domingo, 20 de diciembre de 2009

¡ALTO A LA GUARDIA CIVIL! UN PEROL EN LA PALOMERA.


Alcubilla de la Palomera
Alcubilla de la Palomera. Cubierta.

El perol, dentro de la platería cordobesa era un hecho muy cotidiano. El día por excelencia para celebrar los peroles era el lunes. Y no digamos que fuese el día de San Eloy, que es el patrón de la platería. Suficiente que un lunes cualquiera a la entrada al taller alguien dijera ¡Qué buen día hace hoy! para que inmediatamente se pusiera en marcha la logística y cada uno se encargara de una determinada parcela para preparar el perol.

Los lugares más habituales eran cualquiera, pero normalmente en la ciudad habían unos más peroleros que otros; el Cañito Bazán; la Palomera, Pedroches; Linares; etc. Recopilar los avíos de siempre: sardinas, pan, vino, arroz (magro o pollo) y pare Vd. de contar. La parroquia se conformaba con poco.

Cierto día de mil novecientos cincuenta y nueve, en el taller se decidió hacer un perol en la Palomera. Era un lugar cercano, tenía agua y era terreno de serrezuela, es decir entre Pinto y Valdemoro. Con el puente de hierro de la vía de Almorchón cerca, que permitía alguna excursión, e incluso bajar por las escalerillas metálicas a las columnas bases del puente, y hasta esperar el paso del tren, para lo que había que guarecerse adecuadamente. Vamos una aventura, peligrosa y estúpida de juventud y de menos juventud también.

Como consecuencia de que la intendencia actuaba lentamente; plaza de mercado; panadería; comprar el vino; etc. y algún torpe que la retrasaba más con su torpeza, el perol empezaba siempre tarde, luego los preparativos previos y el guiso al final, a las tantas. Ese día entre unas cosas y otras, se había echado la tarde y aún se estaba con el perol. En la Palomera había un sitio que le llamaban los almendros, era una mesa natural que estaba algo más arriba de la alcubilla. Una meseta cómoda que incluso permitía jugar a la pelota, no sin riesgo de tener que bajar al arroyo a por ella, si algún “Puskas” del grupo chutaba más fuerte de lo normal.

Como digo, había caído la tarde, es decir era ya de noche, y se estaba acabando el perol cuando se le ocurrió a un oficial decirle al nene, al aprendiz de doce años, que bajase a por agua a la alcubilla. Eso era un reto para cualquiera y mucho más para un niño, la única luz era la del rescoldo de la candela, pero a medida que te alejabas entrabas en la oscuridad más absoluta. Eso sumado a los ruidos habituales del campo, hacían bastante siniestro el recorrido, luego estaba la dificultad añadida de no ver la vereda de bajada y ser ésta empinada.

En realidad no existía necesidad de agua, era la preparación de una broma a la que tan dados eran los talleres con los aprendices. El nene cogió la damajuana e inicio el camino hasta la alcubilla, todo ello a oscuras, pues no había ni una simple luna, aunque fuese en menguante. Llegada a la alcubilla; pies dentro del agua de salida de la misma; ruidos de los nocturnos, a los que habías molestado con tu presencia; llenado de la damajuana, y vuelta a subir. El silencio y la oscuridad más absolutos nuevamente. Llegada al lugar del perol y… lo que faltaba, allí no había nadie, hasta la candela estaba apagada, nadie, lo que se dice nadie. En eso consistía la broma, en dejar al nene solo en el campo y desaparecer los demás. ¿Bueno y ahora qué? Se preguntó el semiasustado chiquillo, de semi es un decir, el asustado del todo.


Alcubilla de la Palomera, caño
Caño de la Alcubilla de la Palomera.

El miedo agudiza el ingenio, recordó que cuando bajó a la alcubilla, había visto la motocicleta Montesa 125 cc. de uno de los jefes, ya que los demás habían venido en el autobús del Barrio del Naranjo, y después por el Castillo del Maimón andando hasta la Palomera, y pensó, ¿la moto la tendrá que recoger alguien?, pues me voy a la moto y espero. Efectivamente eso hizo, cogió la damajuana y se bajó nuevamente a la alcubilla. ¡Menos mal! La Montesa 125 cc. estaba allí. Entonces sólo quedaba esperar. Eso no quiere decir que el miedo hubiera desaparecido, en todo caso el de sentirse definitivamente solo si, porque alguien vendría por ella. Se arrimó a la motocicleta y se dispuso a esperar.

No habían pasado unos minutos, cuando escuchó unos cascos de caballerías y vio aparecer dos señores a caballo, con unas oscuras capas y un tricornio que destacaba en la cabeza. No hace falta haber estudiado en Salamanca para saber que era la pareja de la Guardia Civil a caballo.

― ¡Alto a la Guardia Civil! ―Alto para qué, se pregunto el chaval, si no se había movido, y mucho menos tenía intención de hacerlo, pero…

― Buenas noches. ―balbuceó.

