La tienda de Fidela
Lugar del primer carrillo.
Fidela ha sido para muchos niños el equivalente a la biblioteca para los adultos, o el Internet actual para todos. Muchas veces solo -era mi paso obligado para el colegio-, otras con mi padre, fueron periodicas mis visitas a su carrillo, adosado a la pared de Carbonell, para adquirir su mercancía de sueños: el TBO, con la Familia Ulises, y los inventos del Profesor Franz de Copenhague, el Cachorro, Diego Valor, Hipo, Monito y Fifí, DDT, Pulgarcito con Carpanta, las Hermanas Gilda y Zipi y Zape, Capitán Trueno, Jabato, Mendoza Colt, luego Mortadelo y Filemón, del genial Ibáñez, y muchos otros que me dejo, nos acompañaron la niñez. Los albumes de estampas, El Ladrón de Bagdag fue uno de los más famosos, pues no aparecía nunca el caballo roto, que era lo que se venía a llamar la firma, o los de Fútbol. La novela de Marcial Lafuente Estefanía o, por qué no, la de Corín Tellado. También la “chuchería” era un elemento de su negocio ambulante. Estoy situándome en los años 55 del pasado siglo, pero estaba de antes. El negocio lo comenzaron sus padres y ella lo continuó, cuando aún era una niña. La recuerdo al comienzo y al fin de la jornada laboral empujando el armastoste, que creo en principio, encerraba en su domicilio, en la calle de La Pierna actual, porque antes era Barroso la nombrada así, desde la antigua Casa Adriano hasta Ángel de Saavedra. Después obtuvo permiso para encerrar en la cochera de Carbonell y allí lo guardaba. En esa parte de la calle delante de la citada cochera estaba también un competidor, Salva y sus hermanos, de la Judería. En función de la posición del sol se situaban estos competidores, o en la acera de Carbonell o en la de enfrente, entre la actual Barroso y Ricardo de Montis, la calle del autor de “Notas Cordobesas” y de la casa de paso, que nos llevaba, a través de unos patios, a la de Leiva Aguilar al lado de la casa de D. Emilio Maya el médico, excelente profesional y no menos extraordinaria persona. Salva era competidor sólo en “chucherías”, pues no vendían prensa, posiblemente el cambio de novelas, aunque el fuerte de esta opción mercantil la tenía Castro, otro carrillo, esta vez en la entrada de Conde y Luque, en la Callejita de los Ángeles, y que de vez en cuando nos asustaba con los ataques epilépticos que le daban, y le producían alguna que otra herida en la caída.
Volviendo a Fidela. Tiempo después, trasladó el negocio al lado izquierdo de la portada de Santa Ana, en un kiosco de nueva generación, metálico, que tenía que ser en verano un horno. Posteriormente se trasladó a la acera de frente, cuando construyeron el edificio actual. Ya se habían marchado el Barbero y otros negocios. También Paco Gallego tuvo en ese lugar su negocio de electricidad Santa Ana, que ahora está ubicado en un pasaje de Ángel de Saavedra, cerca del conservatorio, que es casa de paso del mismo a la calle de La Pierna, precisamente donde vivía Fidela.
Fidela se instaló en el nuevo local, amplio y funcional. Fue de las primeras en vender figuritas de nacimiento a la vez que continuaba con la tradición de la prensa y los tebeos -ahora se llaman comic-, por aquello de la americanización de todo lo que nos rodea, y cuando nos visite el Sr. Obama más. A posteriori inició el camino del Carnaval. Todo lo que rodeaba a esta fiesta, tuvo en Fidela una pionera en Córdoba. Luego este negocio se amplió y se especializó del todo con su hermano, otro local más arriba, que sigue aún y el que, en los laterales del luminoso, sigue manteniendo todavía el nombre de Fidela. En este lugar ha estado 33 años, más los 40 de su abuela y su madre en el primitivo de Carbonell. Son cuatro generaciones de la familia.
Fidela en la actualidad.
