La calle de la Feria fue en su tiempo la calle más larga de Córdoba, y una de las más importantes, aunque no por la calidad de sus edificios. Antes de prolongarse la ciudad hacia la Axerquía, corría a lo largo del talud que conformaba la primitiva muralla romana. Ramírez de Arellano dice que existía un egido, o porción de tierra de uso público, que dejaba al campo libre la ciudad alta o Medina, y a sus pies se veían foso llenos de agua que luego surtieron fuentes de la ciudad baja. Esta configuración la hizo acreedora de celebraciones de festejos y otras actividades, por esa razón, se llamó desde siempre de la Feria, y se la sigue llamando. Cuando el pueblo no quiere no se le pueden imponer nombres. Se la llamó después San Fernando, dedicada a Fernando III, pero nadie le dice así.
Comienzo de la calle de la Feria
Ejemplos los tenemos, en el conocido Barrio de la Guita (Sector Sur), que el ayuntamiento quería se le llamase de la Concepción, es verdad que lo de la Guita dejaba que desear, y fue como consecuencia de que la gente, con guitas con nudos tomaban las medidas de los nuevos pisos para saber si le cogía o no, este o aquel mueble, en las minúsculas viviendas, pero palacios comparados con la habitación en la casa de vecinos, o chozo donde vivían. Creo no se lo llamó nunca nadie, aunque después encajó el de Sector Sur y así se quedó.
Calle de la Feria y su fuente de noche
Cuando se unió la Medina con la Axerquía a esta zona de la calle de la Feria, Maese Luis y otras del entorno se la llamó Barrionuevo. Cuando se creó el Santuario de la Virgen Linares, el Cabildo encargo a la Cofradía del
Hospital de la Lámpara o del Amparo la organización de la difusión de las fiestas en honor del recién creado Santuario, configurándose una feria que empezaba ocho días antes al dedicado a la Virgen citada y, mercados, cabalgatas y festejos, organizados por el gremio de calceteros, anunciaban la misma, y por eso vino en llamarla de la Feria.
El Coloso de la calle de la Feria
Existen textos que citan que se corrieron toros, y se celebraron ejecuciones y ello dio lugar a que se alquilaran sus ventanas para poder ver cómodamente esos actos, e inclusive, ante la demanda hacían agujeros en las fachadas para ampliar el alquiler de la visión. Era tal el negocio que contratos de alquiler recogían el derecho del propietario a usar las vistas. Parece ser que ésta calle tuvo balcones corridos y soportales y en acuerdo de 1551, se ordenó se quitasen los balcones corridos desde el Rastro a la plaza de San Salvador.
El Arco de la calle de la Feria
Antes de llegar a Maese Luis recuerdo estuvo un tiempo la sede del Córdoba Club de Fútbol. Nada más pasada la calle citada, en la misma acera, está la fuente de la calle de la Feria. Tiene dos caños y el agua proviene de la Compañía. En 1796 el corregidor Eguiluz rehízo esta fuente, de la que se comenta fue muy alto su presupuesto para esa fecha. Del orden de cinco mil reales.
En la acera de los pares La Ermita de la Aurora, que merece una dedicación especial, adosada a la muralla de la ciudad, se usa por la Asociación de Vecinos para determinadas actividades durante todo el año.
El Portillo
Algo más abajo, se abrió un arco con escaleras, y que después estuvo mucho tiempo cerrado, que se llama Junio Galión, por el que se accede a la calle de San Eulogio. Es una imitación en pequeño, por lo menos a mi me lo parece, del Arco de Cuchilleros de la Plaza Mayor de Madrid.
En esa misma acera el Portillo. La corporación municipal en 1496 le compró una casa, al propietario Sánchez Torquemada, cordonero, para abrir esa comunicación de la Medina con la Axerquía. En 1703 se ensanchó para permitir la salida de carruajes. Es lugar de variadas y curiosas historias, desde la zapatería y lo que le ocurrió al zapatero, luego o antes la piconería e incluso una casa de prostitutas, como muchas, de tres habitaciones vertical, tan estrecha de fachada como las holandesas, que hacen que uno piense que las camas las tenían que poner de pie amarradas a las paredes. Nuestro "Lorca" local, José María Alvariño, ya lo canta en un poema: ¡Pilarilla la Gitana, / en tu casa de El Portillo, / tiembla de amor la mañana / y en la acera los chulillos, / pendientes de tu ventana!
El Portillo desde el interior
Frente, la puerta del compás del Convento de San Pedro el Real, que conocemos por San Francisco, que se reformó en 2003, y por la que se accede a la placita de la Iglesia.
