Ayer 11 de diciembre, buscando las tumbas de Alfonso XI y su padre Fernando IV, entré a San Hipólito, dónde se encuentran. Hacía bastantes años que no entraba a ese templo, muchos. Esa visita en la que realice una serie de fotografías, me hizo recordar la siguiente historia:
Un día cualquiera de mediados de los cincuenta, años felices por la nostalgia, tristes por el sistema, al que justo es decirlo, estaba todo el mundo, aparentemente, acostumbrado. Los pájaros que nacen en jaulas no echan de menos, seguramente, lo que no conocen, y que es volar.
― ¡Niño tú tienes que hacer la primera comunión, no vayan a meter a tu padre en la cárcel! –decía Lola a su hijo un día de mil novecientos… cincuenta y ocho.
― ¿Y eso por qué? –preguntaba el niño, sin comprender la relación que una cosa tenía con la otra.
― ¡Por qué sí, se vaya a creer la policía que somos comunistas! –le contestó la madre.
― ¿Bueno y que tenemos que hacer? –Volvió a preguntar el niño.
― Pues mañana domingo, nos levantamos temprano, vamos a San Hipólito y la haces. –Concretó.
― ¿Pero y como va a saber la policía que ya he hecho la primera comunión? ¿es que tenemos que comunicarlo después?
― La policía lo sabe todo, no obstante se lo diré al párroco yo.
― No lo entiendo. -dijo haciendo un gesto de perplejidad.
Esa noche le explicó a su hijo que tenía que estar en ayunas, como era lo preceptivo, recordándole que no debía comer nada hasta hacer la comunión. A la mañana siguiente, domingo, Lola se dispuso para el acto. Vestido de medio luto -aun le duraba por el abuelo-, zapatos de medio tacón, bolso y el imprescindible velo negro. Preparó la ropa de los domingos para su hijo, chaqueta, camisa blanca con corbata de nudo fijo con gomita y un pantalón corto, zapatos marrones y limpios de gorila, con calcetines altos.
Esa mañana las calles, dado lo temprano de la hora, no estaban nada de concurridas. Además era domingo, lo que significaba que la plaza del mercado de la Judería no estaba instalada, calles; Deanes, Buen Pastor, Valladares y San Felipe, casa del hermano del abuelo, el tío Antonio el cojo, jardín de San Nicolás, pasaron por delante del bar del bizco, en la calle de la torre de San Nicolás, cruzaron Concepción y José Zorrilla. Ya había gente en la recepción de la Residencia Andalucía y, al final plazuela de S. Hipólito.
Eran algo más de las siete de la mañana. Lola le explicó a su hijo, que tenía que confesar sus pecados a un sacerdote que estaría dentro de un confesionario. Este era una especie de casetilla de madera, de techo de puntas afiladas como las catedrales góticas, con una tabla con un cojín para poner las rodillas, por un lado, una cortinilla y una ventanilla de agujeritos por otro, también con tabla en el suelo.
― ¿Pero qué tengo que decirle, mamá? –preguntó el niño.
― ¡Pues tus pecados! –contestó algo cabreada por tanta pregunta.
― ¿Qué pecados? –volvió a preguntar.
― ¡Ay, y yo que sé, los que tengas! Se lo preguntas al cura. –Le contestó un poco airadamente- ¡Ah, y le tienes que decir al llegar Ave María Purísima! –puntualizó.
― ¡Pues vaya!
El niño se dirigió al confesionario no sin antes esperar que una enlutada señora terminara su estancia en él.
― Ave María Purísima –dijo bajito sin saber si era correcta la forma de comenzar.
― Sin pecado concebida. Hijo mío ¿de qué te acusas? –contestó el sacerdote.
― No se… es que yo no he venido nunca. ¿Qué le tengo que contar? –preguntó titubeante.
― Pues tus pecados.
― ¿Y cuáles son? yo sólo vengo para hacer la primera comunión, para el tema de lo de mi padre. –le preguntó a la vez que trataba de aclarar el motivo de su presencia allí.
― ¿Qué es lo de tu padre?