Fidela Cabello es por tanto, ha sido y será, una institución del tebeo, de la prensa diaria, de las figuritas de nacimiento y como no del Carnaval. Hablar con ella es siempre un placer, primero por lo agradable que es, y luego porque es una enciclopedia viviente de la zona que nos ocupa. El otro día tuve la suerte de cruzarme con ella y saludarla, diciéndole lo que le digo siempre -porque es cierto-, que no cambia, que tiene que tener un pacto con el tiempo porque pasa muy lentamente por ella. Le recordé mi colegio e, inmediatamente me salió con la cantinela “D. Tabique se ha muerto, Dios le perdone, en la caja le llevan los cigarrones…”, que los malvados alumnos le cantaban a D. Enrique Rodríguez Castro, del Colegio S. Antonio de Padua en la acera izquierda de la calle Alta de Santa Ana, después de pasar el más que centenario -año 1896-, encuadernador Muela, de la entrada, y me continuó hablando de todo lo que estuvo y ya no está en el barrio.
El supermercado de Pío Gómez esquina Barroso, la heladería Bahía, eran algunos de los establecimientos de los alrededores. La verdad es que el sabor de la zona, era un sabor de transición hacia la modernidad comercial. El relojero Genaro,y la droguería estaban en trance de desaparecer, aunque otro tipo de comercios se incorporaban a la zona. El primero se trasladó a la calle Sevilla, la segunda no conozco si se llegó a trasladar a algún sitio o desapareció definitivamente. La piqueta y la modernización de edificios estaban haciendo su agosto. El tacón de Jesús María, donde comienza la calle dedicada al Duque de Rivas, D. Ángel de Saavedra, que significó la desaparición de Santa Marta, el Fotógrafo, el bar Guerrero -que le pusieron el mote de “mediaoreja”, después de sufrir una cuestión de honor, sufrió también la mutilación del pabellón auditivo-, Correos, en la acera de enfrente, con el león de la Metro en la pared para echar las cartas, los futbolines frente al Conservatorio, etc. Todos significaron un cambio sustancial de la zona. Lo que ahora han venido a llamar el eje Tendillas-Mezquita.
Encuadernador
Una cuestión aparte, el cine Góngora está aún salvándose de la quema, con su coqueta terraza de verano, a la que se accedía en ascensor, tenía mecedoras en lugar de sillas de enea, y era el menos ruidoso de Córdoba, pues no se podían comer ni pipas en él, sólo chocolatinas. Lástima que los luminosos del momento en las Tendillas, perjudicaran a la pantalla con su luminosidad. Para solucionar el problema se construyó una celosia azul, y se plantaron trepadoras en su contorno, jazmines y rosas de pitiminí, que hicieron mucho más agradable la estancia en esa terraza, que dicho sea de paso tenía acomodadoras perfectamente uniformadas. Su línea de modernidad tuvo que ser, en su inauguración, algo fuera de lo normal, porque ha sido siempre muy moderno. Circulaba una coplilla dedicada a su inauguración que decia: "En la calle Jesús María/ como ustedes ya sabrán,/nos han puesto un cine nuevo/ que se llama Gongorá, ¡Gongorá!/Góngora lleva por nombre/ yo le afirmo y aseguro,/ que para sacar las entradas,/tiene que poner en pompa el culo". Ya se ha iniciado la rehabilitación.
Creo que, el Conservatorio, el cine Góngora, el Convento de Santa Ana y el negocio de prensa de Fidela son los supervivientes de una época que pasó, bueno el negocio de prensa de Fidela no, ya está cerrado y tiene el cartel de se alquila, y el Góngora esperemos que se lleve a buen puerto su rehabilitación, en estos tiempos con una vida política de cambios de sillones, de pérdidas de ideología por dinero, de mentiras en suma, todo es posible.
Local de Fidela ya cerrado
El interés. por la lectura de todos, los sueños futuristas de algunos, o porque no, bélicos de otros, los patrios de los menos, o de cuentos de hadas de las ahora señoras, entonces niñas, son fruto indirecto del kiosco de Fidela. Luego, para la diversión de Don Carnal, cuando se liberalizo el Carnaval, fue también referente. “Tienes una cara que es el escaparate de Fidela” esa frase se quedó para siempre en el argot cordobés, para referirse a un feo o fea. U otra, "Tienes el pulso como para robar panderetas en Casa Fidela". Sin lugar a dudas todos le debemos algo de agradecimiento a Fidela por su labor de tantos años. También se merece una mención importante, su hermana Inés, que ha estado a su lado siempre, de forma aparentemente anónima, pero firme y constante.
Gracias Fidela. Gracias en nombre de todos esos niños, de los que muchos somos abuelos ya. Gracias por habernos vendido ilusión, que nos servía para ignorar lo que se cocía en esa época en este país. Gracias por estar ahí tantos años. Gracias en suma, por todo.
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