Llegando a las Ermitas. Al fondo la ciudad
Antonio Gala dijo: “Las Ermitas cerraron el horizonte físico de mi niñez. Fueron lo alto, lo blanco, lo lejano. No son pues olvidables para mí.”
Y es cierto, desde la azotea de mi casa se veían, y mi madre siempre decía coge el catalejo y vamos a ver las Ermitas. Ella decía que bien se ve el Corazón de Jesús, bueno. De noche estaban iluminadas, y en el horizonte que dice Gala que formaba la sierra de Córdoba, recortada su oscuridad, en el cielo estrellado destacaban, como un punto luminoso vertical, ya que lo iluminado era una estatua de Jesucristo en una columna monumental, tipo Corcovado de Río, salvando las distancias claro está.
El Monumento
Luego Fernández Grilo el poeta dijo: “/Hay en mi alegre sierra/sobre las lomas, /unas casitas blancas/como palomas.//Le dan dulces esencias/los limoneros,/los verdes naranjales/y los romeros…/”, que diseñaba poéticamente el paisaje. Puedo recordar perfectamente ese “sky line” serrano. Tenía varias significativas siluetas; Las Ermitas propiamente dichas; la gran masa forestal a la derecha que formaba la iglesia del recinto, y algo más a la derecha lo que llamábamos “Pino Gordo”, un solitario árbol que destacaba por su soledad y enormidad, pues te lo imaginabas muy frondoso y grande al poderlo ver desde la ciudad.
La entrada
Pues bien el otro día había desaparecido de mi horizonte “Pino Gordo”, bueno de mi horizonte no, del real, ya no estaba en su sitio habitual, es decir no estaba. Apunté en mi libreta de cosas pendientes averiguar que le había pasado al árbol. En esa zona había unas instalaciones de radiocomunicaciones oficiales y algunas particulares, y alguna vez estuve en su cercanía. Si se sube a la Sierra por el Lagar de la Cruz, antes de llegar, a la izquierda, hay un camino que lo señala.
La cuesta del Reventón
Subir a las Ermitas no es muy complicado, el camino que lleva a ellas es pedregoso pero de suave pendiente. La Cuesta del Reventón, dicen que se llama así desde que una vez el monarca Alfonso XII reventó un caballo cuando le hizo una visita al lugar (¿?). “La Cuesta del Reventón la suben cantando para hacer picón. / Pasan por «Piquín», hay mucho jaral, si no viene el guarda traerán buen jornal.../La Cuesta del Reventón la suben cantando para hacer picón.” Esa coplilla de Ramón Medina la define perfectamente.
El sillon del obispo
Con tranquilidad la subes sin dificultad, cuando te hundes es cuando ves algún deportista que sube corriendo, y algunos mayores habituales que te dejan atrás después del saludo habitual. Es uno de los sitios en los que aún la buena costumbre de dar los buenos días, al ser humano con el que te cruzas, no se ha perdido. Algunos aspirantes a figuras del toreo y otros no menos aspirantes, la utilizan para fortalecer las piernas y el fondo.
El paseo de cipreses
Es un lugar apacible, tranquilo y se respira la paz de la sierra, y el aire sin contaminar de la ciudad. El romero cuando está en flor le pone la guinda al aire, o los pinos. Debajo la ciudad, que desde el sillón del obispo te hace sentir en las nubes. Un paseo de cipreses, lamentablemente empedrado, que te hace mirar al chino del suelo y te quita la vista de la espiritualidad vertical del ciprés, donde éste te señala.
Como te ves yo me vi
De repente una hornacina en una esquina bermellón coronada por una cruz austera, donde se bifurca el camino, hacia lo privado a la derecha, y al cementerio e iglesia a la izquierda, y dentro, tras una reja como si se fuera a marchar, encerrado, un cráneo con un mensaje: “/Como te ves, yo me vi/ como me vez, te verás, /todo para en esto aquí/piénsalo y no pecarás/”. El mensaje es certero, al final todos calvos.
El 600
A la bajada corre el agua por algunos veneros, y el seiscientos hundido en una de las últimas curvas. No sé como acabó ahí. Es como un barco en el fondo del mar, está entre la maleza, en una de las últimas curvas, de un camino que seguro fue impracticable para él, la zarza y la jara lo han colonizado y su esqueleto oxidado se deja ver entre el verdor. Lleva ahí que yo recuerde más de treinta años.
Cuesta abajo
Después la Cuesta del Reventón otra vez, abajo la ciudad, Córdoba, el valle del Guadalquivir, los buenos días, hasta luego, del cruce con los usuarios y las Ermitas se quedan en lo alto, te dejas atrás el final del verso de Grilo: ”/¡Muy alta está la cumbre, / la cruz muy alta! /¡Para llegar al cielo /cuán poco falta! /” tú, camino del infierno urbano, sigues escuchando por el auricular a Pepa Fernández en “No es un día cualquiera”, porque no lo es en el fondo, ninguno lo es.