Barbería con instrumental del XIX
Si nos trasladamos a principios del siglo XIX o a finales del XVIII, debemos decir que se publicaba muy poco en nuestra ciudad, me refiero a prensa, si a ello le sumamos los niveles de analfabetismo existentes. Por ello la pregunta elemental es ¿Dónde estaban los centros de información? ¿Dónde se canalizaba lo cotidiano para encauzarlo después oralmente? Entre otros menores, los más importantes centros de información estaban en las barberías, eran los lugares por excelencia donde los parroquianos acudían regularmente, y donde siempre había algunos ociosos dispuestos a recibir y trasladar.
Como podemos manejar una máquina virtual del tiempo, en la que podemos a voluntad hacer lo que en lenguaje cinematográfico se llama flashback, o escena retrospectiva, es decir, dar saltos de delante a atrás en la línea del tiempo o flashforward, salto hacia delante al futuro de la narración, nos trasladamos ahora a los cincuenta del siglo XX, en los que seguían siendo los centros de distribución de noticias las barberías. La de mi abuelo Rafael Carreras y mi tío Fernando, era en ese tiempo el centro de información del barrio de la Mezquita. Allí siempre estaba reunida la parroquia y nunca mejor dicho, por la afluencia de curas y canónigos del Cabildo. Cuando se referían a un cura que se decía era homosexual le llamaban con la frase en latín, posiblemente venida de otro cura, “sum et omnia” que puede traducirse como todo tuyo, evidentemente una traducción patatera. Lo cierto es que si te decían fulano es sumetomnia, todo seguido, ya sabias a lo que se referían. Evidentemente cuando se marchaba el canónigo de turno, es cuando salían a relucir sus inclinaciones sexuales en clave, que justo es decirlo, los mayoritarios eran de lo más hetero. También era lugar de reunión de la ciencia del momento, en las personas de los Enrique Barranco y Don Lorenzo.
Los distintos portavoces estaban siempre dispuestos para el traslado de las distintas noticias generadas allí, o para investigar algunas de las que existían pequeñas dudas. La lectura del periódico local era obligada. En esos años la presente era la prensa del movimiento, con su cabecera con el emblema falangista sacado del de los Reyes Católicos, en esa ansía de recuperar el pasado imperialista en el que se miraba el fascismo. Algunos lunes se leía el España de Tanger, que era un poco más aperturista hasta donde dejaba el régimen. Ello sin olvidar el truculento El Caso, donde la noticia sanguinolenta negra, con su corte de crímenes pasionales, levantaba el estupor. Del local lo más llamativo eran las esquelas mortuorias, valorando la edad de los que se habían ido, y la categoría económica, en función del tamaño de éstas. Las noticias políticas no se podían comentar con la variada clientela, algunas se intercambiaban selectivamente en esa especie de rebotica que eran las escaleras de subida a las viviendas, en el rellano de la bajada al sótano, allí con una escusa determinada se comentaba lo secreto.
Nuevamente hacemos uso del flashback y nos vamos a las postrimerías del XVIII y comienzos del XIX. En aquellos rincones propiedad de Fígaro, como llamaba mi padre a su cuñado, mi tío, se realizaban múltiples trabajos, además de los normales de rasurado de barba y corte de pelo, sin dejar a un lado el afeitado de la tonsura romana, cuya dimensión no pasaba del tamaño de una moneda de real, un admirable círculo perfecto, luego estaban las sangrías y la extracción de piezas dentales a lo vivo. También eran una especie de casino, con el juego de damas en una silla, en imitación del tres en raya del circo romano tallado en la losa del asiento, pero este de quita y pon. O inclusive tocar una guitarra. Sin ir más lejos, en una conferencia sobre la guitarra de concierto, basada en la tesis de grado, de un joven profesor de guitarra, Gabriel Muñoz, en el Patio del Palacio de Orive, citó, entre otras cuestiones que Francisco Sánchez Cantero, natural de Cádiz y Paco Díaz Fernández, Paco de Lucena, ambos barberos, fueron de los primeros concertistas de guitarra flamenca de nuestra historia. Luego, también la difusión musical estaba ligada a la barbería, cuidado, y al cante, porque mi abuelo Rafael estaba dotado también del duende del cante flamenco antiguo cordobés, como certificó el escritor Eugenio Noel.
"Zapatero remendón" de Anton Rotta.