― Pues que dice mi madre que tengo que hacer la primera comunión… lo vayan a meter en la cárcel. Porque verá usted, yo es que estoy trabajando ya, y esto se me había olvidado. Que no es que él no quiera que yo la haga. –Se extendió tratando de proteger a su padre exculpándolo.
― Pero hombre, por eso no meten a tu padre en la cárcel. Es verdad que se debían de haber preocupado ellos, pero el que estás en pecado mortal eres tú.
Aquello del pecado mortal era una cosa nueva, sobre todo lo de mortal que sonaba fuerte, que de momento preocupó algo a la criatura.
― ¿Pecado mortal Sr. cura...? –preguntó, aún a sabiendas que era una forma de meter miedo, pero… de la forma que lo había dicho.
― Sí, si no tomas la comunión lo estás y eso es muy grave. ¿Vienes en ayunas?
― Sí, claro. Me lo ha explicado todo mi madre que está ahí.
― Bueno, vamos a ver, ¿tú te portas bien en tu casa? –inquirió.
― ¡Hombre! fíjese que yo esto no lo sabía, pero procuro portarme lo mejor posible, alguna que otra contestación, pero creo que bien. –contestó- Y gano seis pesetas a la semana que le doy integras a mi madre. –añadió para que el cura comprendiera que el comportamiento era el adecuado.
― Muy bien, eso está correcto. Bueno, yo creo que tú no tienes muchos pecados. Vas a rezar dos padrenuestros y dos Ave Marías y esperas a la misa para tomar la comunión. –dijo, finalizando con unas palabras en latín, que no comprendió del todo. Hacía esfuerzos por verle la cara, pero era imposible por la oscuridad del confesionario y porque los pequeños agujeritos de la ventanilla no se lo permitían bien.
― Muchas gracias señor cura. Buenos días. –Se despidió.
Se acercó a su madre que le preguntó lo que le había dicho el cura. Le contó lo de los padrenuestros y el Ave María y le dijo a su vez que lo del Padrenuestro si se acordaba pero lo del Ave María no lo sabía.
― No te preocupes, lo digo yo en voz baja y tú lo repites.
― ¡Uff, cuanto…¡-dijo tratando de iniciar una protesta.
― Chiss.. ¡Calla!.
Cumplió el mandato del cura, y esperaron a la misa. Lola le dijo a su hijo que cuando ella se lo dijera se acercara al altar e hiciera lo que todos, no obstante ella estaría detrás.
― ¡No vayas a masticar la hostia, que eso no se puede hacer! Te la dejas en la lengua y se deshará sola. Qué no la mastiques, ¡estamos!
Llegó el momento, se acercaron al altar detrás de una fila de personas. Durante la espera del turno, lo que más le llamó la atención del lugar eran dos tumbas de color rojo que había a cada lado del altar, en una oquedad de la pared a modo de nichos era algo tenebroso.
El cura que allí había, les daba la comunión a las personas acompañándola de una frase que no entendía. Corpus Cristi, creyó entender cuando se lo dijo a la señora de delante -que eran la mayoría y viejas-. Después volvían a sus asientos, con las manos juntas como tocándose con las puntas la barbilla, él eso no lo haría le parecía ridículo.
Le tocó el turno. Entreabriendo un poco la boca y dejando a la vista la lengua, sintió como depositaba el cura una pequeña galleta en ella, diciendo la frase. Un movimiento brusco de su lengua, al cerrar los labios, hizo que la galleta se le pegara en el cielo de la boca - lo de cielo pega más que paladar o velo palatino, por el escenario-. Aquello fue horroroso, la lengua no le llegaba para poder despegarla. No daba más de sí. ¿Bueno y ahora qué? Se preguntaba. La madre vio sus gestos desesperados y le conminó a estarse quieto. Pero aquello no se despegaba. Como pudo, haciendo un esfuerzo que llevó el frenillo de la lengua casi a la ruptura, consiguió que un pedazo se desprendiera y detrás el resto, que tragó rápidamente.