― ¿Qué es lo que estás haciendo aquí? ¿De quién es esa motocicleta? ¿De dónde eres? ―La batería de preguntas era tal que no daba tiempo a contestarlas, todo ello sin bajarse de los caballos. Y si daba miedo la noche, peor era lo que entraba con los personajes y con el movimiento y resoplar continuo de los caballos.

―Miren ustedes yo soy aprendiz de platería, y estamos de perol todo el taller en los almendros, allí arriba ―dijo señalando el camino―, me han mandado a por agua, que aquí está la damajuana, y cuando he subido no estaban en el lugar del perol. Creo que es una broma y entonces me he bajado hasta la moto a esperarlos.

― Arriba no hay nadie, hemos pasado nosotros por allí. ―dijeron.

― Claro que no hay nadie se habrán escondido. ―les aclaró.

― No será que has robado la moto. ―Le acusaron.

― ¡Robar la moto yo, pero si es de Pedro, que es clavador y es el hermano del jefe que es Rafael Martínez! Le estoy diciendo la verdad. ―decía el chiquillo comprobando que sería imposible convencer a los guardias. El asunto por lo tanto se ponía feo.

― ¡Venga, tira para el Barrio del Naranjo, delante de nosotros. ―Le ordenaron.

― ¡Pero señor…! ―dijo el muchacho dirigiéndose al que daba las órdenes― si lo que he dicho es verdad.

― ¡Tú te crees que la Guardia Civil es tonta! ¿No? ― le gritó.

― No señor le digo lo que ha pasado.

― ¡Que te calles y “pa” arriba!

Más serio y feo no podía estar el asunto. Pero en ese momento se oyeron unas voces desde arriba, desde los almendros:

― ¡¡Nene cuando vas a traer el agua!! ¿Qué te pasa?

La criatura, que ya se veía en el cuartelillo, vio el cielo abierto y se volvió a dirigir a los guardias civiles para decirles:

― ¡Ven ustedes como estaban allí, que era una broma! ―Los guardias se miraron entre si y dijo unos de ellos, el que siempre llevaba la voz cantante:

― ¡Venga súbete con ellos y se acabó el perol ya, cada uno para su casa! ¡Que no son horas! Vamos a dar una vuelta y si cuando volvamos estáis todavía por aquí os vais a enterar. ―le dijo tirando de las riendas al caballo para que enfilara el camino de subida de la alcubilla.

― ¿Entonces me puede marchar con los compañeros del taller? ―les volvió a preguntar, como si no se creyera que lo dejaban ir.

― ¡Sí, “jumo” corre ya! ―ordeno el guardia.

Decir correr es decir poco, volar es lo que el chaval hacía cuesta arriba. Al llegar al lugar del perol hubo algunas risas que se callaron cuando éste contó lo ocurrido y las instrucciones recibidas de los de la Benemérita. Órdenes que no se creían algunos, y que pensaban era un truco para contrarrestar la broma. Menos mal que uno de los oficiales se asomo al borde del altozano, desde donde se veía el camino que discurría hacia el puente de hierro, y vio las siluetas de los caballistas.

― ¡Que está diciendo la verdad, que la Guardia Civil va por el camino, y si estos dan la vuelta por el puente de hierro los tenemos aquí ya mismo! ―dijo.

Recoger los trastos fue igual de rápido que la subida del chaval con la damajuana, y no digamos bajar, que era más cómodo. Incluso el propietario de la moto que le había dado la poliomielitis de chico y cojeaba, ni siquiera se le notaba el vaivén normal que hacia al andar. Bajada a la fuente de la Palomera, recogida de la motocicleta y el resto carretera y manta camino del barrio del Naranjo a coger el autobús.

Ya no se hablaba de la broma, sino de la detención del aprendiz y la aventura vivida por éste al haber sido detenido temporalmente por la Guardia Civil.

― ¡Menos mal que no era el Cabo de la Magdalena! ―dijo un gracioso.

― ¡Como si lo fuera, “enterao”! Tú no sabes lo que entra, sin saber lo que va a pasar. ¿Si vas a acabar en el cuartelillo? ¿Si te van a dar una guantazo, o qué? Y luego el susto de tus padres.

Y así fue como acabó, un perol, de los muchos, de la platería, con broma incluida al aprendiz, y con detención pasajera de éste y recomendación de la Guardia Civil, porque según la autoridad no era hora de estar en el campo, y de como el embromado aprendiz, se había convertido en un personaje con algo serio que contar, y que fue la comidilla de días posteriores. Y la de aclaraciones que tuvo que dar, a las visitas, algunas exageradas para darse más bombo…

Fotografías de La Colina, un experto en aguas de la ciudad.

2 comentarios :

aureliomartinezs@hotmail.com dijo...

GRACIAS MARAVILLA, NO ME SALEN LAS PALABRAS DE AGRADECIMIENTO POR HABERTE DESCUBIERTO.

Paco Muñoz dijo...

Gracias a ti Aurelio, por asomarte por aquí. Saludos.