La ida.
La ciudad de los Califas se quedaba atrás. El Ave iba en dirección norte, hacía Madrid, para después una vez llegado a Atocha, coger un taxi y recalar en Barajas. Allí los trámites habituales del embarque y a esperar la salida del vuelo hacia Atenas.
Después de despegar de Barajas, e iniciar el vuelo, de pensar lo de siempre, esperar tener suerte y, entre unas cosas y otras, cuando acuerdas, estás sobre el Mediterráneo sobrevolando Mallorca. Poco tiempo después miras en la pantalla el recorrido del avión, y la enorme isla de Cerdeña está debajo, la ves por la ventanilla, y al frente las costas continentales de Italia y la aeronave sobrevolando el mar Tirreno, en dirección a Nápoles. Dejas el majestuoso Vesubio a la izquierda y su zona de influencia y cruzas la bota italiana por su planta, en dirección al mar Jónico. Todos estos lugares los has visto en el cine, de niño, en aquellas películas de extras con sandalias y relojes de pulsera.
A la izquierda el canal del Adriático y las costas de Albania. ¡Aquí, Radio Tirana! de la infancia de buscador de emisoras lejanas, de lo que considerábamos algunos un paraíso perdido. Que fue desilusión después. Frente la costa griega, una vez sobrevoladas algunas las islas de Kefalonia y Xante, ves la ciudad de Patras, su golfo y su puente Rio-Antorio de dos kilómetros y medio, que une el Peloponeso al continente. Allí en 1512 se libró la batalla de Lepanto -ahora se llama Naupacto la ciudad-, en ella perdieron los turcos la hegemonía y Cervantes su brazo. Físicamente está separado el Peloponeso -es península-, por ese estrecho que cruza el puente, y más abajo por el estrecho de Corintio. Obra impresionante, sobre todo porque se hizo en el siglo XIX, para acortar la distancia entre Mar Egeo y Jónico. Con ella se ahorran cuatrocientos kilómetros de navegación, o lo que es lo mismo, bordear el Peloponeso completo.
Una vez cruzado el Peloponeso, por el norte, ya que has ubicado el estrecho de Corintio a tu izquierda, enfila la aeronave el golfo Sarónico o de Egina que ves y sobrevuelas -ahora la altura te permite ver los barcos de todo tamaño en el golfo- para después hacer un pequeño giro al noroeste y buscar el aeropuerto Internacional Eleftherios Venizelos de Atenas. Éste aeropuerto, está a unos veinte kilómetros del antiguo que está en la misma capital griega.
A la izquierda ves la inmensa aglomeración urbana que es Atenas, yo estimo que caótica. Te emocionas, la cuna de la cultura europea está ahí debajo, eterna. Vislumbras hacia el norte la colina de la Acrópolis, majestuosa, y toda la corte de templos que la ocupan. Al fondo, al noroeste, la silueta del monte Pentélico, de 1109 mts. de altura, a cuya espalda está la ciudad de Dionysios y el mar Egeo. Dionisios, eso me hacía falta ahora después del miedo del vuelo una charla con ese Dios, que podría serlo también de Montilla y Moriles sin ningún problema. Sigues volando sobre una abigarrada masa de pequeñas casitas que configuran las ciudades o zonas metropolitanas de Glyfada y Voula. Luego sobrevuelas Vari y Kitsi, para enfilar la pista entre los cercanos núcleos urbanos de Koropi y Marcopoulo. La pista 03L, se va haciendo adulta.
Una vez sientes el contacto de los neumáticos en el suelo, respiras profundamente, esperemos que se pare en su sitio. Así es, por esta vez el vuelo ha llegado a feliz término. Volar es el medio de transporte más seguro, si desde luego eso dicen las estadísticas pero... las estadísticas no son exactas, como las matemáticas, y pueden en tu vuelo confirmar la excepción. Pero el pasillo se acerca al Airbus 380 y, ya estás en la terminal, en la sala de cintas, esperando el equipaje. ¡Cuidado! hace unas dos horas que salimos y no sé si el efecto del suave ansiolítico ha pasado, pues nos espera otro vuelo, este más corto, hasta Rodas, nuestro destino.
