Como dijimos cuando pusimos en marcha la entrada Almonas siglo XIX, la seña de identidad de esta calle cordobesa ha sido su comercio, es cierto que ha ido ligado a la existencia de la Plaza Grande, al mercado de la Corredera, aunque su entidad comercial se remonte a la edad media.
Uno de los últimos comercios de solera de la calle es el que regentaba Enrique Cachinero, Casa Venancio. Las puertas de casa Venancio hacían esquina con la calleja Alcántara, Cachinero era cuñado de Juan Hernández Ruiz de Valdivia, mi amigo Juan, al que un aneurisma aórtico lo dejó en la cuneta hace unos años, y cuñado, como es lógico de su hermano César Hernández y Ruiz de Valdivia. César era una institución en la Corredera con su establecimiento de cerámica de toda la vida, primero se fue su madre y luego él.
En sus mejores tiempos no se podía circular por la calle Almonas, oficialmente es Gutiérrez de los Ríos pero los “antiguos” le seguimos llamando Almonas, que como hemos dicho en una entrada anterior significa “fábricas y tiendas de jabón”. Los tiempos de esplendor fueron de los cuarenta a los casi sesenta, luego se inicio la cuesta abajo hasta casi no quedar un comercio en la zona.
Quién no ha comprado una arropía en la Sultana; La Casa de los Niños, de López Raya; la Taberna El 6; al lado Casa Rafalito, cuántas paradas con Juli en las noches después de salir del trabajo en Aucorsa, cuando ésta era una empresa privada; Aroca el Sastre; Miguel el Barbero; Saldos ACA; Blanco el Relojero, progenitor del Blanco político actual, luego se traslado al Marqués del Boil; Ropa de José Benítez Madueño; Casa Elvira Estanco y taberna, su hermano Luís era invidente y después de una venta cogía un lápiz lo ponía del revés y hacía las cuentas mentalmente como si lo estuviese escribiendo en algún lugar invisible, sin error, y cuántas que me dejaré en el tintero por aquello de la memoria.
Casa Venancio era una institución, también sufrió sus cambios, en los últimos tiempos era una tienda de ultramarinos al uso, las latas de conservas decoraban su escaparate, pero fue un bazar. Desde hilo para pescar, carburo para la luz, aliños para matanzas, cromos para los niños e incluso muñecas de cartón, tripas para embutidos y la clásica bomba manual para el aceite que le servían en pellejos para despacharlo a granel. Las legumbres y el atún de latas del Consorcio Almadrabero. El bacalao colgado en la puerta, que seguía colgado hasta la apertura de la tarde, los arenques. Eran tiempos de represión de ese siniestro personaje “El Cabo de la Magdalena”, Manuel Monleón del que circulaban toda suerte de leyendas pero creo que la mayoría se quedaban cortas. Un pequeño hombrecillo que todo lo que faltaba en talla le sobraba en mala leche, y tenía asustado a todo el barrio.
Como habrán podido comprobar los bandazos de los productos de casa Venancio fueron adaptándose a los tiempos. En la postguerra, el producto estrella eran las algarrobas, en aquellos tiempos cualquier cosa servía para el vacío estomago. La achicoria y cebada tostada como sustituto del café, que había que tostarlo en unos bombos metálicos. Toda esa parafernalia perfumaba los alrededores. En una de las casas cercanas creo que colindantes vivía el pintor Rafael Botí, antes de marchar a los Madriles a ganarse la vida como Ingres, tocando el violín. El pintor contaba en una entrevista “Hay que ver lo bien que pinto en mi azotea oliendo a café”.
Casa Venancio fue testigo de un bombardeo en la guerra civil, en agosto murió un señor que vendía cupones en la Plaza de la Almagra, y una señora a la que no dio tiempo a refugiarse. Por ahí hay fotos del destrozo de la casa, esquina con Cedaceros. La tienda hubo de reconstruirse en la parte que daba a Almonas. Por detrás están tres arcos que corresponden a la antigua ermita y la entrada al sótano que como todos los sótanos servían en la guerra como refugio.
Pedir disculpas a quien se queda atrás en las citas, a quién con el mismo derecho que los citados tienen a serlo aquí, pero que el tiempo y mi memoria lo han apartado de estar. Toda una época como en todos los barrios, de todas las ciudades y todos los pueblos. Poco a poco el sabor de estos se va diluyendo con el paso del tiempo, y cambiando sus estructuras, y sus gentes, y no es mejor ni peor, es simplemente distinto.
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