La misa terminó y salieron a la calle, todavía le dolía el dichoso frenillo. Lola pensó dejar un recuerdo fotográfico de ese día y fueron a buscar a un profesional para plasmar el acontecimiento, pero… ¿Cómo iba a estar abierto a esas horas un estudio fotográfico en la ciudad, si eran menos de las nueve y domingo? Como no se encontraran uno ambulante por la calle Gondomar. Peregrinaron por varios y al final acabaron en la Plaza del Salvador, donde compraron jeringos, en una jeringuera que había al lado de la puerta de San Pablo, pues estaban en ayunas. Les dieron los jeringos ensartados en unos juncos y volvieron a su casa comiéndoselos por el camino.
Las calles ya estaban algo más concurridas de gente. Fidela ya había puesto el carrillo delante de Casa Carbonell, y los hijos de la “china” subían el suyo empujándole por la cuesta de Blanco Belmonte arriba. Desde allí la majestuosa torre de la Mezquita se divisaba en casi su totalidad. Bajada por Céspedes y llegada a la casa. Sustitución de la ropa de los domingos por la de diario, y salida a la calle a buscar a los chavales por si había algún partido de futbol previsto. Se había cubierto el expediente de la primera comunión, la segunda fue dieciséis años después, cuando se casó -entonces era aún obligatorio hacerlo por la iglesia- y la tercera… no lo sabemos.
Lo más importante de todo, es que… ¡había librado a su padre de la cárcel!
Bonito relato, Paco. Las comuniones son hoy en día un negocio imparable en mayo. Tanto que los mismos curas notan que se les va de las manos.
ResponderEliminarEn la última que fui, aparte del cura que daba la misa, había otro con un hábito especial recorriendo los asientos de la iglesia y regañando a quienes no rezaban o seguían la misa. Algo patético, de verdad.
Afortunadamente, mi hijo ha sido capaz de decidir por sí mismo, y se ha decantado por no hacerla, por lo cual me siento orgulloso de él, no ya porque no la hiciera, sino porque lo ha decidido él mismo. Y prometo que no le he influenciado; es más, le he explicado todo lo que he creído que significa, tanto en el aspecto social como en el religioso (de lo que recuerdo) y con la intención de no influir en su decisión.
Espero que no me metan en la cárcel por ello. Creo que ha aprendido a ser libre en sus decisiones personales, que es mucho más importante.
Si hubiera decidido hacerla, yo le habría apoyado también, pero eso se lo contaré cuando pasen unos años.
Pues los míos no, lo cierto es que eran otros tiempos, y lo que está detrás de esto es el oropel de los compañeros, y a mí no me ha gustado nunca influenciar en esto. Es como otras cuestiones muy personal. Enhorabuena por tu hijo que está tomando decisiones. Evidentemente también acompañará la madre, porque si no, no creo que “un médico judio por muy cerca que estuviera del Califa”, tenga autoridad para contrarrestar la de la madre, es decir que hay que pedir que “el tajo sea bajo”.
ResponderEliminarDe hacerlo siempre tiene tiempo, fíjate el compañero del relato. También es verdad que es una cuestión más de la sociedad como dices. Otra cuestión de consumo. Yo no soy creyente, pero cuando voy a un acto religiosos de sociedad, despedida de este mundo por ejemplo, respetuosamente lo soporto, procuro no participar en lo más mínimo. Me pongo en un lugar apartado respetuosamente, y hay ocasiones en las que no puedo evitar en que alguna señora mayor me “ensalibe” la mejilla, llegando hasta donde estoy, aunque reconozco que es por parte de ella un acto sincero, que no es cortés rechazarlo.
Por ello algunos amigos que son creyentes, se quedan fuera de la iglesia, y cuando me preguntan que porque entro yo, les gasto la broma de que entro por si acaso, ¿Y si es verdad? La realidad es que considero que un sepelio es un acto social de despedida de una persona por el rito católico y yo voy a la despedida, igualmente con el resto de actos si me invitan. Claro los otros son de pago, vamos una especie de atraco sistemático.
A ti seguro que ya, afortunadamente, no te meten en la cárcel, aunque pudiese ser una exageración que no lo es. Mi padre pidió una vez un favor y le dijeron que no era feligrés del sagrario y los favores eran para los feligreses, eso uno que luego lo quisieron hacer santo, una serie de beatas y "meapilas". Aunque reconozco que diría, el tal, los favores para mi gente, eso de la caridad bien entendida. Mi cuñado presenció en ese mismo sagrario a otro despreciar a una pobre mujer que esa si que verdaderamente pedía de verdad, por el que tiene una pensión para él y sus hermanas, y me dijo que desde entonces le tiene una cierta voluntad al "prenda", que ha faltado -lo digo siempre al referirme al interfecto- a todos los pecados capitales cientos de veces, a todos.