En la acera de los pares, la casa palacio de los Marqueses del Carpio, su llamativa torre fortaleza adosada a la muralla interior de la ciudad, con un arco que se asemeja algo al de la Puerta de Almodóvar. El palacio contiene en sus sótanos una casa romana excelentemente conservada. El origen de esta casa solariega tipo siglo XV, se debe a la donación de Fernando III a los Méndez de Sotomayor, es modelo de como en la conquista se repartió el patrimonio de la ciudad entre las familias cercanas a los conquistadores, en otras palabras, como la inmensa mayoría de las fortunas proceden del botín de guerra.
El Portillo en ruinas
En una de las casitas abajo del Palacio citado, sucedió en junio de 1985, el asesinato de Doña Clementina Coputo, la “Galápaga” apodo por el que se conocía una señora que vivió en las Cinco Calles, y que su compañero o marido vendía estos animales además de otros productos herbaceos. M.B.T. de 18 años, hijo único de D. Manuel, viudo, un practicante que tuvo su consulta en el barrio de Levante, tenía la clásica personalidad débil por los mimos de su padre, una vez fallecido éste, vivía en las cercanías de Doña Clementina y por el capricho de que le prestara su televisor, y no querer hacerlo la “Galápaga”, la golpeó causándola la muerte. Ese caso fue muy comentado. Lo que ignoro es qué ha sido de aquél niño. Hoy, si vive, tendría 42 años, y habrá cumplido su condena, salvo si en la universidad de la cárcel, no se tituló en otra carrera.
Dibujo de Wyngaerde
Frente, las calles San Francisco y Romero Barros. A partir de aquí, toda esta zona y hasta la Puerta de la Pescadería, en época árabe llamada Bab al-Hadid, luego Arquillo de Calceteros, y actual Cardenal González, fue la prolongación en el tiempo de la mancebía medieval. Hoy, las casas de prostitución antaño existentes no existen. La calle de la Feria se cierra con la calle Lucano, también de la antigua mancebía y la Cruz de Rastro, testigo de los
acontecimientos del siglo XV contra la población judía.
La Cruz de Rastro 1950
En la Cruz de Rastro se levantó en la dictadura un arco de triunfo dedicado al general Franco, como puede verse en una fotografía. Pero también en otra ocasión, con motivo de una de las muchas celebraciones que soportó, se construyó una enorme escultura a modo de Coloso de Rodas de lado a lado de la calle, que vemos en el grabado.
En el grabado de Wyngaerde de 1657 se divisa la confluencia de este lugar con el río, y el trazado de la calle invariable con la actualidad, se ven en el talud de la orilla unas estacas que se supone eran para amarrar las barcas, siendo de suponer también, que fuese la entrada de pescado la ciudad.
Creo, sin lugar a dudas, que es una de las calles más importantes de la ciudad. Las fotografías son todas de épocas pasadas. Para terminar existe un texto de 1914 de Ricardo de Montis que se llama la calle de la Feria, que publico en su totalidad:
"LA CALLE DE LA FERIA (Ricardo de Montis, 1914)
Fue en tiempos antiguos la vía principal de Córdoba y hoy es una de la más típicas de nuestra población, aunque la mayor parte de sus primitivas casas, llenas de balcones y ventanas como las de la plaza de la Corredera ha sido sustituida por edificaciones modernas, especial en la parte superior, próxima á la calle de la Librería.
Una feria que la cofradía del Hospital del Amparo celebraba en este lugar le dio su nombre primitivo, sustituido por el de San Fernando en el año 1862.
Como estas notas son de historia contemporánea, nada hemos de decir de los actos y fiestas de que fue teatro la calle de la Feria en tiempos remotos, tales como proclamaciones de reyes, justas y torneos y corridas de toros y cañas; ni de las ejecuciones de reos verificadas en ella; ni del maravilloso decorado que ostentó en el año de 1636 con motivo de las funciones de desagravio al Santísimo Sacramento; ni aún siquiera de la figura colosal semejando un gigante de veinte varas de altura colocado cerca del templo de San Francisco para que por debajo de ella pasara la mascarada que recorrió esta ciudad en año 1789, al efectuarse la proclamación de Carlos IV.
Ya en la época presente en esta calle estaba gran parte de la industria y del comercio de Córdoba.
En sus amplios portales hallábanse las tonelerías, cuyos dueños se dedicaban, á la vez que á la fabricación de barriles, cubos y demás objetos análogos, á adobar las aceitunas, en lo cual no tuvieron competidores.
