El abanico
Este instrumento fue en un momento un arma de coquetería femenina, luego un objeto de adorno y hoy en día cada vez se usa menos. Ayer cuando fue objeto de adorno, a la vez que refrescaba, constituía un complemento de la mujer, junto de las galas y las joyas. Había abanicos de notable valor que nuestras bisabuelas (el o la que la tuviese rica), que guardarían en sus cofres, encerrados en sus cajas de palo o cedro, labrados de filigrana, de marfil o nácar, engastados de amatistas, turquesas o esmeraldas (el que la tuviera aún más rica a su bisabuela). Sus telas de seda o cabritilla, pintados incluso por artistas famosos.
Estos artilugios refrescantes se usaban en grandes solemnidades, en fiesta de copete o en recatadas como la Semana Santa. Había muchos modelos, de gasa, blonda y plumas (siglos pasados). Como el mantón de Manila, las joyas, o vestidos, pasaban de madres a hijas o estaban guardados en el arcón o tocador para el momento preciso. Hay grandes y caras colecciones de abanicos, que en nuestra ciudad podemos ver en el Palacio de Viana, y en otras como en Madrid, en el Museo Lázaro Galiano, donde está una de las mejores muestras. El Museo ocupa la residencia que fue del coleccionista que se llama Parque Florido.
En los pueblos, utilizaban las damas, los pericones, unos abanicos bastante grandes, construidos con tosca madera y pintados vistosamente en papel con escenas normalmente de amor. En la feria, en mayo, cuando había corridas de toros, se vendían en las afueras de la plaza abanicos de caña. Arcaicos abanicos de cinco o seis varillas de caña y mal pegado sobre ellas un papel de color, y sobre él una lámina de algún acontecimiento histórico, o escenas de toros, o de bandoleros. Las arropieras vendían aquellos redondos de papel plegado y dos únicas varillas de caña.
No sólo los caros, lo cual es lógico, sino los modestos si se les rompía la varilla o el remache, se llevaban a reparar igual que los zapatos. No era un tiempo de usar y tirar como ahora. Había famosos abaniqueros, al igual que paragüeros, y uno de los más importantes estaba en la Cuesta Luján, y otros en la calle de la Feria.
Hubo un establecimiento situado en la calle de la Librería, que en principio se dedicó a la bisutería y después se amplió a fábrica de abanicos y bastones, única que parece ser hubo por esta nuestra ciudad. Luego llegó el llamado abanico japonés, que relegó a los demás. Era más barato y además la moda lo había impuesto. Aprovechando la moda del abanico japonés, y en época del romanticismo más exagerado, las muchachas aprovechaban a los poetas para que en los abanicos, estos dejaran su rima más o menos acertada. Fernández Ruano, el Barón de Fuente de Quinto, García Lovera, Otilo, Alcalde Valladares y sus colegas pasaban sudores, a pesar de estar rodeados de abanicos, para satisfacer a las románticas chicas, sin repetir rima ni floresta. No hay que olvidar el famoso Pay-Pay.
El origen del artilugio
Su origen es difícil precisar exactamente. Pudiéramos decir que es prehistórico si pensamos que para avivar un fuego era necesario algo que se asemejase. Recuerdo que en mi casa, en la cocina de carbón, había eso que llamábamos el soplillo, de esparto, en el fondo era un abanico que la moda no lo había tocado.
Parece ser que los babilonios, egipcios, persas, griegos y romanos lo emplearon. Se usaba en representaciones artísticas. En Egipto, lo más antiguo que está representado, es una maza ceremonial que hay en un Museo de Oxford, y que parece ser perteneció a un tal Narmer, en torno a los años 3000 a.C. en ella se representan a dos esclavos con abanicos en un cortejo. Los abanicos egipcios eran muy grandes, de plumas y mango largo, y además de dar aire servían de espanta insectos. En algunas tumbas egipcias existen representaciones del abanico, XII, XIX y XX dinastía.
La antigua Grecia y Roma están plagadas de referencias. Eurípides habla de que un eunuco abanicaba a la mujer de Menelao mientras dormía, para evitar la picadura de los mosquitos. Los griegos tenían varias clases de abanicos: miosoba, ripis y psigma; y eran unos atributos para la belleza femenina. Los romanos lo llamaban flabelo, y el que se usaba para espantar moscas le llamaban muscaria. En la China se atribuye su invención, a la hija de un Mandarín, la cual durante un baile agito su antifaz cerca de la cara -pues estaba calurosa-, agitando este muy rápidamente para que no le pudieran ver la cara, siendo imitado ese gesto por las demás.
La prueba arqueológica más antigua, parece ser se encuentra al s. VIII a.C. para el abanico fijo. Y al s. IX d.C. para el movible, en Japón. En la Edad Media el flabelum romano pasó a formar parte de la liturgia cristiana, usándose para espantar los insectos durante la celebración y a la vez aliviar el calor del oficiante. Después queda sólo para misas solemnes papales y desaparece después del Concilio Vaticano II, conservándose en otras iglesias, como la griega y la armenia, llamándose rhipidion. También en América, ya que entre los regalos que le hizo Moctezuma a Hernán Cortés había seis abanicos de plumas. La referencia española más antigua existe en la Crónica de Pedro IV de Aragón, de que existía un antiguo oficio de los nobles del séquito real que era “el que lleva el abanico”. En 1429 figura en algunos inventarios de bienes de por ejemplo; el Príncipe de Viana y de Doña Juana (la Loca), fechado en 1565. Estos abanicos eran rígidos, de palma, paja, seda y plumas. Colón le trajo a Isabel la Católica un abanico de plumas de América.
El erótico lenguaje de los abanicos
En el siglo XIX y principios del XX, se usó como instrumento de comunicación, en ausencia del móvil, en momentos en los que la libertad de expresión de la mujer estaba totalmente por los suelos. Los gestos signos que se usaban eran:
-Sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro. Sígame.
-Sostenerlo con la mano izquierda delante del rostro. Busco conocimiento.
-Mantenerlo en la oreja izquierda. Quiero que me dejes en paz.
-Dejarlo deslizar sobre la frente. Has cambiado.
-Moverlo con la mano izquierda. Nos observan.
-Cambiarlo a la mano derecha. Eres un osado.
-Arrojarlo con la mano. Te odio.
-Moverlo con la mano derecha. Quiero a otro.
-Dejarlo deslizar sobre la mejilla. Te quiero.
-Presentarlo cerrado. ¿Me quieres?
-Dejarlo deslizar sobre los ojos. Vete, por favor.
-Tocar con el dedo el borde. Quiero hablar contigo.
-Apoyarlo sobre la mejilla derecha. Sí.
-Apoyarlo sobre la mejilla izquierda. No.
-Abrirlo y cerrarlo. Eres cruel.
-Dejarlo colgando. Seguiremos siendo amigos.
-Abanicarse despacio. Estoy casada.
-Abanicarse deprisa. Estoy prometida.
-Apoyar el abanico en los labios. Bésame.
-Abrirlo despacio. Espérame.
-Abrirlo con la mano izquierda. Ven y habla conmigo.
-Golpearlo, cerrado, sobre la mano izquierda. Escríbeme.
-Semicerrarlo en la derecha y sobre la izquierda. No puedo.
-Abierto tapando la boca. Estoy sola.
La jodienda no tiene enmienda.
Partes del abanico
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