Paco, en esto siempre hay quien cree de verdad, quien piensa que cree pero en realidad no lo hace, quien no cree y sigue el ritmo, y quien no cree y pasa del todo.
ResponderEliminarYo asisto a los acontecimientos religiosos de mi familia y amigos, más que nada, por respeto a ellos. Y entro en la misa, y me coloco en lugar discreto y no la sigo, pero mantengo la compostura, y aguanto esos "ensalibazos" (que yo llamo chupetones), porque entiendo que hay quien cree y necesita ese teatro.
Por supuesto que este "médico bien allegado al Califa" tiene el consentimiento de su sultana, pues sin ella no tendría sentido. Ella sigue más los cánones establecidos, pero se siente tan defraudada como yo, religiosamente hablando, así que hay "feeling". Le ha costado admitir la realidad (más que nada por los abuelos), pero en el fondo, la decisión de su primogénito le ha llenado de orgullo igual que a mi.
Y la vida sigue...
Coincido plenamente, y la mejor comunión es la que haya entre las personas que tienen que convivir, y ojalá muchos años.
ResponderEliminarA nosotros nos ocurre bastante de lo mismo, en algunas -muchas- ocasiones la radicalidad es mayor en el ejecutivo; cabreos con los cinismos de esa institución; propuestas de retirada de toda subvención para que aprendan; etc., pero por otro lado los rescoldos tardan más en apagarse en él, pues como muchos, tratan de separar lo terrenal, que sentencian, de lo celestial que siguen guardado en un rinconcito, o en una cajita con estampitas, y disculpan, pero... algo es algo.
Gracias.
Pues yo tengo un amigo que se ha resistido a que su hija haga la comunión.y eso que la niña se ha empeñado, engatusada más que por la fe por la parafernalia principesca y los regalos. El padre le dijo que le haría una fiesta igual, pero sin comunión y la niña no aceptó. Quería lo mismo que las otras. Y él tampoco cedió. Algunos amigos trataron de convencerlo diciéndole que no era malo, que era sólo un trámite, etc. Pero él nos puso un ejemplo muy claro: es una cuestión de mi derecho a librar a mi hija de un peligro, lo mismo que no la dejó que con 9 años conduzca una moto no la voy a dejar en manos de los curas para que le manipulen a una edad tan tierna el cerebro, porque considero las catequesis perniciosas para la salud mental de los niños. En la catequesis les inculcan sentimientos de culpa por hechos que no tienen por que ser malos y les enseñan que hay que ser bueno porque un ser superior que los ha puesto a ellos de intermediarios para decidir qué es bueno y que no lo es, lo dice, no porque la razón lo aconseje. Y a una persona en formación justo cuando comienza a dejar de creer en patrañas infantiles (Reyes Magos, Ratoncito Perez) porque chocan contra la dinámica de la realidad, se le inculque una patraña del calibre de dios, sin mostrarle el camino para desmontarla, es sencillamente perverso.
ResponderEliminarA la semana la niña se había olvidado del asunto y no le quedaron secuelas.
Tu relato me retrae a finales de los 70.
ResponderEliminarUna madre tenía a sus hijos en un colegio concertado dirigido por religiosos, era el que más confianza le inspiraba de los pocos que podía optar y el que estaba más cerca de la casa.
La madre tenía muchos recelos de que pudieran comerles el coco con la religión y siempre estaba al loro.
La verdad es que la religión en ese centro por aquellos años era sólo una asignatura.
Pero... la madre pensaba que en tercero tendrían que hacer la comunión y asistir a la catequesis, no le gustaba mucho el tema y pensó que sus hijos podrían comulgar en las vacaciones de verano antes de entrar en tercero y de esta manera ya estaba hecha la primera comunión.
Así lo explicó a sus hijos y los niños aceptaron.
