos la verdadera altura de la al-cadima.
Estaba esta torre en el mismo sitio que la actual, y tenía á un lado, como hoy, una de las principales puertas de la mezquita. La puerta árabe se renovó casi totalmente en 1367 por orden de Enrique II, de cuya fecha datan las magníficas puertas de bronce y los célebres llamadores que hoy la decoran. Queda memoria de esto en una inscripción en caracteres monacales que rodea el arco y que dice: “Dias dos del mes de Marzo de la era de M et CCCCXV años, regnante el muy alto et poderoso don Enrique Rrey de Castiella.” La portada ha sufrido nuevos revoques en épocas posteriores. En el siglo XVII fué pintada por Antonio del Castillo del que aún queda un fresco, que representa la Asunción, en el interior de la puerta, y del que los proyectos para la restauración se conservan originales con sus aprobaciones en el museo provincial de Córdoba. En el siglo XVIII fueron renovadas las pinturas al fresco de Castillo por el pintor D. Antonio Torrado o Álvarez Torrado, como en algunos sitios se le apellida.
La torre fue construida, como hemos dicho, por Sadi-ibn Ayyab y no sufrió variaciones que sepamos ni en la época árabe ni después de la Reconquista, hasta muy entrado el siglo XVI, en que sobre el pabellón del almuédano se le puso un campanillo resguardado por un chapitel muy pesado cubierto de plomo, y sobre el que se ostentaba una imagen de San Rafael.
Así se encontraba en 1585, cuando anocheció el 21 de Septiembre, y próximamente á las once de la noche, se desencadenó sobre Córdoba una horrorosa tormenta de agua y piedra acompañada de violento terremoto que puso en alarma á toda la ciudad. El R. P. Fr. Juan Chirino, fraile trinitario, en su obra Sumario de las 'persecuciones de la Iglesia, impresa en Granada por Rene Rebut en 1593, refiere todo lo que ocurrió con la tormenta en Córdoba, y para demostrar lo que seria, dice que la puerta del convento que daba á la iglesia se encajó de tal manera, que cuatro frailes de los más robustos, por mucho que empujaron no la pudieron abrir. Se cayeron la torre del convento de los Mártires, yendo á parar las campanas á las celdas de algunos frailes, que se libraron de milagro; la torre de San Lorenzo, la de la Compañía, de la que una campana atravesó la bóveda de la iglesia y el pavimento, yendo á caer dentro de un enterramiento; y un mirador que había en San Felipe. El lector que quiera más datos puede consultar la obra citada, en la que uno de sus capítulos está dedicado á esto exclusivamente.
Esta tormenta arrancó de cuajo todo el chapitel de la torre de la catedral, y lo trasladó entero al tejado de una casa de enfrente. Se hundió el tejado con el peso, y todo vino á dar en la cama de un matrimonio, á quien no mató porque aterrorizados con el viento, la lluvia y los truenos y temiendo que encima se les cayese la casa, se hablan resguardado en el hueco de la escalera.
La destrucción de parte de la torre obligó á los capitulares á pensar en su restauración, y en 1593 acordaron hacer una torre nueva. Hizo los planos Hernán Ruiz, nieto del de Burgos é hijo del autor de la puerta del puente que queda citado. Acudieron llamados por el cabildo para probar el diseño, Juan Coronado, Juan de Ochoa, autor del magnífico claustro de San Pablo, hoy destruido, y Asensio de Maeda, maestro de las obras de la catedral de Sevilla, y se encargó de la obra Hernán Ruiz que trabajó en ella hasta 1604, en que ocurrió su fallecimiento.
La torre entonces tenia de altura 105 pies, y como sabemos por los autores árabes que media 73 codos, podemos decir que el codo equivalía á 40 centímetros y cerca de tres milímetros de nuestra medida actual, dato muy interesante puesto que hasta el presente no se ha podido fijar con certeza el tamaño del codo. Sobre esta altura se había de elevar 120 pies más, y para ello no se derribaba la antigua assumua sino que se le revestía de una fila de sillares hasta la altura de 60 pies. Es decir, que el primitivo alminar, casi en su totalidad, está encerrado dentro del revestimiento de cantería que forma hoy el primer cuerpo de la torre.