En un laberinto de "gates", números, escaleras mecánicas, pantallas luminosas cambiantes que marean, palabras griegas e inglesas, te vas acercando a tu "gate". No hay que esperar apenas, te ves ya en otro control y preparas nuevamente el carnet de identidad para ponértelo en la boca.
Los motores a la máxima potencia, y la aeronave, esta vez algo más pequeña, pero no por eso más tranquilizante, despega dejando a la derecha otra vez la cuna de la civilización europea. Describe una curva para dirigirse a un Egeo salpicado de multitud de pequeños lunares brillantes-es el atardecer-, que son sus islas, Te imaginas las mayores. Paros, Naxos, Ios, la estrecha y alargada Amorgos, ya con un esfuerzo imaginativo mayor, al sur piensas en Santorini, la isla griega por excelencia, la azul y blanca, el antiguo volcán que la formo. Sigues tratando de averiguar cuál es esta o aquella, ayudándote con el mapa y al fondo aparece Rodos o Rodas.
En Rodas.
El Rhodes International Airport, se presenta a nuestros pies. La pista 07 nos recibe y el contacto brusco pero tranquilizador, de su asfalto nos da la bienvenida y nos dice que hemos aterrizado. Estamos ahora a 2800 kilómetros de la Cibeles, en la costa norte de la isla de Rodas, y a catorce kilómetros de su capital. Nos hemos bajado de avión, y marchamos algo más tranquilos hacia la recogida del equipaje, que para no ser la excepción que confirme la regla, está todo completo. Alguna que otra broma entre los pasajeros, recordando algún ruido extraño durante el vuelo, pero ya todo ha pasado, ahora es risa.
Salimos a la explanada del aeropuerto Internacional de Rodas y cogemos un taxi. Un mercedes de color beige, con un bigotudo taxista, gesticulante, que más parecía turco que griego. Esta isla estuvo mucho tiempo bajo la dominación turca. Cruzamos Lalyssos, importante ciudad costera y turística. Una vez que la carretera se acerca nuevamente al mar vemos la playa de Ixia. Es el lugar turístico por excelencia de la isla, o de esta zona norte de la isla. Al fondo, la mole triangular del hotel Capsis, lugar de destino. Antes hemos dejado a la derecha una cúpula inmensa del Palace Rodas. Ambos hoteles están rodeados de una tupida vegetación y al amparo de la cornisa costera.
Nos instalamos en el hotel, después de los trámites reglamentarios. La cena fue ligera y como la hora no permitía más licencias nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente lo primero después del desayuno fue explorar los alrededores, desde la azotea del hotel se divisaba una vista esplendida, de la playa de Ixia hacia el oeste, y al norte camino de Rodas capital, de la cornisa que nos amparaba de los vientos mediterráneos, cuya altura ronda los cien metros, la cúpula citada del hotel y el complejo de piscinas del nuestro. Frente, más al norte las costas turcas, a unos diecinueve kilómetros, abruptas, con grandes acantilados de unos cuatrocientos o quinientos metros de altura. Pero era un gran esfuerzo verlas entre la bruma del mar.
Delante del hotel, una vez en la calle, la bifurcación para Rodas, para Faliraki y Lindos en el lado sur de la isla esta última, zona arqueológica de una cierta importancia. Paramos un taxi. Otra vez un griego gesticulante con pinta de turco y un mercedes, pero esta vez oscuro. Iniciamos el camino hacia Rodas con la playa de Ixia a nuestra izquierda.
A la derecha la colina de San Esteban o Monte Smith. Es la Acrópolis de la Rodas antigua, la de los siglos III y II a.C. El templo de Palas Atenea. Unas construcciones excavadas en el suelo, edificios que están conectados a la red subterránea de acueductos de la ciudad, se llaman Ninfea, o lugares consagrados a las ninfas. También se ha rescatado del tiempo un pequeño teatro, que por su tamaño se estima no sería el principal, sólo tiene un aforo de unos ochocientos espectadores. Esta obra está totalmente restaurada pero sólo tres asientos de la primera fila son originales. El estadio. Las ruinas de Gimnasio. En lo más alto de la Acrópolis el templo de Apolo Pitio, al que conduce una gran escalera. Un lugar ideal para los amantes de la arqueología.