La propuesta seguramente sería un alivio para los chiquillos, ya que la madre desde que eran pequeñitos, cuando se portaban mal, los amenazaba con vestirlos de marineros.
Pues bien, el domingo iremos a la Catedral a misa y tomaréis la comunión, os darán la hostia que es pan sin levadura.
¿Y qué más ? Preguntó el pequeño.
Nada más.
Pues yo me llevo chocolate en el bolsillo, a mi no me gusta el pan solo.
La madre notó que la cosa estaba muy verde y pasó algunos días dando instrucciones.
El domingo se fueron a la misa de 12 y a la hora de la comunión los niños se integraron en la fila.
La madre muy cercana por si el cura veía demasiado pequeño al chico y se la negaba.
¡Todo salió bien!
De vuelta a casa se encontraron con el abuelo materno.
¿A dónde vais?
Venimos de que los niños hagan la comunión.
Pero bueno...¿Es que no nos vas a invitar ni a un chocolate?
Los comentarios de la familia política, me los reservo.
En estos tiempos no se podría hacer así, ahora los niños tiene catequesis desde primero.
Ana es muy bonito. Has dicho misa de doce, que era al lado del Tesoro -en el supuesto que te refieras al templo de Córdoba-, que creo ya no se usa. Lo se por haber ido alguna que otra vez. Tenía unos amigos, no más que todos pero como todos, muy cumplidores con esas cuestiones e incluso sus padres le preguntaban el color de la casulla del cura. Entonces era hasta más complicado por ser en latín. Señoras con "velo obligatorio" y mangas largas. No se porque muchos ponen el grito en el cielo cuando escuchamos lo del velo de las musulmanas, si es lo mismo sólo que aquí van unos años por delante. Gracias Ana.
ResponderEliminarSi no recuerdo mal,por esos años, la misa de 12 se celebraba en el altar mayor. ("Donde está el toro con las tripas fuera")
ResponderEliminarMientras se oficiaba se podía deambular tranquilamente por la Mezquita, ahora creo que no es así.
De la presión que teníamos en mi colegio con la religión, no me gusta hablar por no recordarlo.
Todos los domingos nos daban un vale con el sello de la parroquia, cada semana de un color, para evitar fraude, el lunes había que llevarlo para que la maestra comprobara que habías asistido a misa. ¡Ay de quien no lo llevara!
La misa duraba muchísimo rato, ya que el cura no se cansaba de predicar, para hacerlo se sentaba en un sillón enorme, recargado de adornos dorados, mientras hablaba golpeaba con violencia los brazos del sillón. Yo sentía miedo.
Teníamos que ir en ayunas para comulgar, con velo, en verano manga larga o manguitos, calcetines o medias.
Cantábamos durante la celebración, la maestra se sentaba detrás de todas las niñas, cuando alguna no cantaba se daba cuenta, no nos lo empalicábamos ya que ella sólo nos veía la espalda, hasta que nos contó que sabía quien cantaba y quien no, por el movimiento de los hombros al respirar.
Un día después de comulgar, una de las niñas se mareo y vomitó, la maestra horrorizada llamó al cura para que dijera que hacer con el vomito, ya que en él podía estar JHS. Las niñas hicieron un corro alrededor de la indispuesta, preocupadas por si se lo tuviera que tragar.
Yo no pude resistir la escena y salí corriendo de la iglesia, más tarde me enteré que el cura no le había dado importancia al asunto y la chiquilla que estaba pálida y temblorosa se había marchado a su casa a desayunar que era lo que necesitaba.
De aquellos polvos viene estos lodos.
Que cosa Ana, pero creo que soy bastante más antiguo porque la llamada misa de doce era en un altar que había en las cercanías del Tesoro, es que no recuerdo ahora mismo como se llama, pero si sientes curiosidad te lo puedo decir (ahora son las seis de la mañana).
ResponderEliminarEl detalle de los miedos que dices y el control es horroroso. A finales de los setenta yo estoy hablando de la década de las cincuenta, que ya te puedes imaginar el fundamentalismo de una guerra recién ganada (diez o quince años).
Muchas gracias por aportar tus memorias, que en el fondo son similares a todos salvando los escalones de las edades.