Está mañana a las ocho, estaba el campo -como casi siempre- precioso. La humedad existente, la neblina, la fina lluvia, y los aromas de la primavera, convertía la subida a “… unas casitas blancas como palomas.” de Grilo (Las Ermitas), en una delicia.
Otra cosa son mis problemas personales con el DNI. La hierba, que hace un par de semanas estaba color de lo que quedo en el fondo de la caja de Pandora, tiene ahora un peligroso –algo menos por la humedad- color dorado.
Hace años, bastantes, recuerdo que en el edificio de la fotografía, o en sus aledaños, que está detrás del monumento, había un molino de aceite y el alpechín llegaba hasta casi la cuesta asfaltada del comienzo del camino, lugar que llena de envidia a cualquiera por el derroche de vitalidad sexual que se observa en ella, y también de vergüenza ajena –ecológica naturalmente-, por la no recogida de los protectores ni de los “clinespenevaginales”. Estos olímpicos usuarios del sexo, no le hacen ni puto caso a Bene en el tema del preservativo. Hacen bien, aunque debían recoger los despojos de la contienda.
A la vuelta he bajado por la Cuesta de los Pobres, o la Trocha, o como la quieran llamar, y pensé, la balanza de calorías consumidas para subir allí, no se equilibraba ni de coña, con la ingesta antaño de un mísero plato de habas. El caso era desde luego echar algo al estomago.
Me ha llamado la atención, la campana de la pequeña espadaña, en el tejado de la casa de entrada al llamado Desierto de Belén, haciendo pareja con dos pequeñas parábolas de un enlace de Internet vía radio. Es decir, la "comunión" de las nuevas tecnologías con las clásicas celestiales.
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