Recuerdo que las tardes de verano me llevaba mi madre, que rara vez no iba acompañada de mi padre, a jugar a los Jardines Bajos o de la Agricultura, y que nosotros les llamábamos de los Patos, también a los del Duque de Rivas. En estos últimos estaban los niños de la burguesía cordobesa, por lo menos unos cuantos, algunos incluso con sus estiradas mamás, los más con sus “tatas”, “criadas” o “chachas” -novias provisionales, de permiso de paseo de militares sin graduación, que casi siempre las rondaban-. Después del juego, Albertito –ya lo decía Miguel Gila, los niños pobres y humildes se llamaban Antoñín, Manolín, Pedrito o Pepín por regla general, nunca Luis Ricardo, Fernando Carlos o Roberto Ángel que eran ricos-, me pidió mí número de teléfono porque se marchaba a su casa, inmediatamente fui a mi madre a decirle lo que me había pedido Albertito y de camino que me dijera que número de teléfono teníamos nosotros, mi madre como es lógico me dijo que nosotros no teníamos teléfono, que quien tenía teléfono era mi madrina, pero que le dijera al niño que el nuestro nos lo estaban instalando. Eso era normal, poner un teléfono en aquél entonces, era como encontrar un buen empleo, o conseguir una concesión de un estanco, aunque esto último estaba destinado a viudas de guerra, indiscutiblemente de gloriosos soldados del bando fascista. Eso mismo le dije al niño de familia burguesa, claro el apellido a la familia se lo pongo ahora, antes era para mí un niño rico o pudiente, bueno se sobre entiende que le dije lo del teléfono, no lo del estanco. Empezaban para mí a ser ostensibles y sobre todo incomprensibles las diferencias entre las personas. Viniendo de un barrio humilde como el mío eso era normal. Luego mi madre repitió muchas veces la anécdota de la petición de nuestro número de teléfono, a sus amistades como una cosa especial.
La rampa del Monumento a Julio Romero de Torres
Seguimos con nuestros juegos. Uno de ellos consistía en deslizarnos por las rampas que tiene el monumento a Julio Romero de Torres. Miles de suelas de zapatos "gorila" y otros de charol, habían dejado su huella creando un surco en el mármol blanco del monumento. Este material no hacía distinción en la clase de los zapatos, pero si es verdad que los de charol se deslizaban mejor que los “gorila”. Los zapatos “gorila” con su acompañamiento de verde pelota -que tenía un astronómico bote por la altura que se conseguía con ella-, tenían una suela prácticamente irrompible. Las suelas se quedaban nuevas y había que tirar los zapatos ya inservibles. Antes todo se reparaba, esta sociedad actual de usar y tirar no entraba en los esquemas de ese tiempo. Teníamos los zapatos de diario y los de domingo, raro es el que tenia un par más extra. Se adquirían con notable esfuerzo de los padres, normalmente los “gorila” en Calzados Segarra. En verano también usábamos unas sandalias de goma que, al quitártelas por la tarde, cuando tenías que pasar por la lavadora (el baño o lebrillo al efecto), se te quedaban las ventanitas de color… de aquello que dijimos, marcadas en los pies.
Volviendo a las rampas del monumento, éstas tenían como hemos dicho antes, las huellas de muchos niños cordobeses. En ellas han quedado para la eternidad, esos surcos lúdicos, que habían conseguido hacer mella en el mármol del monumento. Huellas de niños y niñas (las de las niñas eran las menos por ser sus juegos menos brutos), que a falta de los lugares de juegos infantiles actuales, en aquellos tiempos usaban esas rampas como tobogán. Otra distracción era ver los patos en su estanque, y echarles comida, que se podía comprar en un uno de los puestecillos existentes, o en el vendedor ambulante de turno. Las palomas también se acercaban confiadamente al reclamo de la comida.
Escenario de Titeres
En esos jardines, no recuerdo si las tardes de algunos días, pero sí seguro las mañanas de los domingos, había sesiones de teatro de marionetas. El teatro tenía un coqueto escenario y un patio de butacas de sillas plegables. Detrás y debajo, los manipuladores de los títeres de mano. El héroe de sus episodios era Chacolí, una marioneta que siempre era perseguida por una bruja, que regularmente se asomaba por uno de los lados del escenario, o detrás de un decorado amenazando a la niña. Los niños a coro le avisaban a Chacolí que la bruja estaba al acecho.
-¡Chacolí! ¡Chacolí! ¡Chacolí! -todos a coro.
–¡¡Que está allí detrás!! ¡¡Qué está escondida la bruja!! –le gritaban.
-¿Dónde? -Chacolí preguntaba, como haciéndose el tonto.
Eso hacía que se acrecentaran los avisos de los niños desesperadamente. Luego, cuando la Bruja había hacho de las suyas y estaba a sus anchas en el escenario, salía Chacolí con su dos tablillas y le daba fuerte a la bruja y sonaban los golpes, cuestión que enardecía al público infantil y menos infantil, hasta que esta huía o quedaba sobre el borde del escenario inconsciente, todo ello aderezado por las palmas y los gritos de alegría de los niños que veían como el mal era vencido.
Siempre lo acababa con una frase, que decía más o menos
-¡¡Toma, toma y toma, y ahora a la basura!!
Siempre era lo mismo, el disimulo de Chacolí, la maldad de la bruja y la inocencia de la niña a la que quería coger. No había más argumento. Pero aquello a los ojos infantiles era suficiente, y sobre todo su participación y ayuda a resolver la situación.
Recuerdo también que a raíz de eso, en ese tiempo había unos teatros ambulantes de marionetas callejeros, que circulaban por los barrios. El teatro consistía en unos palos que dejaba caer inclinados sobre una pared, con una lona que los cubría y que a su vez tenía una abertura semejando un escenario, donde el artista desde detrás movía los personajes, a la vez que imitaba cada una de las voces. Aquí el héroe en cuestión se llamaba Barriga Verde. Un malo o mala, una inocente criatura y un héroe. El argumento era similar al de los Jardines de los Patos con Chacolí. Una vez terminada la sesión salía el artista de detrás de la lona, pasaba el platillo, recogía la voluntad del respetable y, enrollando la lona sobre los dos palos, guardando a los personajes en una bolsa, se marchaba con las marionetas y su teatro a otra parte.
Los Jardines de los Patos, de la Agricultura o Bajos, han sido siempre una fuente inagotable de acontecimientos en nuestra ciudad. El “asesinato” del avestruz, cantada en las murgas de Carnaval; la famosa serpiente, de la que un bromista amigo dejó en cierta ocasión una camisa de otra, que autentificó la que posiblemente fuese la “serpiente Ness”; el asesinato de un vigilante en un tema de defensa de una ciudadana; y lo último el asesinato del quiosquero de la entrada. Anteriormente en los principios del siglo veinte, concretamente en el dieciocho, la inauguración y destrucción posterior, en el diecinueve, del monumento de Mateo Inurria dedicado al Ministro Barroso, también aconteció la inauguración del citado monumento a Julio Romero de Torres.
Quien no ha jugado en los Jardines de los Patos, disfrutado con sus animales titulares o, algunos de más edad, gozado de las marionetas.
Monumento a Julio Romero de Torres
2 comentarios :
Fíjate q pronto me ha avisado el "reader" q has publicado algo, ejjeej, esto está recién sacado del horno.
Preciosos recuerdos de la niñez q revolotean mágicamente a nuestro alrededor y nos traen de vez en cuando el sosiego de aires inocentes y delicados.
(espera q relea)
ya! >;oP
Pus si que funciona esto bien. Me alegro Lisis.
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