Esta imagen representa veintidós millones de muertos en la extinta Unión Soviética. Más de la mitad de su territorio destruido, y una población con unas secuelas de las que posiblemente, sesenta y cuatro años después, aún no se haya recuperado.
Detrás de la foto la polémica. Yevgueni Chaldej, el llamado Capa soviético, dicen que retocó la fotografía de la toma del Reichstag, y que de acuerdo con la propaganda se quitaron elementos que pudieran ser criticables, y que la foto se tomó una vez pasado el asedio. Eso se dijo también de la de Ivo Jima; de la del republicano muerto en Cerro Muriano, en la Guerra Civil española; de la primera visita a la Luna, etc. etc.
Lo importante no es la polémica, o el retoque, lo verdaderamente penoso es la sangría de vidas humanas, el campear por Europa y el mundo, los jinetes del Apocalipsis, durante los cinco primeros años de la década de los cuarenta, del siglo XX, y algunos más por las consecuencias de las bombas atómicas de los “buenos”, sobre el “malvado” pueblo japonés. El corolario de todo esto es la locura de estos seres llamados humanos. Una locura sin límites, la mayoría de las veces.
Nos volvemos a la foto de partida. La hija del fotógrafo Chaldej, Anna de sesenta y tres años de edad, nacida dos años después de la instantánea, dijo en una entrevista a la Agencia Efe: "El 8 de Mayo fue el día la Victoria sobre el Fascismo. Mi padre, como todo ruso, quería ver izada su bandera en Berlín. Unos días antes se cosió una él mismo, se fue a Berlín, se subió al Reichstag y se la dio a unos soldados que estaban ahí. Así hizo la foto". Una exposición retrospectiva de la obra de su padre, la consideró ella como un "acontecimiento familiar", ya que su padre ni en vida, ni después de muerto, en 1997, recibió nunca un homenaje así. "Su foto es célebre, está en todos los libros. Pero cuando yo iba a la escuela ni siquiera decía que era de mi padre, era casi anónima".
Un fotógrafo, una fotografía, una guerra, una locura más de las muchas que vivimos diariamente. Una bomba en un tren, otra en un salón, dos más en un hotel, otras pocas en el mercado, treinta mil hombres más al matadero, un pueblo… unos pueblos desangrados, la insensibilidad de los espectadores de los telediarios. Hoy treinta muertos, ayer sesenta, mañana… ¿cuántos?, ¿cuándo se acabaran estas noticias? ¡Cuándo!
El documento refleja que, hasta que se hizo la foto retocada o no, solamente en la Unión Soviética, había habido más de veintidós millones de muertos, que habría que sumarles los heridos que morirían después, los enfermos por las secuelas de la tuberculosis, y otras enfermedades, etc. etc.
Eso fue culpa del Fascismo, pero ¿y lo Afganistán, de quién?, ¿y lo de Chechenia?, ¿y lo de Palestina?, ¿y lo de…? malditos sean todos.
Todo eso encierra el documento gráfico del Sr. Chaldej. Y como siempre, la mayoría de los culpables morirían años después en sus camas tranquilamente.
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