Bajamos de la colina de San Esteban por la calle Voriuo Ipirou, y dejamos a la izquierda el Agoniston Park, buscando llegar lo más cerca posible de la ciudad amurallada, o la Rodas medieval. El taxista nos recomienda empezar la visita accediendo a la ciudad por la puerta de la Libertad. Allí nos deja el vehículo. Miramos hacia atrás y vemos el Mandraki. El puerto, en cuya bocana se supone estuvieron apoyados los pies del Coloso, que ahora ocupan dos venados de bronce y dos columnas como pedestales.
Entramos en el recinto amurallado por la citada puerta de la Libertad, y nos encontramos en la plaza de Simi, frente las ruinas del antiguo templo de Afrodita. Nos dirigimos al sur hacia la Plaza de Arguirokastro. A la izquierda dejamos la casa de Hassan Bey de finales del XVIII, frente la Librería Arqueológica. Continuamos hacía el sur y a la derecha hacia el Palacio del Gran Maestre, subiendo, la calle de los Caballeros o Ippoton. En la esquina el Museo Arqueológico -requerirían muchas páginas para describirlo-, que fue el Hospital de los Caballeros. Frente, en dirección al mar, está la Casa de Guy de Melay, ahora Banco Nacional, y el Cuartel de Inglaterra. Entre ambas, la puerta Arnaldou, que abre la muralla al pequeño puerto pesquero, dentro del gran puerto comercial.
Volviendo a la Calle de los Caballeros, que fue la calle principal de Rodas en la época medieval, vemos que en dos puntos es atravesada por unos arcos. A la izquierda y derecha se levantan los cuarteles de la Lenguas de la Orden. Nos llama la atención, calle arriba a la izquierda, el cuartel de España que alojaba la Lenguas de Castilla y Aragón, es de los más sencillos. Frente a él las ruinas de la Iglesia de San Juan de Colakio. Esta iglesia estaba unida al Palacio de los Maestres Generales pero en 1856 fue destruida por un rayo que cayó sobre una bodega de pólvora que desde 1522 estaba en el sótano del campanario.
Llegamos al Palacio de los Maestres Generales. Es la mayor construcción de la ciudad medieval. Fue restaurado por los italianos en su dominación de la isla. Cuando Rodas fue ocupada por los turcos se convirtió en prisión. La entrada es imponente. Dos torres semicirculares con almenas la protegen. Los techos de los pisos son de madera, sostenidos por columnatas en muchos casos y los suelos de mármoles de colores. Una gran escalera sube a la planta primera, de grandes salas: la de las guerras de las Mitrídates del siglo I a.C., decorado su suelo con mosaicos. La sala con la estatua de Laoconte -copia, pues el original está en los Museos Vaticanos-. La sala del mosaico de Medusa. La sala de las Tres Bóvedas en cruz, en cuyo punto de encuentro hay símbolos del lictor de Roma. El suelo lo decoran dos mosaicos de Cos. La sala con el mosaico del Tigre. La sala de los Capiteles. La de Eros. La de las Nueve Musas. El impresionante patio de armas.
Salimos nuevamente a la Plaza de Kleovoulou, y bajamos por la calle Orfeos. En la acera de la izquierda se encuentra el reloj, es una torre de tres pisos que la donó a la ciudad el turco Pashá Tajtí en 1851. Se ha adaptado como bar y desde allí se ve una vista preciosa del puerto. Frente está la Biblioteca turca o Mouslin Library, y la Mezquita de Solimán. Callejeamos por unas intrincadas callejitas de la derecha, y salimos a una plaza, Arionos, donde se encuentra la Mezquita del Sultán Moustafá y los Baños, que visitamos.
Volvemos sobre nuestros pasos y, por la calle Menekleous, nos incorporamos a la principal y comercial calle Sokratous. Bajamos ésta en dirección a la plaza de Ippokratous, centro de la ciudad medieval y lugar de diversión nocturna. En ella está el edificio de la Castellanía, que en sus bajos ubica la Biblioteca de Rodas. En esa plaza tomamos unas cervezas que, curiosamente están servidas en unos vasos en forma de bota.
No nos llama la atención que la ciudad sea un inmenso bazar turístico, los tenderetes en las calles muchas veces impiden materialmente el paso, los vendedores te agobian a cada momento, y digo no nos llama la atención porque es igual en todos sitios, y ahora estamos pensando en la Judería cordobesa.
