Ana Carrillo Mendoza "La Tomata" fue unas de las mejores bailaoras que ha dado esta tierra, con diferencia. Su carrera fue fulgurante, cuando llegar era difícil, bueno eso lo ha sido siempre. Estuvo seis meses con su espectáculo en el Corral de la Morería, que le llamaban el templo del flamenco en este país, pero le tiraba su Córdoba. Nació en 1942 un diecisiete de abril. Murió un veintiséis de diciembre de 2007, con sesenta y cinco años. Posiblemente podría haber sido una de las grandes. Trabajó desde muy niña en el Zoco, en los Califas, en Casa de Pepe, en el Pisto, en los escenarios cordobeses. Era la época del flamenco para los señoritos. Ese tiempo en cualquier Los Califas, de cualquier lugar, con cualquier señorito de mierda, con un grupo de esclavos flamencos, era más o menos así:
-Don Manuel, le gustan a usted los caracoles. -le dijo el cantaor al señorito borracho de D. Manuel, a lo que éste contestó:
-A mí no me tiran mucho, pero ustedes podéis pedir las tazas que queráis. Pero seguid cantando.
Las criaturas tenían que aguantar fascistas borrachos, hasta que se hartaban. Luego por la mañana, cuando tú te ibas para el colegio veías a los artistas retirarse a descansar con una miseria en el bolsillo, y menos dignidad que el día anterior.
El Zoco fue otro invento del momento. Todo para el turismo de Atesa. La promoción planificada de la imagen de este país. A nivel internacional Lola y Carmen a América. D. Cesáreo el planificador del Estado que pretendía lavarle la cara. Todavía no hemos podido quitarnos de encima el tópico de que nos vean vestidos de toreros y a nuestras mujeres con peineta. Y recatadas de luto en Semana Santa. Bien que vendieron lo que quisieron y se quedaron también. Cemento del Valle de sus Caídos, de muchos pantanos, y grandes Matesas, Soficos y otras hierbas. El León de Fuengirola, Pepe Banus y toda esa corte de "getsosieti", con puños de camisas almidonados y peinados de pringue con brillo.
Como decía, el Zoco fue un invento de ese tiempo. Algún platero, un par de filigraneros, y poco más. La concesión la tenía un tal Rafael, creo que se llamaba, y si no era así lo va a ser, no es importante un nombre. Este individuo vivía en la casa del rincón de la Plazuela de las Bulas, la que adornaban para el Concurso de Rejas y Balcones, bueno estaba así todo el año, era igual que los de mi madre, sólo tenía en su fecha que apuntarlos al concurso. En esa casa también vivía un individuo, sindicalista vertical, pequeño, miserable, que abusó de Fina, la hija de Rafaela, ellos vivían en la casa que también forma parte del hotel actual, pero enfrente. Le fabricó un niño, posiblemente ella se dejó llevar por el oropel de un puesto de jefecillo, y ya se sabe la miseria del momento, la dejó tirada. Luego, como a todos los cerdos les llega su San Martín, a este le tocó una señora que convirtió al cerdo en ciervo, por aquello del flamenquismo de un conductor de autobús que la aliviaba. Fina sacó adelante a su hijo con toda la dignidad del mundo.
Con motivo de mi precoz trabajo en la joyería, tendría trece años, tuve que llevarle al "gerente" artístico del Zoco una partida de piezas de joyería por encargo del jefe del taller. Subí a la primera planta y este Sr. no estaba. Me esperé en el rellano delante de su puerta, echado en una baranda metálica. La mano izquierda en el bolsillo del pantalón dónde estaba el oro, y la derecha la extendí y me agarré a la baranda. No llevaba allí nada más que unos minutos cuando subió La Tomata, ya era muy conocida, y más para los de la Judería. Llamó a la puerta y esperó, le dije:
-Señora no está, yo le estoy esperando y llevo aquí un rato. -ella dijo
-Gracias le esperaré. -y no tuvo otro sitio en el que echarse que encima de mi mano, es decir se sentó materialmente encima de ella. Aunque hubiera querido quitarla no hubiera podido. Esperé. Seguro se me iba un color y se me venía otro. Así transcurrió un tiempo que me pareció muy largo. Ella fumaba un cigarrillo. Yo la miraba de reojo y pensaba seguro que no se ha dado cuenta. No era una mujer guapa, nunca lo fue, pero tenía una gran personalidad y sobre todo unos dieciocho años.
Llegó Rafael.
-Tomata ¿Llevas mucho rato? ¿Éste que es tu hermano? -le dijo a la vez que señalaba hacia mí.
-No no conozco a este nene de nada, estaba aquí. -le contestó a la vez que liberaba mi mano de su trasero.
-Yo vengo de parte de Carlos. -interrumpí, a la vez que abría y cerraba la mano pues se me había quedado dormida.
