Desde que en octubre de 1957, escuchamos las señales del Sputnik I, en las frecuencias de 13,9 mts. equivalentes a 20.007 Mhz. en el receptor de onda corta de mí tío Pepe, mi afición por las comunicaciones y el espacio fue en aumento. Antes había aprendido el código Morse con un manipulador rudimentario que generaba el sonido del punto y raya al hacer contacto. En el papel no tenía problema con el código, pero el sonido sin embargo se me resistía un poco. En ese año de 1957 entramos oficialmente en la era espacial. Los logros de la Unión Soviética, del comunismo, le daban bastante dentera al Régimen, en el que el sólo mencionar el nombre de ese país esperanzador para la clase obrera, era motivo de problemas –luego el tiempo nos ha demostrado que la panacea no existe, el ser humano se encarga de destruir hasta la ilusión de la gente, y de atesorar todo lo que puede. Ahora el neoliberalismo criminal acaba de darle la puntilla a la esperanza-. El pasaporte en una de sus hojas lo decía: “excepto a Rusia y sus países satélites”, es decir, se podía viajar a todo el mundo menos a Rusia y a sus satélites. Esto de satélites era una cosa difícil de entender por la gente ¿Qué era un satélite? Se sabía por el colegio que la Luna era un satélite de la Tierra ¿Pero que era un satélite de Rusia?
Lo cierto es que el comunismo, los científicos rusos, habían puesto un ingenio que daba vueltas a la Tierra y dejaba oír su voz desde allí arriba. Puede que las instancias de la Iglesia temieran por sus dogmas, si se subía arriba y se veía que allí, en el cielo, sólo estaba eso que se llamaba el éter, podían tambalearse muchas cuestiones. Por lo menos eso decían los mayores, yo con diez años me quedaba solamente con la hazaña. Por mis lecturas ya había seguido la aventura de Miguel Ardan, Barbicane y Nicholl, que partió del inmenso "Columbad" en su viaje “De la Tierra a la Luna”. Y lo que era ficción de Julio Verne, mi escritor favorito, se estaba haciendo realidad. El ingenio espacial pesaba unos 80 kgrs. y giraba en una órbita elíptica, a unos novecientos kilómetros de la Tierra en su apogeo y a unos doscientos en su perigeo. Y así estuvo hasta el cuatro de enero de 1958, fecha en la que se derritió a la entrada en la atmósfera. El sonido del Sputnik I era una evidencia, aunque no llegó al mes la vida de sus transmisores.
Sputnik I. Su nombre significaba en ruso “compañero de viaje”, es decir satélite, que era lo que mi madre me decía que estaba hecho yo, cuando trataba de explicarle los logros científicos del comunismo ruso, lo que hacían los del “rabo y los cuernos”:
-¡Tú sí que estás hecho un satélite! Y que no se te vaya a ocurrir contar nada de esto en el taller.
Era el titulillo de autodefensa de siempre, sobre todo lo que viniera del este. Pero era como el “E pur si muove” de Galileo. ¡Se movía leche, se movía! El mundo de los cincuenta no eran solamente los misioneros de larga barba; los lutos; el velo; el hablar siempre bajito no sin antes mirar atrás o al lado; el ponerte de rodillas en la calle, al oír la campanilla de pasar la “Majestad”; el “ora pro nobis” de los jueves en el colegio; el escuchar la radio de onda corta con el oído pegado al altavoz; el cornetín de atención a las dos y media de la tarde, del "parte"; era también la ciencia, el progreso, el avance científico, la luz en suma en un mundo oscuro, de bastantes tinieblas.
Imitación en el Planetario de Madrid
Y majestuoso en el “cielo”, estaba un artilugio, una bola brillante de aluminio con antenas, de poco más de medio metro de diámetro, llena de nitrógeno a presión, en el ánimo detectar meteoritos, construida por el hombre, por los rusos que, giraba, pitaba y daba morcilla a mucha gente. Con lo último ya era para darse por satisfecho. Una sensación similar la sentí cuando vi por primera vez, los anillos de Saturno con el telescopio de Rafael Castillo, o cuando ya en los ochenta vimos también, un Halley decepcionante sin cola, que ya se iba, en la azotea de Castillo, él Juan Vázquez y yo. Pepe Carnago, mi suegro, es la persona que conozco que lo había visto dos veces. Una casualidad porque el Halley no se puede ver nada más que una vez en la vida, teóricamente, ya que pasa cada setenta y cinco años.
Cincuenta y tres años hace que los pitidos del Sputnik I, del “compañero de viaje”, del “satélite” abrieron las puertas del espacio, que hicieron realidad las obras de Julio Verne, cuestión que me engolosinó aún más con lo científico -evidentemente en detrimento de lo físico, por aquello de que teta y sopas…-, que llenaba ampliamente mí imaginación, con lo tangible. Los Diego Valor, Flash Gordon y otros, no estaban ya tan lejanos ni eran tan exagerados. Los tebeos de Supermán de Editorial Novaro de Méjico -comprados a la señora del kiosco del jardín de San Bartolomé, como de contrabando-, también se acercaban a la realidad. Las sillas volantes de los wiganes –habitantes verdes del planeta Venus-, controladas con las ondas cerebrales, la belleza de Beatriz Fontana, la novia de Diego Valor, y tantas otras cosas eran ya posibles.