Desde 1604 hasta 1606 dirigió la obra Juan de Ochoa, y desde entonces perdemos las noticias de la construcción y no sabemos nada de quiénes fueron los arquitectos hasta 1664 en que se acabó bajo la dirección de Juan Francisco Hidalgo, maestro mayor de la catedral. La torre actual está coronada por un San Rafael de piedra que hizo el cordobés Pedro de Paz; que ya lo había ejecutado en 1677 en que hizo su declaración en el expediente de canonización de San Álvaro, por la que se sabe que es autor de dicha obra, y en donde únicamente se encuentran noticias de dicho artista.
Esta es, amigo Herrera, la historia de la torre de la catedral de Córdoba, y ahora voy á decirle por qué, con respecto á la misma, concedo yo tan excepcional importancia al sello por Vd. publicado.
Dicen los autores árabes que la torre se componía de dos cuerpos: el uno la alcadima, propiamente dicha, y el otro el camarín pabellón del almuédano, y que sobre éste se levantaban tres granadas: dos de oro puro y de plata la tercera.
Hace ya años que D. Rodrigo Amador de los Ríos, ilustre orientalista, y mi buen amigo y maestro D. Rafael Romero y Barros, teníamos deseos de encontrar algunos datos de cómo fuesen las primitivas puerta y torre de la aljama, y al fin encontramos algunos que yo no sé si estos señores han publicado, pero si sé que el Sr. Romero los tiene muy bien estudiados en una preciosa obra monumental que está escribiendo sobre artes cordobesas avalorada con magníficos dibujos á la pluma.
Lo que encontramos fueron unos escudos de armas en donde estaban representados los muros y la torre de la catedral, antes de la construcción de la que hoy existe. Son dos, ambos de piedra; el uno, que está en el interior de la mezquita y al lado de la capilla del cardenal Salizanes, presenta la catedral por su parte posterior y sólo se ve de la torre el coronamiento con el chapitel que le pusieron en el siglo XIV. El otro está en una de las enjutas del arco de la puerta llamada de Santa Catalina, y representa en primer término la torre y la actual puerta del Perdón. Por la fidelidad con que ésta está copiada puede juzgarse de cómo lo estará la torre, pudiéndose asegurar que tal debía ser como allí aparece en 1551, fecha de la obra en que se representó.
En el escudo se ve uno solo de los costados, siendo lisa toda la parte de abajo, y como á la mitad de su altura se abren ajimeces colocados de dos en dos, no apareciendo más que dos órdenes de ventanas. Sigue una fila de arquitos ornamentales, trebolados como los que terminan del arco el mirhab, y luego un cornisón que acaso se lo pondrían al levantar el chapitel en el siglo XVI. El pabellón del almuédano aparece encima y sobre todo el ya citado chapitel en forma de campanario. El edificio no parece de gran elevación, y su anchura aparece demasiada con relación á lo alto.
Esto es lo que conocíamos de la torre de la mezquita, cuando la publicación del sello, hecha por Vd., nos da una idea más completa de aquel alminar que pasó mucho tiempo por el primero de España. En el sello parece más esbelta y airosa que en el escudo, y se ven perfectamente dos de los ajimeces, los más altos, y la fila de arquillos ornamentales. Falta en el sello el cornisón, y en su lugar se ven almenas de la misma forma que las que coronan todo el muro exterior de la mezquita. El segundo cuerpo luce un arco de herradura y está también coronado de almenas como las antes citadas. De este segundo cuerpo parte una vara de mucha altura en la que están colocadas una encima de otra las tres famosas granadas, que tales serian, pero que en el sello más parecen azucenas que frutas.
Tal es lo interesante que en el sello encuentro, y creo que con él y con el escudo de la puerta de Santa Catalina hay bastante para que el día que llegue á la torre la restauración que hoy se hace por cuenta del Estado, pueda volverse el monumento á su ser primitivo.
Dispense Vd. que le haya molestado tanto tiempo con estos apuntes, y sepa que siempre es su amigo sincero y seguro servidor que le besa la mano
Rafael Ramírez de Arellano.”
Bibliografía: Carta de Ramírez de Arellano y
artículo de Adolfo Herrera
Cordobán de Meryancor.
Imagen corporativa y bandera del Ayuntamiento de Córdoba