Escalinata.
Ubicarse en el Patio III del Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, donde se conservan pétreas e inamovibles, las losas del pavimento y escalones circulares de un espacio público de la Córdoba Patricia, e imaginar el momento histórico del lugar en el que nos encontramos es algo inenarrable. Un espacio al lado del Teatro y de acceso a la zona, donde los especialistas sitúan un posible templo dedicado a Diana y otros edificios públicos, y que probablemente estaba en los Altos de Santa Ana. Un hermoso espacio urbano de la Córdoba patricia de los primeros siglos de nuestra era.
Si nos imaginamos la tónica que siguen las religiones, de construir encima de lo que consideran el lugar sagrado del vencido, por qué no ubicar ese templo de la diosa cazadora, debajo del neoclásico de Santa Victoria. Si utilizamos las ventajas actuales de visionar desde el satélite el lugar, podremos incluso imaginar que los patios, hoy pistas deportivas, del colegio anexo al mencionado templo, formaban parte de esa explanada que rodearía al monumental edificio lúdico y al religioso, al que se accedería desde la citada escalinata, y de la que queda posiblemente un recuerdo exterior en la antiguamente llamada Cuestezuela de Baena, escalonada callejuela que formaba parte de los callejones del Corpus Christi.
Nos estamos trasladando con la imaginación a un periodo del siglo primero de nuestra era, que fue cuando al parecer se inicia la construcción del gran teatro de la ciudad, con la intervención del Emperador y los grandes evergetas de la colonia, las poderosas familias Persini, Marcellus, Marii y Annaei, bastantes relacionadas con las explotaciones mineras de Sierra Morena y cuyos nombres aparecen reflejados en el miliario de la esquina del Convento de la Encarnación.
La mencionada familia Marii fue economicamente, en su época, una de las más poderosas del imperio. Era tal su poder que generó en Tiberio resquemor y tramó por ello una conspiración contra ella. Se le acusó de haber mantenido relaciones sexuales con una hija que era vestal -sacerdotisa virgen consagrada a Venus-. En la trama montada por Tiberio, para verse éste libre de sospechas, lo defendió y perdonó en el primer juicio, pero hubo un segundo en el que se les condenó a muerte. Al padre despeñandolo por la roca Tarpeya. A la hija, como su sangre no podía ser derramada por ser vestal, por ahogamiento. La fortuna de los Marii pasó de esta forma a la hacienda imperial, e igualmente todas las explotaciones mineras de ésta.
Salir después, a la plaza de Jerónimo Páez y saber que en el centro de misma estamos pisando el terreno de la orchestra del teatro más importante de la Bética. Dirigir la mirada arriba, hacia Santa Victoria, e imaginarnos lo hermoso que sería el porticus in summa cavea repleto de cordobesas, desde cuya altura, seguramente se divisaría la rica campiña e incluso el río, mientras a nuestra espalda, estaría el procaenium y detrás el scaeneae frons o muro monumental que lo delimitaba, hoy ocupado por las calles Marqués del Villar (o Callejas del Corpus Christi), Antonio del Castillo (Paraíso o Sucia) y Julio Romero de Torres, y cerraba al exterior ese recinto que podría albergar diez o quince mil espectadores.
Visualizar la maqueta que está en la entrada del Museo impresiona, con ella se puede uno hacer a la idea de la monumentalidad del edificio, y cerrando los ojos y abstrayéndonos, quizás podamos escuchar también el intenso rumor que los ciudadanos, su público, generarían durante cualquiera de los muchos actos que, a lo largo de sus casi trescientos años de vida se celebraron en él, o durante sus largos y lúdicos entreactos.
Luego, como casi siempre, el abandono. Primero, un terremoto que parece lo dañó bastante, y después el expolio al igual que el que muchos monumentos sufrieron, e incluso llegó a convertirse en cantera para aprovechar no ya sólo sus sillares, sino la caliza de los mismos horneando los materiales. A continuación el abandono total. Luego vuelta a empezar, urbanización del lugar, ocupación de los espacios urbanos por las familias poderosas de la época, hasta el extremo de quedar alguno de ellos, como la hermosa escalinata con la que iniciamos y damos nombre a este corto relato, parte integrante de un patio del Palacio renacentista de los Páez de Castillejo, hoy Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba.
Yacimiento.
Hay que manifestar, que lo expuesto en este artículo no tiene rigor científico, ni tiene pretensiones de ello. Está influido por la imaginación del autor que, es en suma lo único de que se dispone, cuando se carece de ese rigor.
Como no hay mal que por bien no venga, y el que no se consuela es porque no quiere, hay que agradecer que sin aquella ocupación no tendríamos hoy la satisfacción de poder situarnos en lugares por donde circulaban aquellos nuestros paisanos de la Córdoba Patricia, otrora camino del teatro, bien del templo de Diana, o simplemente camino de sus quehaceres cotidianos.
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