Fotos: Wikipedia, Planetario de Madrid y Quemandorecuerdos.com
Sonidos de wikimedia y fonotecaderadio.com
En el 63,nos hicieron una charla a
ResponderEliminarlos chicos de Preu del Instituto de
Córdoba,un señor que pertenecía a
lo que era el equivalente a la NASA,pero española.La charla era so
bre los satélites artificiales , su
futuro y posibilidades. Y recuerdo
que nos enseñaron maquetas y una
réplica del famoso Sputnik,de la
Unión Soviética.Fue muy interesante
y ya nos dijo el señor,que algún día hablar por teléfono,desde cualquier parte,sin hilo de cone
xión sería posible,además de otras
muchas posibilidades.Muy interesan
te y buena visión de futuro.La can
tidad de empleos y riqueza que esa
bolita metálica daría lugar.Impen
sable en aquellos tiempos que te
ner un teléfono particular,no era
muy corriente.
Saludos
Sería entonces la SANA que era el equivalente en la película de Tony Leblanc, y la que mandó el astronauta a Almería. El Sputnik fue un satélite muy simple, una bola de aluminio llena de gas para comprobar si chocaban con él meteoritos, en función de las pérdidas de gas que tuviese. Medían la presión los instrumentos y enviaban los datos. Ahora, en la actualidad, con la miniaturización y digitalización de las comunicaciones, ya ves lo que ocurre, pueden hacer cualquier cosa.
ResponderEliminarPues recuerdo estar viendo una película en el cine de verano Albeniz, que estaba en Ciudad Jardín, cuando en la oscuridad de la proyección, todo el mundo señaló el paso del Sputnik, que cruzaba el estrellado cielo como una estrella magestuosa dejando una estela de luz y progreso.
ResponderEliminarEn aquel momento creo que éramos conscientes de que algo nuevo empezaba pero no de lo que vendríadespués.
Saludos y gracias por sacar un tema en el que pueda participar en este revival
Es posible lo que comentas, los satélites son visibles a una hora de terminada de la tarde, cuando el sol se ha puesto los sigue iluminando. Porque no tienen luz propia y hay que aprovechar los reflejos del sol. Se ven muchos. Yo tengo un programa de seguimiento y recibo las coordenadas de actualización y puedes verlos y sobre todo cuando están en situación de transmitir con ellos, en su radio de acción. Es un mundo apasionante. Luego están los meteorológicos, que también se pueden seguir sus transmisiones. Cada vez menos por la sofisticación de sus sistemas, pero si supieras que la estación MIR, con la que comuniqué en cierta ocasión tenían un ordenador de a bordo que tu seguro lo hubieras tirado. Prehistórico.
ResponderEliminarInteresante entrada Paco. En referencia a la tecnología rusa me pasó una cosa graciosa hace 13 o 14 años cuando la Unión Soviética llevaba relativamente poco desintegrada. Mi padre tenía un Lada Samara del 91. Pues cuando yo tenía veinte años aproximadamente estaba trabajando en la aceituna y un día me tocó llevar a mi el coche y llevé el mencionado Lada. Pues yo iba con una familia camino del tajo y dice el padre: ¿Andrés, este coche es ruso, no?, a lo que yo contesté afirmativamente, y entonces dice la hija con asombro (tenía mi edad y la pobre era bastante ignorante): Ruso?, pero papa, ¿¿¿en Rusia fabrican coches???, y dice el padre: será fartusca la niña, si fabricaban cohetes espaciales, no van a fabricar coches!!, jajajaja. Un saludo amigo.
ResponderEliminarMe ha hecho mucha gracia y me reído solo, sobre todo por la frase "será fartusca la niña,", es una frase muy nuestra. Y el fondo de la cuestión era lo que subyacía en la mente de la gente. Y para acabarla de empatar en lo que han quedado. En fin.
ResponderEliminarMuchas gracias Talbanés.
Mi madre, la pobre, siempre creyó que Dios estaba en el cielo, detrás de las nubes o, para ser algo más exacto, más allá de la atmósfera. Poco antes de morir, va para diez años, todavía lo creía, a pesar no ya del sputnik, sino de toda la riada de satélites que han lanzado después. Un día, yo ya había cumplido los cuarenta, se lo dije: Pero mamá,Dios es un espíritu, cómo va a estar ahí. Ella me miró con el ceño frunció y me respondió: qué sabrás tú, qué sabras tú.
ResponderEliminarRafael, permíteme decirte la alta dosis de sensibilidad con la que refieres la anécdota con tu madre, y el respeto, por encima de todo, a lo que ella estimaba como cierto según sus creencias, evidentemente inculcadas en la gente buena y sincera por mentalidades interesadas, que de otra parte tampoco modificaba, a mi modo de ver -otra cosa es entrar en profundidades-, el amor para los suyos. Mis hijos han sido siempre libres para creer lo que les viniera en gana, han decidido lo que en el colegio querían hacer, y nunca les hemos impuesto nada, luego la vida ha hecho que cada uno opine, con uso de razón y criterio lo que sea. Si es verdad que el chico tuvo un periodo "meapilas", que yo comentaba con su madre, pero al final la religión no les ha marcado nada, y afortunadamente son unas excelentes personas, con principios, que es de lo que queda rescoldo y lo que vale en realidad.
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