Casi todos los cordoneros de la población habitaban aquí, y en las anchas aceras de la calle instalaban tornos carretes para poder realizar con holgura las principales tareas del oficio.
Renombrados plateros tenían sus talleres en la citada vía y en ella, aunque en lugar distinto del que antes e para, figura aun uno de los establecimientos de tejidos más antiguos de esta ciudad; el conocido por la tienda los Catalanes.
Otros industriales mucho más modestos que los citados vivían también en la calle de la Feria; los paragüeros y abaniqueros que se dedicaban, no á fabricar, sino a componer abanicos, paraguas y sombrillas. Entre ellos sobresalía, por su historia y por su tipo, el famoso Goiceda, ya citado en esta obra, que se titulaba jefe de los ejércitos de don Carlos de Borbón.
En un humilde portal, próximo á la Cruz del Rastro tenía su morada un pobre hombre que se ocupaba en pintar las tablillas con los exvotos que cubren las paredes algunas iglesias. Este individuo, en cierta ocasión en que por la falta de trabajo se encontraba en la miseria más espantosa, acudió para que lo socorriera al Obispo de la Diócesis, enterado de su inagotable caridad.
Contóle sus cuitas; el Prelado le preguntó á qué se dedicaba, y como el pordiosero contestara con la mayor ingenuidad: señor a hacer milagros, el Obispo no pudo contener esta exclamación de sorpresa: ¡con que usted hace milagros y sin embargo, no tiene que comer!
La calle de la Feria en ciertos días y en determinadas épocas era lo que vulgarmente se denomina un coche parado.
¡Cuánta animación había en ella en la mañana y en la tarde del Viernes Santo con motivo de las procesiones! En sus balcones y ventanas, llenos de lujosas colgaduras, y en sus portales y en sus aceras, agolpábase medio Córdoba, hombres y mujeres luciendo los trapitos de cristianar, las galas reservadas para las fiestas solemnes.
Y cuando se registraba una gran avenida del Guadalquivir, y en las noches de paseo en la Ribera, y en las veladas de San Juan y San Pedro todo el pueblo desfilaba por esa calle, que constituía el centro de la animación de Córdoba.
Y en las calurosas noches del estío los vecinos formaban tertulias en las aceras de sus casas, mientras las mozas paseaban desde la Cruz del Rastro hasta la fuente, en animados grupos acompañadas de sus novios, que las agasajaban con el ramo de jazmines, los modestos dulces y el agua fresca de las porosas jarras en las clásicas mesillas de las arropieras.
A las altas horas de la madrugada organizábase en la ermita de la Aurora la procesión del Rosario, volviendo a animar dicha calle y sus inmediaciones.
Las noches de los sábados tenían que renunciar sueño los moradores de aquellas casas, pequeñitas pero muy alegres, llenas de balcones y ventanas convertidas en jardines. ¡Cómo dormir oyendo las continuas serenatas conque músicos de profesión y aficionados obsequiaban a nuestras mujeres!
¡Cuántas veces sorprendió el día á aquel popular y malogrado artista fundador del primitivo Centro filarmónico, sentado frente á su casa en unión de varios amigos y compañeros, tocando uno de esos originales pasodobles que encierran en sus notas el alma cordobesa!
Hoy la calle de la Feria o de San Fernando no es ni una sombra de lo que fue; se ha quedado en un extremo de la población; el comercio ha huido de ella buscando el centro; tonelerías, cordonerías y demás industrias han desaparecido casi totalmente y ya no se verifican allí fiestas ni veladas tradicionales.
El último acto memorable celebrado en dicho lugar fue el solemne descubrimiento de la lápida conmemorativa que aparece en la fachada de la casa donde murió el inspirado músico Eduardo Lucena.
Ni aún siquiera durante el piso de las procesiones del Corpus Christi y del Santo Entierro se aglomera allí actualmente el gentío que antes, porque la mayoría del público se sitúa en los lugares más céntricos de la carrera.
Solo un día de la semana, el domingo, acuden a la calle de la Feria personas de los puntos más distantes de la población; los fieles enemigos de madrugar que van a oir la misa de doce y media en la iglesia de San Francisco.
Y para que la transformación de este bello paraje de Córdoba resulte más completa y más sensible, muchas de sus humildes viviendas, que fueron templos de la honradez y del trabajo, hánse convertidos en tugurios del vicio donde se alberga toda la hez de la sociedad.
¡Tristes mudanzas de los tiempos!"