-Bueno ahora te atiendo nene. Pasa Tomata. -y entraron. Yo entendí que era una relación de trabajo, algún contrato en virtud de lo que a este hombre se dedicaba.
Al rato se abrió la puerta se despidieron, ella me dijo adiós, y Rafael me dijo que pasara. Le entregue el trabajo, me dio unas instrucciones y me marché. Este señor algún tiempo después tuvo un infarto, estaba solo, se sintió mal cogió su coche fue con él hasta el Hospital y comentaron que al llegar murió. Eso se rumoreo.
La Tomata, tuvo un idilio muy sonado con un "niño bien" de la ciudad, Pepín Moreno, hijo del propietario de una de las funerarias más importantes de Córdoba. Creo que sin oficio ni beneficio, bueno beneficio la fortuna familiar. Ese idilio fue muy sonado, la oposición familiar a la relación y posiblemente amor entre ellos. Fruto de esa relación fue una niña. Le pusieron Tamara. Y... una noche de juerga Pepín Moreno murió en un accidente de automóvil, en Ollerías (antes Obispo Pérez Muñoz), chocando con una farola el seiscientos blanco en el que iban.
En una ciudad provinciana aquello fue la comidilla de la gente, y más cuando la hipócrita moral de la iglesia franquista cordobesa, dijo que no podía enterrarse en "lugar sagrado" porque estaban en pecado mortal. Cuántos "monseñores" estaban en el mismo pecado mortal a sabiendas de la gente de calle, amancebados con sus "primas". El lugar "no sagrado" era lo que la gente llamaba el patio de los no creyentes, les llamaban a todos protestantes, no se porque. Eso para una recatada familia de "bien", además del qué dirán, significaba un descrédito. No era el primer disgusto que se llevó el padre con su "casquivano" hijo, pero éste si sería el último. Arreglaron como pudieron el problema, andando "cielos y tierra", aunque casi siempre la cosas del cielo, las sagradas, se arreglan con dinero terrenal, que es el que sirve aquí.
El verdadero golpe se lo llevó Ana Carrillo Mendoza "La Tomata". Aquello fue el inicio de la cuesta abajo para la artista. La Tomata había tenido el éxito en su mano. Las actuaciones en el Corral de la Morería, la película con Ana Mariscal, "Los Duendes de Andalucía", rodada en Bodegas Campos, su prometedor futuro, todo lo dejo pasar. Ana Carrillo bailaba cuando le parecía, era así de bohemia, dicen que rechazó un contrato para América porque no quiso levantarse temprano para coger el tren para Madrid. Todo es posible en los tocados por el arte. En la película trabajó porque le pareció bien. Durante la espera del rodaje permanecía callada y seria. Esperando su entrada para el baile. Al finalizar uno por soleares, le dijo Ana Mariscal:
-Tomata, los duendes están ya dentro de la película por ti.
La gitana bailaora cordobesa había inmortalizado su arte en el celuloide, en Eastmancolor. La Paquera de Jerez, Sancho Gracia, el torero Victoriano Valencia, María Rosa, Porrina de Badajoz, fueron sus compañeros de reparto.
Años después, muchos, la vi en el bar donde ponían los números del sorteo de los "ciegos" en la Cruz de Rastro, esquina Cardenal González con La Feria, estaba muy estropeada, con el vientre inflamado como producto de un hígado igual. La encontré muy deteriorada y mal. Me acuerdo de su voz, ronca. Nuca supe si Julián, el tonto, el habitual del cine Goya, ese hombre alto, inofensivo, pero que nos daba miedo, y nos pedía pipas y altramuces, palmeando las manos simiescamente, y haciendo con los labios un sonido que repetía la letra "pe", era su hermano. Vivía donde ella, en la Plazuela de los Gitanos, ahora se llama De la Alhóndiga. Pero... qué más da.
En los últimos tiempos
Dos mil siete, diciembre, su hija Tamara y los amigos de siempre, los depositarios de muchas anécdotas suyas y vivencias, dejaron sus cenizas esparcidas por los lugares donde ejerció su arte y el resto, al final en el río. En un momento, el viento y el agua se llevaron el duende de Ana Carrillo Mendoza, La Tomata.
Su hija Tamara echando sus cenizas en el río Guadalquivir
Cartel de la película
Un fotograma de la película, en Bodegas campos bailando por soleares
Porrina de Badajoz en un fotograma de la película
Ana Carrillo en su juventud
Una pose de Ana Carrillo
Imagen significativa de la artista
El gran amor de su vida Pepin Moreno
Ana Carrillo en un descanso de una fiesta flamenca.
Nota:Las fotografías de la cabecera, fotogramas de la película y las cinco últimas en blanco y negro han sido facilitadas amablemente por Werrybee.