Bajamos en dirección este hacia la plaza de los Mártires Judíos, al norte está el palacio del Almirantazgo. En su fachada se lee "Pax huic domui et ómnibus habitantibus in ea", o lo que es lo mismo que "La paz sea en esta casa y en aquellos que la habitan". La misma inscripción en griego está en el interior. Buscamos donde reponer fuerzas y entramos a hacerlo en el restaurante Sintrivani de esa misma plaza. Por citar algo de la cocina de Rodas: la famosa moussaka. El exquisito queso de cabra; la dolmadaquia, pimientos rellenos de carne y arroz; el tzatziki, o yogur con pepino y ajo. El pescado y marisco de categoría. Yo hubiese preferido, como siempre huevos fritos con patatas y chorizo. No soy muy sibarita en eso del comer fuera de mis lares, ya que en ellos la cocina es de lo bueno lo mejor.
Una vez repuestas las fuerzas, nos desplazamos por la parte del puerto. Salimos por la puerta Panaghias que da al puerto comercial o Gran Puerto. Más abajo, al este, se halla el puerto de Akantias. El tercer puerto es el llamado Mandraki. En este lugar dicen que se encontraba la estatua del Coloso. Frente a la Torre de San Nicolás y el muelle se levantan dos venados de bronce, sobre dos columnas que son el emblema de la ciudad. En este muelle hay tres molinos de viento, residuo de los que había en el tiempo de los Caballeros. En la zona sur del Mandraki está el edifico del Ágora Nuevo, lugar de bares y tiendas. Detrás, hacia la ciudad medieval, la Plaza de Rimini y los jardines del Palacio del Maestre General, donde se celebra un espectáculo diario de luz y sonido. Volviendo al puerto, está la Iglesia de la Anunciación y el Palacio de Gobernación.
El foso de la ciudad medieval, está muy bien cuidado, se puede pasear por él en casi toda su extensión, en muchos lugares tiene césped. En su parte sur está el teatro al aire libre de Melina Merkouri. Espléndido. En él tuvimos la ocasión de escuchar a un joven tenor, que cantó Granada como si fuera español, lengua de la que no sabía ninguna palabra.
Es una osadía, tratar de describir en unas líneas, esta hermosa ciudad. La mezcla de distintas culturas está siempre presente, así como la de religiones. Espero que quienes lean esto, sepan disculpar lo escueto de muchas referencias, que requerirían muchas páginas acompañadas de muchas fotografías. Eso, lógicamente, contando con otros núcleos de la isla, muy bellos, como pueden ser por apuntar uno sólo, el santuario arqueológico de Lindos en la costa sureste, y algunos en el interior. El valle de las mariposas, sin ir más lejos es digno de visitar.
La vuelta.
Al tercer día, vuelta al aeropuerto Internacional de Rodas. Otra vez a asustarse uno por el vuelo, en este caso se realiza de día. Sin incidencias. Llegada a Atenas donde que presenta majestuosa y enorme. En este caso antes de aterrizar vemos a la izquierda de la ciudad, el enorme puerto del Pireo y nos recreamos algo más en ella. Embarque de equipaje, control de aduanas, pegas con unas botellas de vino mal embaladas, que se resuelve reparando el paquete. Y despegue hacia Madrid. El vuelo tranquilo, el día limpio, ahora vemos a nuestra derecha el Adriático, cruzamos nuevamente la bota italiana por su planta, y otra vez el Vesubio. La enorme bahía de Nápoles y dirección Cerdeña, para una vez divisar Mallorca dar el salto a la península. Luego Madrid. Recogida del equipaje y, sorpresa, no aparece una maleta. Reclamamos y descubrimos que va camino de Ecuador, vía Frankfurt. La que correspondía a un número nuestro era de un señor de Ecuador, por lo que deducimos que éste lleva la nuestra.
Taxi a Atocha, Ave a Córdoba, llegada a casa y fin del trayecto. Muchas fotografías para ordenar, papeles y mapas.
¡Ah!, la maleta llegó días después sin manipular, vía Sevilla, por medio de una agencia de transportes. Una suerte.
Una serie de fotografías