Niños de la guerra estudiando la asignatura, Educación para la Ciudadanía.
Los facciosos de mil novecientos treinta y seis, no sólo pretendían exterminar físicamente a los republicanos, como queda patente con los miles de personas enterradas en las fosas comunes que los Tribunales impiden abrir, sino también acabar con su ideología. Para ello, estudiaron y pusieron en práctica el método de quitarles a los republicanos sus hijos, para poder inculcar en ellos la doctrina fascista y el rechazo a las ideas de sus familias y borrar estos de su memoria.
En ese fango moral hicieron su agosto psiquiatras como Antonio Vallejo Nájera, que tenía publicadas absurdas teorías según las cuales el marxismo era una enfermedad mental y contagiosa, para lo cual era necesario ventear el trigo, como gustaba decir a los ideólogos del fascismo. Similares, a actuales, como que la homosexualidad es una enfermedad y se cura, según mantiene una psicóloga que, seguramente ha cursado estudios con la obra del anteriormente citado psiquiatra.
Los hospicios de Auxilio Social, organización cristiana, bendecida por la cúpula de la iglesia en España, fundada por Mercedes Sanz Bachiller, viuda del falangista Onésimo Redondo, se llenaron de hijos de presos y huérfanos, y las cárceles estaban llenas de cientos de mujeres encintas o con menores a su cargo. Los depredadores de niños tuvieron bastantes sitios donde decidir que botín querían.
Para dotar todo de esa legitimidad, administrativa y sagrada, con que los dictadores pretenden cerrar el capítulo de lo ilegal, al poco tiempo de acabar la guerra física, la de las trincheras, pues la otra continuó muchos años, y muchas veces me pregunto si ha acabado ya, los fascistas dictaron dos leyes, según las cuales el Gobierno asumía la patria potestad de todos los niños acogidos en esos institutos. De esta forma el Estado podía cambiarles el nombre y entregarlos a quienes los quisiesen borrando de esa manera todo vínculo con el pasado y pasando a formar parte de una familia que se encargaría de su aleccionamiento ideológico, llegando éste incluso a conseguir alimentar odio en ellos, hacia sus ancestros.
Otros eran sacados de las prisiones, antes de fusilar a sus madres, de establecimientos como los de madres lactantes de Madrid, que estaba cerca del río. A muchos, el Servicio Exterior de la Falange los raptaba del extranjero, la mayoría en los campos de concentración franceses dónde estaban recluidos los exiliados españoles.
Se hablan de más de treinta y dos mil niños que fueron enviados al exterior por sus padres y que a más de veinte mil repatrió el sistema.
Tenía un compañero en la empresa de autobuses -estuve en ella trabajando de cobrador-, que todo su afán era, encontrar una colección de tebeos de la posguerra que se llamaba Flechas y Pelayos. Este hombre había sido un niño del Hospicio y antes de Auxilio Social -esa era la ruta que seguían los niños-. Esos tebeos era lo único que le unía a su infancia. Se había refugiado en ellos. Y tenía una obsesión comprensible por encontrarlos, cosa que consiguió.
Esta publicación citada fue el producto de la fusión de las dos revistas “Flechas” (falangista) y “Pelayos” (carlista) su único fin era contribuir a "lograr la unidad moral y la hermandad en la Patria de todos los niños españoles, haciéndoles buenos cristianos y grandes patriotas", según manifestó su director Fray Justo Pérez de Urbel.
El humor gráfico era un elemento importante que utilizaba la propaganda del régimen durante la guerra, y que estaba dirigido al público infantil y juvenil. Era como el gracioso Pedrín de Roberto Alcázar, modelo de imitación de un detective con nombre de pijo y apellido de gesta heroica de los fascistas en Toledo, aprovechada hasta la saciedad en todo, como El Álamo de los yanquis.
Luego estaba el sistema de convertir a las madres viudas que seguían con sus hijos. El terror que le inculcaban, hacía que ellas defendieran el sistema y a su hijo lo aleccionaran en sus valores. Al niño lo admitían en los distintos programas de formación nacional que existían e incluso lo colocaban en empresas afines. Las vacaciones se aprovechaban también para, tipo boy scout, seguir aleccionando. En el fondo el método consistía en borrar lo que quedase en la memoria de esos niños, porque los mayores con el terror lo habían borrado casi todos.
Muchos niños, como en Argentina u otros países, no saben que los familiares a los que adoran, han sido los verdugos de alguna manera de sus verdaderos padres, digo de alguna manera porque no es solamente el verdugo el que aprieta el gatillo, sino también quién en nombre de un falso cristianismo o ideología consiente y participa de esos métodos criminales de borrar la memoria a los seres humanos. Muchos de esos “honrados padres” -ya deben vivir pocos-, pueden ser quienes ahora dicen que hay que pasar página y no remover nada.
Si no tienen nada que temer, y además por activa y por pasiva se escucha a las asociaciones de víctimas decir, que lo único que quieren es tener los restos de sus familiares y no ejercer ningún tipo de venganza, ¿Por qué seguir dejando a estos sin conocer su pasado, y recoger los restos de sus familiares que están enterrados como animales en fosas que se niegan a abrir? ¿Qué les obliga y con qué derecho pretenden seguir decidiendo sobre la memoria histórica de una parte de los españoles?. Enarbolan que el gobierno legalmente establecido, es decir el de la II República, cometió desmanes, puede que sí, pero fueron los frutos de una guerra civil que no propicio el mencionado gobierno, que propiciaron unas oligarquías bendecidas por el poder religioso y ayudadas físicamente también por ellos.
Y llevan además siete décadas de honores junto con la provocadora y desvergonzada elevación a los altares haciendo santos o beatos a sus caídos. ¿Que están en su derecho? pues sí, pero suena a limpiarse en las cortinas como dice el dicho. Cuando acabó la guerra ellos, con los cuerpos aún calientes, pudieron encontrar a los suyos mientras los otros setenta años después aún siguen reclamando ese derecho natural.
Por lo tanto de alguna manera hay que procurar que no se diluya la memoria de ningún español, que cada uno elija libremente que hacer con ella y mucho menos la de esos niños de la guerra.
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