Otras noticias de menor calidad que las procedentes de las barberías, se generaban o encauzaban en los portales de zapateros remendones, éstas, no sabemos por qué, estaban en el escalón del rumor o chisme. Posiblemente por la calidad de las corresponsales, la rapidez de su difusión, el no tener contraste, la inferior cultura “periodística” o vaya usted a saber, lo cierto es que eran de bastante inferior categoría las procedentes de esos portales. Otros lugares de importancia pero por encima de la calidad informativa de las barberías era las de las reboticas de farmacia, allí el nivel cultural era mayor; el boticario normalmente un estudiado, el médico, algún prócer o marqués venido a menos, y algún militar retirado o en activo eran los que formaban la tertulia. Como se podrá ver era más elitista. En estos casos el contenido era conocido por el mancebo que se encargaba, casi siempre a medias tintas, de distribuir a otros escalones, el comentario de la trastienda.
La rebotica de G. Ramos
Otros sistemas de corresponsalías eran bastantes eficientes. Algunos parroquianos por dedicarse a la carga y descarga, frecuentaban las paradas de diligencias o vehículos de línea, donde conocían de primera mano la noticia que traía el viajero, o la vicisitud del viaje. Algunas veces un asalto de bandoleros en la ruta serrana, alguna partida de revolucionarios, o el conocimiento de eso tan innato en nuestro país, como han sido siempre las sonadas militares, ocurridas en la capital del reino. Cuando a la barbería llegaba por ese conducto algún periódico capitalino, o mucho más un panfleto revolucionario, se guardaba especialmente, y no a todos los parroquianos se les facilitaba la información.
Con algunas publicaciones políticas pasaba en ese tiempo, como en el nuestro –ahora utilizamos el flashforward-, cuando llegaban las primeras barajas de cartas que, en los cincuenta y sesenta del siglo pasado, habían traído de centro Europa, concretamente de Alemanía algunos emigrantes, y que se enseñaban como los jugadores en una partida ven las suyas antes de hacer un envite. Alguna vez, el nene del cepillo para clientes acabados, pudo ver algún naipe y deleitarse -con previsiones onanistas por su contenido, aún a riego de cegera-, con unas exuberantes teutonas y tetonas a la vez, en pequeñas braguitas que no eran las que veías normalmente en los tendederos de tu casa.
No podemos olvidar –flashback ahora- los lugares de información como eran las sacristías, donde curas y sacristanes menos, intercambiaban información del barrio y sus menesteres, con el oído siempre alerta y fino del monaguillo conocedor de la mayoría de las interioridades de la casa, y de alguna que otra visita “espiritual” de alguna parroquiana necesitada de “paz interior”. En el verano los lugares de tertulia e intercambio informativo se trasladaban a las puertas de las casas, patios, o a otros centros de reunión públicos, plazuelas, como por ejemplo en el barrio de la Mezquita al recinto del Triunfo de la Puerta del Puente, anexo a San Pelagio, donde los mayores se reunían.
Otros sitios importantes eran las fuentes donde la mocitas y maduras iban a recoger el agua con sus cántaros, como la del patio de los Naranjos de la Mezquita. En sus colas se comentaba, en la espera del turno, las crónicas especiales del barrio; la infidelidad de turno; el noviazgo iniciado o concluido; el embarazo no deseado; la borrachera de algunos y el maltrato infringido a su conyugue. Es cierto que estas eran informaciones muy localistas o localizadas. Hoy en día esas informaciones de braga y bragueta son mucho más universales, y más lejanos y cercano a la vez, los intérpretes de cornamentas, abandonos y toda suerte de lances “taurinos”.
Cuentan las crónicas que había un tipo en Córdoba, que apodaban El Tío Rayo, ya en la frontera de la vejez pero bien llevada, que era un excelente reportero, por su habilidad en el desplazamiento a pesar de sus años. Si escuchaba un doblar de campanas acudía a conocer la identidad del finado y sobre todos sus posibles, que era lo más noticiable. Si el toque era del código de incendio, raudo y veloz iba al lugar del siniestro y se enteraba de los daños y si estos incluían desgracias para las personas. En época de riadas, conocía de primera mano el nivel de las aguas y trasladaba los datos a la barbería, sin necesidad de fax o correo electrónico y con nulo consumo energético, bueno si compensaba algo la chicuela de aguardiente que se tomaba en la taberna, a la vez que dejaba allí la información que le servía para no pagarla.
El Tío Rayo fue un corresponsal cordobés de calidad, a la vez que hacía de mandadero y corsario interior, servicios por los que recibía alguna retribución dineraria o en especie -comida de sobras- que le permitían poderse fumar un cigarro de a cuarto, o convidarse con sus amigos a unos medios de Montilla. Era un corresponsal poco sujeto a censura gubernativa o cierre de la edición porque de lo difundido oralmente, no quedaba copia. Vaya desde aquí nuestro homenaje a todos esos paisanos nuestros que, mantuvieron la información extraoficial a nivel de calle y especialmente a ese corresponsal desconocido como el Tío Rayo precursor con creces de las corresponsalías periodísticas.
Bibliografía: Según artículo de R. Montis.
Fotografías: Obras de Lucien, G. Ramos, A. Rotta,Urrabieta